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Las llaves de Sánchez

Pedro Sánchez es el único candidato a la Presidencia que ahora puede decidir su futuro.

Igor Marín

Pedro Sánchez es el político “ruin, miserable, indecente, mezquino” que desquició a Rajoy en el debate a dos de las últimas elecciones. Pedro Sánchez es ese hombre al que para restregarle sus resultados electorales le lanzan que “una sonrisa del destino que siempre tendrá que agradecer” le puede llevar a La Moncloa. Pedro Sánchez es quien recibe presiones para que decida “si pacta con el constitucionalismo o los separatistas”. Pedro Sánchez es el líder al que desde su propia casa muchos de sus compañeros le ponen líneas de colores para que su camino quede marcado en una única dirección: entregar las llaves de Ferraz y marcharse a casa. Todo esto es cierto. Pero, sobre todo, Pedro Sánchez es quien tiene ahora mismo las llaves de La Moncloa y es el único líder político español que puede decidir su propio destino. Para haberlo hecho todo mal, la cosa le está yendo mejor de lo que tirios y troyanos quieren hacer ver.

Ahora mismo, el secretario general del PSOE tiene tres opciones: no hacer nada y esperar que Rajoy no logre el apoyo de Ciudadanos, lo que llevaría a nuevas elecciones; pactar con Podemos e intentar un Gobierno de izquierdas aún con el partido en contra y con sus hipotéticos socios al acecho; o acordar el apoyo de Ciudadanos y la abstención de Podemos o el PP para gobernar en solitario y dirigir el país a través de acuerdos puntuales a su derecha e izquierda. Claro, que decidir -lo que sea- tiene siempre riesgos. Y en este caso, Sánchez está en una encrucijada en la que el camino que tome puede llevarle a arder en el incendio cainita de Ferraz o consumirse en las llamas de un gobierno en el que comparta mesa con su mismísimo caballo de Troya. Y todo ello, al calor pirómano de un gran número de medios de comunicación bien financiados por los grandes bancos y las instituciones públicas que saben bien cuál es el camino de la 'ortodoxia' económica y lo mejor para la España financiera.

De momento, el candidato socialista ya ha marcado terreno tras la oferta de Pablo Iglesias. Primero, al PP le ha señalado el camino que le corresponde por haber ganado las elecciones: intentar conformar gobierno o marcharse definitivamente. A Podemos le ha fijado que la prioridad para alcanzar un acuerdo de Gobierno no es quien ocupe las distintas carteras, lo que llegado a calificar como chantaje, sino una serie de medidas tanto sociales como estructurales. Por otro, ha lanzado públicamente un guiño a Ciudadanos para recordar que él, y solo él, tiene diferentes caminos para llegar a ser presidente, aunque ninguno sea precisamente fácil. Y, emulando al más clásico Julio Anguita, ha señalado que su camino a La Moncloa pasa por cumplir con la máxima de “programa, programa y programa”. En esto coincide con Alberto Garzón, convidado ahora a la jugada a pesar de haber sido ignorado para lo conformación de los grupos parlamentarios.

Entonces, ¿de qué ha servido la oferta de Pablo Iglesias de ser vicepresidente? Lo primero, para tumbar el primer intento de Rajoy de presentar su candidatura. No es poca cosa. Pero, en el fondo, para poco más. El intento de marcar la agenda de Sánchez se ha evaporado tan rápido como se suceden las ocurrencias estos días. De hecho, tras mostrar las cartas y deseos de carteras, Sánchez puede darle la vuelta a la oferta y marcar y fijar prioridades políticas que para el líder de Podemos sería difícil de explicar su rechazo. ¿O acaso solo tiene el PSOE la obligación de evitar un gobierno de derechas o nuevas elecciones? Iglesias ha agitado el tablero. Es innegable. Pero ha errado en dos cuestiones: asignarse un asiento antes de nada e intentar humillar a quien tiene que firmar el decreto que le asegura ese cargo.

Por ahora, en el Congreso la nueva política es igual que la vieja pero con más aspavientos. Es decir una cosa y la contraria sin rubor. Es olvidar la responsabilidad de hacer propuestas para la ciudadanía y hablar de puestos antes que de ideas. Es dibujar líneas de colores que se saltan tan fácilmente como se han pintado. Es decir, sin vergüenza, pasa tú que a mí me da la risa. Pero entre tanto, las personas -usted y yo- seguimos sin respuestas. Las urnas han mandado un mensaje claro: nadie es mayoritario y puede imponer sus criterio y España quiere cambiar, y más hacia la izquierda que hacia el centro-derecha. La ciudadanía exige responsabilidad y coherencia. Las grandes olvidadas de la nueva política y las grandes pisoteadas por los viejos partidos. La coherencia de hacer lo que se ha prometido, de entenderse con los similares y con los diferentes, de alcanzar acuerdos para mejorar la vida de las personas. No centrarse exclusivamente en los mercados ni en los inversores que sí, son importantes ya que sin ellos no hay actividad económica y empleo, pero no son ni pueden ser el eje de las decisiones. Pero por ahora asistimos a ruido, ruido y más ruido. Y a comprobar que quien tiene las llaves para acabar con ello y girar las políticas de España es Pedro Sánchez. Por cierto, allá donde gobiernan juntos las confluencias y los socialistas no se han secado las fuentes ni se ha matado a los ancianos; y tampoco en Andalucía, donde Ciudadanos es el bastón de Susana Díaz, el sol ha dejado de salir, pero...

¿Le dejará el viejo PSOE llegar a Pedro Sánchez a La Moncloa?

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