La dimisión de Pedro Sánchez
Cuánta razón tiene Pérez Rubalcaba. En España se entierra a la gente mejor que en ninguna otra parte. El viernes pasado, periódicos, radios y televisiones se llenaron de plañideras y forenses dando por muerto a Mariano Rajoy y decretando terminada la legislatura. El fin de semana sirvió para constatar que la oposición sigue encerrada en su propio laberinto de vetos e intereses cruzados y el muerto comenzó a estar de nuevo muy vivo. Rajoy ha ido pasando de cadáver a enfermo terminal que, salvará la moción, pero acabará muriendo solo de puro agotamiento.
Conforme se acerca la fecha de discutir y votar la moción “Fast and Furious”, acelerada por la presidenta del Congreso, Ana Pastor, como si fuera Vin Diesel en una escena de carreras, comienzan ya a hacer acto de presencia, con sus llantos y admoniciones, los enterradores de Pedro Sánchez. La moción socialista ha pasado, en horas, de ser algo inevitable a suponer una jugada de alto riesgo. Los mismos que salieron en tropel como voluntarios incondicionales para la expedición de censura a Rajoy ahora, o se lo están pensando, o ya hablan de montar su propio safari. Unos y otros solo coinciden en una cosa: Pedro Sánchez estará muerto si pierde. Definitivamente la política española es un frenesí mortuorio y un velatorio interminable.
Pablo Iglesias ha pasado de prometer su apoyo incondicional y ofrecer un gobierno de progreso, a calificar de locura intentar gobernar con 85 diputados y avisar al líder socialista que debería dimitir si fracasa. Lo tiene tan claro que ya ha empezado a disputarse con Albert Rivera los méritos de la siguiente moción de censura, ésa que, esta vez sí, matará a Rajoy de una vez.
Albert Rivera ve tan “solo” y “acorralado” a Rajoy que está dispuesto a negociar con él para explicarle lo que tiene que hacer. No quiere un gobierno que gobierne y mucho menos presidido por Pedro Sánchez, pero sí le vale un gobierno presidido por un misterioso independiente que convoque elecciones, apruebe los presupuestos del PP porque son buenos para España, y no solo mantenga el 155 sino que lo extienda y amplíe porque también es bueno para España. Que alguien proponga para España un gobierno tecnocrático, como si la situación española estuviere cerca siquiera de la italiana, resulta frívolo e irresponsable. Que lo haga en nombre de la estabilidad del Estado apesta a antipolítica.
Los nacionalistas vascos y catalanes, por su parte y por si acaso, han dedicado la semana a acumular coartadas. Que si no les llaman, que si nadie les cuenta nada, que si antes que hay pedirles disculpas, que qué hay de lo suyo. Y hacen bien porque, al final, caben muchas posibilidades de que les acaben endosando la culpa de lo que pase, sea lo que sea.
Es cierto que Pedro Sánchez se lo ha buscado. Plantear la moción como un Sí o un No a Rajoy, cuando en realidad su pretensión de gobernar la convierte en un Sí o un No a un gobierno socialista, es una trampa y los demás partidos se resisten legítimamente a caer en ella. Hay muchas posibilidades de que no lo hagan, pero se llama política y funciona así. Será un episodio más en el largo viaje hacia las próximas elecciones generales. Ni será el final de nada, ni conlleva la muerte política de Sánchez. Aunque fracase, el líder socialista se habrá colocado en la rampa de salida para las elecciones generales recuperando muchas posiciones, que para eso sirven y para eso se suelen presentar las mociones constructivas como la prevista en la Constitución de 1978; casi imposibles de ganar. De entrada, ya ha conseguido dos logros que nadie puede quitarle: recuperar la iniciativa política y recuperar un poco del espacio institucional que perdió al dimitir como diputado.