El miedo a los ultras burbujea en las copas de Navidad

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Son días de champán. Las burbujas estallan en las copas y rompen en la superficie como una ola mínima. Apenas se oyen en la algarabía. También en política burbujea el temor a la ultraderecha, a la posibilidad de que en la sociedad se esté acelerando un vuelco. María Guardiola quiso hacer la prueba: ¿cómo de fuerte es la extrema derecha en Extremadura? Hoy lo sabrá. Hay cosas que es mejor no preguntar.

En muchas cenas de navidad se eludirá hablar de política. Cinco millones de españoles han roto relaciones por causas políticas en el último año, según un informe de la organización More in common. Cada silla vacía en Nochebuena será un éxito de la división. En otras se hará un silencio para evitar la gresca. Y se oirán las burbujas. No pasa nada, es mejor así: cuando nos alejamos de los que piensan diferente, resulta más fácil odiar. Necesitamos mezclarnos y ejercitar el músculo de la tolerancia. 

En política las cosas se decantan como en Hemingway: primero poco a poco y luego de golpe. Esta semana se ha acelerado en Europa el poco a poco, con tres hitos. Uno, se elimina la fecha de 2035 para suprimir los vehículos contaminantes. Se cede por temor a que los ultras de AfD capitalicen una transición mal hecha por la industria alemana. Dos, no se firma el acuerdo con Mercosur: se cede por miedo a que los ultras franceses de Le Pen capitalicen el descontento del campo. Tres, se rechaza usar los activos rusos para financiar a una Ucrania casi en bancarrota. Queremos ganar la guerra sin hacer daño a Rusia. Y es imposible. Hay que lograr que la UE deje de proyectar miedo a los ultras y pase a la ofensiva. 

Un ejemplo de ofensiva: la reciente Estrategia de Seguridad Nacional de los EEUU de Trump explica con toda claridad que sus aliados son los partidos ultraderechistas europeos y los van a ayudar: AfD en Alemania, Le Pen en Francia, Vox en España… No es difícil aflorar la contradicción: estos partidos se hacen pasar por patriotas pero funcionan como un caballo de Troya del ultranacionalismo estadounidense. El gobierno de EEUU aboga por un mundo sin reglas: busca arramblar con la regulación europea, la democracia y el estado del bienestar. La extrema derecha defiende eso para nuestros países: convertirnos en una colonia tecnológica y militar, cercenar las libertades, liquidar los servicios públicos. No es difícil explotar esas contradicciones. Cuando Vox justifica los aranceles al acero español, hace daño a España, hay que repetirlo sin parar.

Algunos políticos oyen las burbujas crecientes del miedo bajo la algarabía. Ayuso es una. En la cena de Navidad del PP atacó a “los tibios”. Porque a los reaccionarios les molestan quienes podrían desactivar, desde presupuestos de derecha clásica, el discurso ultra. Ella ya no quiere ser el verso libre, sino la referencia ideológica de su partido. Para eso tienen que moverse los demás. Si el PP mira a Vox, pacta con Vox, y replica el discurso de Vox, ¿por qué dejar que Abascal los lidere políticamente desde fuera, cuando ella lo haría mejor desde dentro? Para que ocurra necesita laminar a los moderados del PP: Feijóo aclaró al día siguiente que él no es tibio. También proyecta miedo.

La derecha moderada no sabe qué hacer. No tiene un plan. No tiene un líder. Para que Guardiola o Juanma Moreno encarnaran esa voz tendrían que exponerse a fracasar. Nadie quiere correr riesgos. Y así no se gana, si hacemos caso a Napoleón: “En la guerra como en el amor, para acabar es necesario verse de cerca”. Von der Leyen rehúye la mirada de Putin como Feijóo la de Ayuso. Y casi todos miran para otro lado cuando Trump vocifera en la OTAN: sólo Pedro Sánchez se negó al 5% del gasto en Defensa.

En la izquierda tampoco hay plan. Nadie quiere allanar la victoria de la ultraderecha, pero nadie está seguro de cómo evitarla. Rufián ha hecho esta semana una reflexión honda. Se plantea si resistir sin propósito aleja a la ultraderecha del poder o la acerca: “La pregunta es cuánto más se infla con la permanencia de esta situación”. La duda crecerá: la debilidad del Gobierno y de la oposición, tan evidentes, ¿pueden favorecer el deseo de un hombre fuerte, o sea, a los ultras? 

Los demócratas, aquí y en Europa, deben pasar a la ofensiva. Es increíble que en Extremadura, que genera un 99% de energía renovable, los ultras hayan podido colocar Almaraz en el centro de su campaña. Es sorprendente que hayan seguido con su raca-raca anti inmigración en una Comunidad Autónoma con apenas un 4% de población foránea. Sus diagnósticos son erróneos y sus soluciones, falsas. Pero las burbujas del miedo seguirán subiendo para indicar que debajo el agua está estancada. Ahí es donde hay que meter las manos.