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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

La OTAN levanta los muros de la Guerra fría

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“La cumbre de la OTAN en Madrid será histórica, al nivel de la Caída del Muro de Berlín”, dijo el ministro de Exteriores español José Manuel Albares con un notable desconocimiento de cuanto supuso aquel hecho trascendental. Y ha ocurrido todo lo contrario: la OTAN ha reedificado los Muros de la Guerra Fría. Y lo quiere todo dentro y bajo su control. Hoy se comprende mucho mejor por qué se incrementó la cadena de desencuentros con la Rusia de Putin y por qué no se frenó la guerra. 

Una OTAN moribunda renació con la invasión de Ucrania, como por casualidad. Y las conclusiones de Madrid no dejan lugar a duda alguna sobre los objetivos de la Alianza Atlántica: “Los líderes de la OTAN han dejado una puerta abierta a la negociación pero no debemos olvidar que han hecho una apuesta por reforzar el armamento”, decían las crónicas más serenas. Sí, ésa es la verdadera apuesta.

España ha sido excelente anfitriona para los invitados. Cenas en “marcos incomparables” que se dice de los grandes Museos, visitas culturales y viajes para los acompañantes, vestidos, gestos… lo han pasado muy bien y se han ido encantados. España es una magnífica organizadora de eventos de altura. El Gobierno, la seguridad, el eco mediático, todo ha funcionado. El Rey ha tenido un papel muy activo, hasta acudiendo a recibir a pie de escalerilla al presidente de los Estados Unidos, Joe Biden. Misión cumplida.

El veterano político, con su democracia seriamente amenazada como ya comentamos, ha gozado de un trato reverencial en Madrid, y ha obtenido todos los frutos deseados. La reunión con Pedro Sánchez le confirmó, en pocos minutos, que aceptaba su petición de incrementar la presencia de su ejército en España con dos destructores para su base militar en Rota. Los resultados de la Cumbre avalan las políticas estadounidenses sin fisuras ni disimulos. Y ratifican quién manda en la OTAN y en su área de influencia.

La negociación con Rusia es “una puerta abierta” sin programa ni fecha, el compromiso para aumentar el gasto militar, una certeza acordada. La OTAN  va a multiplicar por 8 las tropas en Europa, 300.000 soldados “en estado permanente de alerta”, dice el comunicado final, y a aumentar la dotación económica. España casi duplicaría su presupuesto si se trata de llegar al 2% del PIB. Recordemos que lo que se añade a un apartado se quita de otro, y esa política de defensa la pagaremos en servicios públicos.

“La OTAN se preparar para un mundo distinto y más peligroso”. Lo ha dicho su secretario general. ¿Por qué más peligroso? ¿Por Rusia? ¿Por China? ¿Por los países potentes que no están del lado occidental? Porque de fascismos y desigualdades, de hambrunas y migraciones, del destrozo climático y tantas otros problemas, no dicen nada. Desde luego, no se arreglarían con misiles.

 La OTAN reanimada reemprende una nueva guerra fría con Rusia, el sempiterno enemigo, el que mejor le funciona en aceptación social, aquél  contra el que se fundó la Alianza Atlántica hace 73 años. Y no quiere negociar. Ni siquiera atiende a los argumentos que opone la sociedad de medio mundo, al menos los que se enteran de cuanto ocurre. Este estado bélico acarrea una inflación insoportable que la ciudadanía descontenta dirige contra los gobiernos, ignorando al parecer que otros gobiernos no la controlarán sino con más recortes o frenando la escalada bélica.

Todos asumen quién manda: Estados Unidos. En la cumbre se han hecho concesiones tan graves como las que Suecia y Finlandia han aceptado para superar el veto de Turquía a su ingreso en la Alianza: Erdogan ha logrado que le entreguen a 33 disidentes kurdos asilados en estos países nórdicos, que conocerán los rigores de ese miembro de la Alianza con sus opositores. En realidad, se dirán, es algo que ya ocurre en otros países de las “Democracias OTAN”.

Otro dato altamente significativo, puede que el mayor de todos: la Cumbre de Madrid introduce “como peligro” a China “porque contraviene los intereses de la OTAN”, dice. En realidad son los intereses de los Estados Unidos; China le hace la competencia. El acuerdo final contempla como exponente de ese riesgo que “China aspira a la supremacía tecnológica y militar”. Es la misma aspiración de EEUU y no lo puede consentir. Y los aliados lo acatan. Por cierto, hasta el momento, la búsqueda de ser puntal tecnológico está más que demostrada en China, en tecnología militar también, pero la forma de ponerla en práctica de momento, no. China anda comprando deuda pública de distintos países y construyendo infraestructuras en África y América Latina. Es otra forma de control. Menos cruenta.

