Pretenden condenar a varios años de cárcel a la mujer del presidente porque su asistente envió unos correos electrónicos al rector de la Complutense. Quieren que el fiscal general del Estado sea condenado por haber mandado un mensaje que ya había sido difundido y no han permitido que varios periodistas confirmaran este extremo. Y esperan que el hermano del presidente dé con sus huesos en la cárcel por haber aceptado un cargo que supuestamente se le concedió gracias a un enchufe. Con estos argumentos, y con la presunta corrupción de dos altos cargos socialistas, Ábalos y Santos Cerdán, cuyos delitos ni la acusación ni la policía han sido hasta ahora capaces de definir, la derecha quiere hacerse con el poder en España.
En cualquier otro país europeo o, mejor, en cualquier democracia normal, se reirían de iniciativas de tan poco vuelo y pensarían que el partido que las promueve vale para poco y que mejor sería que se dedicase a renovar sus ideas y sus gentes de arriba abajo. Pero aquí todos y cada uno de esos capítulos son un escándalo que los medios de comunicación consideran desde hace meses un asunto prioritario y a los que dedican todos sus esfuerzos, arrumbando prácticamente todo el resto de la información.
Dos, para empezar, son los elementos que están en la base de tan formidable anomalía española. Una, que hay jueces individuales que tienen poder omnímodo en las causas que gestionan y estructuras judiciales superiores que los amparan, que no tienen empacho alguno en asumir procedimientos poco sólidos con el único fin de deteriorar a la izquierda y contribuir a su caída. Dos, que la derecha española no ha sido aún capaz de asumir la normalidad del funcionamiento y de los principios de la democracia y que considera legítimo derribar por cualquier medio al Gobierno si este está en manos de sus rivales tras que estos hayan ganado las elecciones.
En España, por tanto, tenemos una derecha predemocrática y que desde el punto de vista de la cultura política está más cerca del franquismo y de su intolerancia a cualquier forma de oposición que del sistema consagrado por la Constitución. Una parte significativa de la judicatura se inscribe en esa misma conclusión del análisis, y si unos cuantos miembros de la misma se avienen a poner su poder jurisdiccional al servicio de fines políticos es porque lo consideran justificado desde el punto de vista de sus principios. Si, además, expresidentes del Gobierno como José María Aznar los jalean para que hagan exactamente eso y encima sus barbaridades procesales no generan más que tibias reacciones críticas y no un rechazo tajante, con medidas anulatorias de sus espurias iniciativas por parte de las autoridades judiciales competentes, la cosa puede ir para adelante hasta el desastre final.
Prácticamente todos los expertos respetables, algunos de ellos personalidades del mundo del derecho, opinan, de entrada, que las causas contra la mujer y el hermano de Pedro Sánchez, así como la incoada al fiscal general del Estado deberían haber sido ya archivadas. Porque son insostenibles, si no ridículas. Pero luego añaden, casi sin excepción, que, sin embargo, con estos jueces cualquier cosa puede pasar. En definitiva, que Begoña Gómez, David Sánchez y Álvaro García Ortiz pueden terminar condenados. Para escarnio de la democracia y escándalo para muchos españoles.
Anunciando que volverá a presentarse en las próximas elecciones, Pedro Sánchez ya ha dado su respuesta a una situación como esa: él no va a dimitir aunque condenen a su mujer, a su hermano o al fiscal general. Porque él los considera inocentes y porque si los jueces hacen política, la mejor manera de hacer frente a su ofensiva es volver a derrotar a la derecha en las urnas.
Pueden venir tiempos políticos llenos de incógnitas. Pero la firmeza en las convicciones democráticas y la defensa del sistema es el único antídoto frente a cualquier presión involucionista, venga esta disfrazada de lo que sea. Además, Sánchez no va a estar sólo y si la derecha se pone bruta, que todo parece indicar que es lo que quiere hacer, van a aumentar las posibilidades del que sea nuevamente derrotada.