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Hablamos de vidas, señores

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, mantiene una conversación con el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, durante la segunda jornada del Pleno del Debate del Estado de la Región en Madrid (España), a 15 de sept

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Se abre el telón y aparece el vicepresidente de Madrid, Ignacio Aguado, para pedir ayuda al gobierno de Sánchez ante la incapacidad del suyo propio para frenar la pandemia. En el siguiente acto, el ministro de Sanidad apremia a la Comunidad a hacer “lo que haga falta” para controlar la expansión del virus y la vicepresidenta Calvo declara que en La Moncloa están preocupados, vigilantes y dispuestos a ayudar a Madrid. Y cuando el público ya bostezaba con la interpretación de unos y otros, va e irrumpe Sánchez con una carta remitida a Ayuso y se ofrece a acudir a la Puerta del Sol para una reunión. 

Si no fuera porque lo que está en juego son vidas humanas, la función sería de ópera bufa. Cada día una entrega. Unos que no hacen y otros que dejan que no se haga nada para demostrar que contra el estado de alarma, Madrid vivía mejor y que el caso era buscar culpables fuera de la jaula de grillos e incompetentes en que se ha convertido el Ejecutivo de Madrid. 

Repasemos. Una presidenta que apenas cruza palabra con su vicepresidente; un vicepresidente que ha perdido la confianza en varios consejeros de su partido; un responsable de Sanidad que no tiene una palabra buena sobre su jefa de filas; un viceconsejero, que fue nombrado para hacerle la cama a su superior, anuncia confinamientos selectivos en una rueda de prensa que se los comunica, con posterioridad y por whatsapp a la presidenta, que se declara estupefacta con la noticia.

El vodevil en que se ha convertido la política madrileña por sus continuos episodios de descoordinación y las ocurrencias de sus protagonistas no solo tiene perplejos a los madrileños, sino que ya es un problema que trasciende las paredes de la Puerta del Sol. Y todo mientras los expertos llevan semanas alertando de que Madrid se encuentra en peligro extremo de expansión del virus; el riesgo de rebrote se sitúa, 243, por encima de la media española; la expansión del virus ha colapsado una asistencia primaria esquilmada por los recortes y los enfermos de COVID ocupan ya más del 20% de los hospitales y del 30% de las UCI.

Aguado lanza un SOS al Gobierno de España en una comparecencia sin preguntas un día después de suspender la posterior habitual tras el Consejo de Gobierno y mientras su compañero de partido, Edmundo Bal, defiende que Madrid ha estado a la altura de las circunstancias y sus gobernantes han “gestionado francamente bien la pandemia”. Si lo del gobierno madrileño es un disparate, lo de Ciudadanos es de doctorado en delirio. Hay que tener mucho cuajo para soltar semejante desatino el día que la región acumula ya el 34% de los nuevos contagios y el 17% de las hospitalizaciones. 

Madrid jamás cumplió con los mínimos exigibles en atención primaria ni en el número de rastreadores que establecía el decreto para la nueva normalidad, precipitó el desconfinamiento por motivos más económicos que epidemiológicos y alimentó una sensación de falsa seguridad. De aquellos polvos estos lodos sobre los que Ayuso se lamenta además de por las vidas perdidas, por haber sido víctima de una conspiración contra ella. Primero, del estado de alarma; después, del Gobierno de Sánchez; más tarde, de las zancadillas de sus socios y ahora parece que también lo será del doctor Zapatero, el “héroe de Ifema” cuyo fichaje anunció a bombo y platillo para ocultar el desastre de las residencias de mayores y que es el que ha provocado la enésima crisis dentro de su gobierno.

Ni Madrid ha estado a la altura ni su gobierno ha gestionado bien la pandemia, como sostiene Bal, que lo que pretendía no era tanto mentir con descaro sobre la capacidad gestora del Ejecutivo de Ayuso, sino cerrar a cal y canto la puerta a una hipotética moción de censura en la que los socialistas regalaran la presidencia de la Comunidad a Ciudadanos, como dijo José Manuel Franco para estupor también de los suyos. 

Aguado no es santo de devoción de la dirección nacional de los naranjas y, como ha llegado a oídos de Arrimadas que los días pares defiende en público cual padre coraje a Ayuso pero los impares pone ojitos en privado a los conspiradores de despacho que lanzaron la idea de la moción de censura y que por eso ha pedido auxilio al gobierno de Sánchez, desde la sede naranja han querido disipar toda duda.

En efecto, en Madrid no habrá moción de censura que prospere. Una cosa es lo que nos muestran y otra lo que cuecen a nuestras espaldas. Y lo que hay tras el telón de esta insoportable representación es un acuerdo inquebrantable entre Pablo Casado e Inés Arrimadas que trasciende a sus menores. Ciudadanos nunca prestará sus votos para echar a Ayuso de la presidencia y el PP no permitirá que la actual inquilina de la Puerta del Sol, por mucha tentación que tenga para librarse de sus socios, disuelva anticipadamente la Asamblea de Madrid y convoque elecciones autonómicas. El acuerdo es para cuatro años, pase lo que pase en la escena nacional y Aguado se deje algunos días querer. 

Lo dicho: hablamos de vidas, señores. Unos y otros. Dejen de sacudirse culpas y responsabilidades y pónganse ya a buscar soluciones para proteger la salud de los ciudadanos. Ni el gobierno de Ayuso está capacitado para gestionar esta pandemia ni el de Sánchez puede permanecer impasible ante lo que ocurre en Madrid. Hagan algo ya y déjense de cartas.

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