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Cómo no fabricar cretinos digitales

Fragmento de la portada de 'La fábrica de cretinos digitales' (Península)

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En las últimas semanas he tenido oportunidad de coincidir dos veces en el estudio de RAC1 con el psicólogo Francisco Villar. Es el coordinador del Programa de Atención a la conducta suicida del menor del Hospital Sant Joan de Déu y sus reflexiones sobre el impacto de las redes y del acceso a páginas porno en edades muy tempranas son un puñetazo en el estómago de los que cuesta recuperarse. Solo comparable a la desazón que provoca uno de sus libros de cabecera, ‘La fábrica de cretinos’ (Península), de Michel Desmurget. Este experto en neurociencia francés consigue que tras leerlo te sientas la peor madre del mundo y creas que tus esfuerzos para controlar el uso de las pantallas han sido más que insuficientes.  

Villar describe cómo las redes crean en los menores una adicción comparable a las máquinas tragaperras. Sus soluciones son muy radicales, me atrevería a considerar que en algunos casos incluso demasiado. Porque por más que nos repitan que los grandes gurús de Silicon Valley prohíben a sus hijos el uso de las pantallas, los menores comparten no solo espacio físico en las aulas o los parques sino también conversaciones, juegos y trabajos escolares en el ámbito virtual.

Por ejemplo, seis de cada 10 adolescentes usan videojuegos como principal canal de ocio. Otra cosa es que más de la mitad lo haga con juegos que no son aptos para su edad. Lo difícil, como en tantos momentos de la crianza, es encontrar el equilibrio entre lo que les gusta y lo que les conviene. En eso no son tan distintos de los adultos, con la diferencia de que ellos están aún formándose. Súmenle el exceso de sedentarismo que está en muchos casos vinculado a nuestros hábitos digitales y que es preocupante en cualquier etapa de la vida pero especialmente incomprensible en niños y jóvenes.  

Este psicólogo de Sant Joan de Déu es tajante y defiende que la edad para tener el primer móvil no puede ser antes de los 16 años. No hace falta que levanten la mano las madres y padres que llegamos tarde. En la mayoría de centros escolares se rebaja esa edad hasta los 13. Nos habían dicho o nos habíamos convencido de que la entrada en el instituto era el momento correcto (o más bien cuando ya no podíamos aguantar más la presión ante la alternativa de convertir a nuestro hijo o hija en el raro o la rara de la clase por ser el que no tiene teléfono). En el libro de Desmurget se alerta de que con solo dos años de edad, el consumo medio de tecnología (smartphones, ordenadores y tabletas) se sitúa en torno a las tres horas. De los ocho a los 13, esa media es casi de cinco horas. Y en la adolescencia son cerca de siete horas o lo que es lo mismo, más de 2.400 horas al año en una etapa que es o debería ser de “pleno desarrollo intelectual”.

Es evidente que aplicando el modelo francés, ahora copiado por Italia, y dejando el teléfono fuera de los colegios, puede combatirse mejor el ciberacoso o el cibersexismo aunque no sirva para erradicarlo porque el teléfono se puede usar mal también en casa. “Antes no había ciberacoso y eso es un gran elemento distorsionador que nos lo complica todo. Tenemos que ayudar a los niños a gestionar estas situaciones”, explica Villar. Es imposible discutir esa afirmación. Otra cosa es cómo se puede acotar. 

En Francia ya están prohibidos los móviles durante toda la jornada escolar para los menores de 15 años. Italia ha decidido que no se puedan usar en las aulas. En Alemania es interesante el plan que se llevó a cabo en Baviera. Se vetó su utilización en los centros y tras analizar el resultado optaron por un uso moderado del teléfono porque llegaron a la conclusión de que podía ser útil en algunas clases. Son las direcciones de las escuelas las que deciden si permiten o no que haya teléfonos. Aquí, la regulación depende de las comunidades autónomas, y unas pocas, como Galicia o Castilla la Mancha, lo tienen prohibido por ley. La mayoría lo deja en manos de los centros y en Catalunya incluso el Consejo Escolar defiende su uso. En España, casi el 60% de los alumnos y alumnas de ESO se llevan el teléfono al instituto. En tercero y cuarto ya son siete de cada 10.

Un informe de Unicef realizado a partir de una encuesta a 50.957 adolescentes de 265 centros educativos de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) señalaba que en Internet más de la mitad de los adolescentes que sufren acoso, también lo ejercen. Sea físico o ciberacoso, lo practican sobre todo compañeros y compañeras de la misma clase.

Otro dato: el 26,8% de los adolescentes de entre 11 y 18 años reconoce que alguno de sus contactos le envió alguna vez fotos, imágenes o vídeos personales de carácter erótico o sexual (sexting pasivo) y el 8% reconoce incluso haberlos enviado él o ella mismo (sexting activo). 

En esta encuesta se apunta también que un 25% tiene discusiones en casa por el uso de la tecnología al menos una vez a la semana. Les confieso que me parece un porcentaje bajo. Además, la frontera entre un uso excesivo y una utilización fuera de control es muy frágil porque no va solo del tiempo dedicado al consumo de los dispositivos digitales sino la manera y qué es lo que comporta en tiempo de sueño, deporte, convivencia con la familia…  Para no marear con más cifras, quédense con la siguiente porque nos interpela a todos: cuatro de cada 10 adolescentes dicen estar conectados para no sentirse solos.

Los jóvenes deben saber que aburrirse no es nada malo. Es más, a veces es bueno. Incluso estaría bien que algunos adultos entendiesen que la vida no puede ser una gincana permanente. Distinto es que haya adolescentes que se aíslen de su entorno y no encuentren sentido a la conexión con el mundo. Probablemente es uno de los principales retos que tenemos como sociedad a no ser que nos hayamos resignado a seguir perdiendo capacidades cognitivas generación tras generación.

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