Pon de tu parte

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En el camino que se abre entre las montañas de El Tiemblo, la mitad del paisaje está viva y verde, y la otra mitad seca y quemada. Nos deslizamos en coche entre esos dos mundos separados por la carretera, frente a frente, el de la luz y el de las tinieblas, como si atravesáramos el meme del antes y el después, el espejo invertido, el reflejo en el río del inframundo: la explícita advertencia pasando ante nuestros ojos como una película rápida de lo que pasará si seguimos avanzando a esa velocidad, en paralelo al siniestro, como si no tuviera nada que ver con nosotros o con el puto capitalismo. 

Había una frase que siempre me decía mi mamá y que me sacaba de quicio porque sentía que intentaba quebrar mi voluntad o pedirme algo que no quería ni remotamente hacer. La frase era “pon de tu parte”, pero dicha así, imperativamente y como perdiendo un poco la paciencia, como un “pon de tu parte, Gabriela, pon de tu parte, ¿vale?”. Pon algo más de ti porque lo que das no es suficiente. 

Cuando no abría la boca para tragar la medicina, cuando alejaba mi cabeza de su peine asesino, cuando debía organizar el caos que habían causado mis juegos, cuando tenía cara de culo porque la playa era fea, la comida no estaba rica, el regalo no era el que esperaba, mi madre me decía: “pon de tu parte” y yo después de joderme un rato abría la boca, acercaba mi cabeza, ordenaba lo que había desordenado y trataba de ser feliz con lo que tenía. Hacer eso suponía literalmente tragar, obedecer y someter esa “parte” mía a su yugo del deber, de lo sencillo e inevitable. 

Con el tiempo aprendí que hay cosas que se hacen por deseo y otras que se hacen poniendo de nuestra parte. Crecí pensando que eran opuestas, que representaban el conflicto entre mi libertad de ser y lo que me exigía el mundo, pero estaba equivocada. 

Hoy entiendo mejor la lección de mi mamá: De que yo me cuidara y dejara que me cuidaran, de que comiera lo que me daban, de que no dejara estragos a mi paso o que disfrutara solo de lo que podían proporcionarme dependía todo. De lo que hablaba mi madre cuando me pedía que pusiera de mi parte era de eso que estaba allá fuera de mí pero de lo que debía hacerme cargo porque me mantenía en delicado equilibrio con el resto del universo, eso que me rodeaba y garantizaba mi supervivencia. Mi madre hablaba, en suma, de algo infinitamente más grande que yo misma. Hablaba de comprensión y responsabilidad, de devolución y generosidad. 

Me sorprende que en ese enorme páramo ya negro y regado con helicópteros y un avión anfibio hayan sobrevivido algunos arbustos y árboles pequeños aferrándose humildemente a la vida, entre las cenizas de su entorno, por pura bondad. Me fijo en ellos mientras nos alejamos convenientemente de Mordor hacia el bosque de árboles pastores que se mueven lentamente para cuidar de los que quedan. De esos pequeños brotes débiles y solidarios, de los supervivientes de nuestra destrucción, un día volverá a crecer alguna cosa, no sé qué pero solo pasará si ponemos de nuestra parte.