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Silencio en la plaza

Place des Vosges, París

Begoña Huertas

El pasado fin de semana estaba de viaje y no pude ir, como me hubiera gustado, al Matadero de Madrid donde se debatía el Plan B para la democracia en Europa, proyecto impulsado por varios eurodiputados de izquierdas, entre ellos Marina Albiol de IU. Así, el domingo me encontraba atravesando la elegante y silenciosa place de Vosges de París cuando pensé que en ese mismo momento Yanis Varoufakis y otros políticos y activistas sociales estarían gritando consignas entre una multitud indignada y activa. En contraste, a mí me rodeaba la hierática grandiosidad de aquellos edificios aristocráticos. La simetría y solidez de la arquitectura de la place des Vosges inspiraba paz, seguridad y poder, enfrentándose en mi cabeza a la precariedad y la inseguridad que se denunciaban en las pancartas y carteles que atiborraron en su día nuestra también precaria plaza del Sol.

El caso es que era domingo en París y aquellos que no habían ido al château en la campiña tomaban el aperitivo en Deux Magots para luego comer en Lipp. A la tarde pasearían mirando galerías de arte y tiendas por Le Marais hasta que se sentaran a tomar una copa de champagne y unas ostras antes de subir a casa. La place des Vosges obliga a pensar una secuencia como esta o parecida. Definitivamente existe una élite y la inmensa mayoría no formamos parte de ella.

Como dice Chomsky, toda ideología se impone del mismo modo: justificando su bondad. La dominación se hace siempre 'por el bien' del dominado. El poder se presenta siempre como altruista, desinteresado, generoso. De este modo, es por nuestro bien, por nuestra seguridad y por la 'estabilidad presupuestaria' que todos estos años nos han pedido austeridad, precariedad, recorte de libertades. Esta ideología que prioriza 'la lógica' del mercado lo abarca todo, tanto y de tal manera que ya no se ve: es 'lo normal'. En Europa, unos y otros grupos parlamentarios resultan lo mismo porque todos actúan aceptando esa 'normalidad'. Aquí en nuestro país PP y PSOE han trabajado del mismo modo. Así, nos han apremiado a votar las políticas de derechas como si otra cosa no fuera posible. En una entrevista para eldiario.es Varoufakis contaba una vez más cómo el ministro de finanzas alemán Wolfgang Schäuble le había dicho: “No podemos permitir que las elecciones cambien las políticas económicas”.

Sin embargo la posibilidad de hacer las cosas de otro modo por supuesto que existe. Priorizar el bienestar social sobre los beneficios del mercado es posible, devolver el protagonismo a la política sobre la economía es un ejercicio de democracia. Ese es precisamente el objetivo del plan B para Europa, cuya siguiente cita será en junio en Berlín, y probablemente antes haya una movilización el 28 de mayo. Es mediante la presión popular como se puede conseguir avanzar en este sentido. No será el silencio de la place des Vosges sino los gritos de la plaza del Sol los que puedan cambiar algo.

Ante el deterioro de las condiciones de vida y de trabajo de la mayor parte de los ciudadanos y el recorte del gasto público, los gobiernos socialdemócratas europeos no han hecho nada. No seremos tercer mundo, de acuerdo, pero hoy cualquiera puede quedarse en la calle de un día para otro, y hay muchas personas realizando trabajos esclavos y otras tantas sin empleo. La mayoría somos un colectivo de riesgo en un mundo que también es de riesgo y provisional.

Yo no sé si el plan B conseguirá concretarse o no, pero necesitamos luchar contra la desigualdad, asegurar las oportunidades para todos y ofrecer certezas contra las situaciones de necesidad, más allá de las buenas palabras o intenciones. El silencio socialdemócrata no sirve.

En la place des Vosges tenía un apartamento Strauss-Kahn, gerente del FMI hasta 2011. Su actual mutismo bien pudiera ser un reflejo de la pasividad de los partidos “progresistas” ante la crisis. También en España la retórica del PSOE ha permitido, por activa o por pasiva, llegar a donde estamos.

A unos pocos kilómetros de la place des Vosges estaba el cementerio Pierre Lachaise, hacia donde me dirigía. Allí, Marcel Proust, en la tranquilidad de su sobria tumba, me recordó nuestra lucha infructuosa por el tiempo perdido. Y venía a decir, a su manera, que no perdamos el tiempo.

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