Una confrontación bélica con China sería devastadora y es un runrún cada vez más insistente en fuentes de la Casa Blanca. Añade la OTAN que China es aliada de Rusia. Explícitamente no lo ha dicho, pero tampoco está del lado de la Alianza Atlántica. Menos todavía. Y es que hay algo más. China se escapa de la influencia de Estados Unidos y la OTAN, como lo hacen una serie de países no alineados con ellos. Eurasia es una zona de altísimo interés estratégico y comercial. Los convencimientos por la fuerza no parece el mejor sistema.

Y en este contexto, los países aliados van a reforzar y perfeccionar su armamento, incluido el de disuasión suprema: el nuclear que ahora cuenta con los arsenales atómicos estadounidenses, británicos y franceses. Aquella innovación fatídica que los mandatarios más sensatos procuraron desactivar en los Tratados Salt. Recordemos que la Guerra Fría se basó en el temor a lo que supondría una conflagración nuclear. La idea del desarme funcionó con altibajos desde los años 70 del siglo XX. Primero con Nixon y Brezhnev; después con los grandes acuerdos de disuasión nuclear de Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan, que terminaría firmando George H.W. Bush.

Rearmar y levantar muros simbólicos es una funesta idea. Este momento histórico está siendo verdaderamente delirante y muy peligroso porque los diferentes bandos disponen de medios para hacer desaparecer países enteros y algunos están evidenciando escasa prudencia.

El colmo es ya cómo nos venden el concepto “Seguridad” cuando siempre es a costa de derechos. “La seguridad no es gratis” escribía Luis Bassets en El País, adelantando que “los europeos quisieran jugar en primera división y por libre pero sin pagar las facturas, tanto en inversiones militares como en renuncias de soberanía en favor de una defensa colectiva”. ¿Quiénes se apuntan al juego? ¿un juego? ¿Qué seguridad? La de la falsa sensación que se guarece en las armas.

Caído el Muro de Berlín en 1989, la OTAN no tenía razón de ser, pero en realidad venía a reforzar el otro lado del binomio antagónico. La OTAN o lo que es lo mismo, EEUU y sus aliados, son su mejor representación. Y es de una irresponsabilidad suprema, frívolo y desleal con los intereses de la ciudadanía, no querer saber lo que entonces cambió, lo que quedó y ahora se reedita.  

Una serie de autores trazamos una panorámica de ello en el libro Derribar los Muros (Roca Editorial 2019), a los 30 años de la desaparición del que la Alemania comunista erigió en Berlín. Pasado el primer momento de euforia, el mundo siguió levantando todo tipo de barreras, sin freno alguno, hasta llegar aquí. “Lo que de veras triunfó en 1989 y los años siguientes fue el capitalismo salvaje, el que se niega a aceptar cualquier tipo de regulación a la primacía del dinero en la vida de los seres humanos y en la explotación de los recursos del planeta. Triunfó universalmente”, escribía el periodista Javier Valenzuela.

“Todo, todo, desde el aire que respiramos, al agua que bebemos, los alimentos que comemos, pasando por la sanidad, las pensiones, la energía, la educación, la vivienda, la deuda, todo se ha convertido en mercancía objeto de especulación en los mercados bursátiles. Y lo peor son los muros que ciegan las mentes e impiden ver lo que pasa”, explicaba Lourdes Lucía, fundadora de ATTAC.

Pero quizás fue la economista Àngels Martínez Castells quien precisó el significado de los Muros tan necesario de mostrar en este momento concreto. “Solo los poetas pueden ofrecer al mundo la imagen de murallas que nos reconcilien con la idea de alzarlas”, decía, “murallas hechas de palabras para pensar y nunca detener”. Y buscó al que mejor lo había contado.

“Sin compasión y sin pudor, sin miramientos

alzaron a mi alrededor murallas imponentes. (..)

¿Cómo no sentí nada cuando el muro construyeron?

Ruido alguno nunca oí de los obreros.

Sin darme cuenta me han aislado del mundo exterior“.

«La muralla», K. KAVAFIS

Pues ha vuelto a suceder. En lugar de puentes, más muros. Si los oímos cuando iban poniendo piedra sobre piedra, no conseguimos que se extendiera su eco. Muros asumidos por ese espejismo al que llaman paz construido sobre todo con los silencios y el miedo y una abrumadora dosis de propaganda.