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De palacetes y chaletes

Ruth Toledano

Comparar las fotos entre el palacete que Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarín compraron en Pedralbes y lo que quedó de él después de una demolición que lo dejó en nada, es poder observar, en metáfora arquitectónica, una radiografía moral de este país. El eufemismo, que es una de las principales herramientas del poder (el poder “siempre, siempre, siempre miente”, apunta el periodista Enric González en sus Memorias líquidas, publicadas por Jot Down) y que es además una de las servidumbres habituales de quienes le rinden pleitesía, llamó reforma a la destrucción de este edificio construido en 1952 por el arquitecto Villalonga. Hablando en plata, que no en modernos cromados, el palacete pasó a ser un chalete.

El filósofo Wittgenstein decía que “ética y estética son lo mismo”. Y el filósofo Kant, que la belleza es un “símbolo moral”. El filósofo Nietzsche proclamó que debíamos convertirnos en “poetas de nuestras vidas”, en una simbiosis de ética y estética (qué decidimos, qué situación creamos, cómo actuamos) donde “lo estético”, según interpreta el crítico de la cultura Terry Eagleton, “no es una cuestión de representación armoniosa, sino de energías productivas informes, en sí mismas vitales, que no dejan de producir unidades constituidas provisionalmente en un juego eterno consigo mismo”. El filósofo Morizt había denominado “fuerza activa” (Thatkraft) a esas energías productivas. Más tarde, el filósofo Foucault se refirió a la asociación entre ética y estética como “actitud”, como “un modo de relación con y frente a la actualidad, una elección voluntaria que algunos hacen; en suma, una manera de pensar y de sentir, una manera, también, de actuar y de conducirse”.

En relación a esa reforma del palacete de Pedralbes que supuso su demolición, junto con la tala total de los altos y frondosos árboles que lo custodiaban, la afortunada pareja que se había hecho con la propiedad no solo obvió su representación armoniosa sino que despreció la fuerza activa, vital, de su material existencia. Era una casa demasiado bella para poder sostenerse como símbolo moral kantiano, tras haber sido adquirida por 6 millones de euros de dinero público robado. Como símbolo de la naturaleza ética y estética del matrimonio, mejor la demolición y la tala. Como símbolo de su actitud foucaltiana, de su manera de pensar, de sentir, de actuar y de conducirse, mejor el chalete, desde luego. Mucha vela, mucho balonmano, mucho esquí y muy poca filosofía. Mucho corpore y muy poca mens. Pura insania.

Resulta paradójica la falta de sensibilidad conservacionista de los conservadores. Sobre todo si lo que se debe conservar es lo de todos. En la plaza de Canalejas de Madrid hay planes para perpetrar un delito patrimonial semejante (no por su valor material sino por su carga kantiana de símbolo moral) al del palacete de la pareja deportista, un crimen estético, una vulneración ética: en siete edificios históricos van a construir un hotel de cinco estrellas, varias viviendas de lujo, una galería comercial, un intercambiador y tres plantas de aparcamientos. Dos de los edificios tenían una protección como Bien de Interés Cultural (BIC) que se ha modificado para hacer posible su compra por el Grupo Villar Mir: la sede histórica del Banco Central Hispano era desde BIC desde 1999 y la de Banco Español de Crédito estaba en proceso. Pero la Comunidad de Madrid se reunió con alevosa urgencia con la Comisión de Patrimonio para rebajar la protección y, en perversa connivencia, el Ayuntamiento modificó el Plan General de Ordenación Urbana. Solo quedarán protegidas sus fachadas y se desmontarán algunos elementos. La mayoría de los artesonados, cristaleras, escalinatas, revestimientos, ornamentos y patios serán aniquilados por las piquetas. Son elementos arquitectónicos y decorativos de enorme valor patrimonial pero los conservadores no los van a conservar: la ética del pelotazo, la estética del chalete.

Lo que va a pasar en la plaza de Canalejas es un crimen patrimonial, por más que Carlos Lamela, el arquitecto encargado del proyecto, asegure que no se va a hacer ninguna “barbaridad”. Los ciudadanos no lo creemos. Tampoco lo creen los expertos: ni los académicos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ni el presidente de la asociación “Madrid, Ciudadanía y Patrimonio”, Vicente Patón, ni numerosos arquitectos comprometidos con la ética y la estética de su tarea. Nos están engañando una vez más con cifras infladas de puestos de trabajo, con descongestión del tráfico en la zona, con la reactivación de la economía a través de un modelo fracasado.

Y el precio, una vez más, lo pagaremos todos. Porque el patrimonio nos pertenece y lo queremos, es nuestra fuerza activa, es nuestra belleza como símbolo moral, y lo que hagamos con él, las decisiones que tomemos permitirán o no que aspiremos a ser los poetas de nuestras vidas que quiso Nietzsche. Puedo oír sus carcajadas mientras se disponen a impedirlo estos saqueadores, estos salvajes, estos Atilas de un poder que siempre, siempre, siempre miente. Mientras se disponen a construir chaletes. Porque ética y estética son lo mismo.

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