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Los Presupuestos y el periodismo encantado de conocerse

El presidente Pedro Sánchez, y el vicepresidente segundo Pablo Iglesias. Imagen de archivo

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Negociar los Presupuestos del Estado implica concretar partidas, acordar inversiones, marcar prioridades. No se negocian personas ni partidos, sino contenidos. Y, sin embargo, ¿cuántos debates y comentarios estamos viendo en los medios centrados solo y exclusivamente en el quién pacta y no en el qué se pacta? Demasiados. Y ¿cuántos en los que se analizan los contenidos, que será aquello que afecte a nuestras vidas? Demasiado pocos.

Los Presupuestos van a ser aparentemente expansivos, con más políticas sociales y más inversión pública, en un contexto en el que este tipo de medidas son urgentes. Es posible que quienes no desean que el Gobierno perdure eviten condenar su contenido aunque no les guste, porque saben que en estos momentos atacar el refuerzo de lo público es impopular. Quizá por eso hay quienes centran sus ataques en Bildu, a sabiendas de que en estos momentos resultarían antipáticos reivindicando más austeridad.

Es evidente que no hay más combinaciones posibles para el Gobierno a la hora de buscar apoyos, si de lo que se trata es de aprobar unos Presupuestos con más inversión social. Y es lógico que se busque a los mismos aliados que apoyaron la moción de censura. El hecho de que haya puntos en común en materia de política socioeconómica no significa que el Gobierno de coalición y los partidos que apoyan los Presupuestos compartan todas sus posiciones en otros asuntos, de hecho es evidente que no es así. Pero hay posibilidad de encuentro, y en una democracia sin mayorías absolutas la cultura del pacto es esencial para construir.

Es una pena que haya quienes estén llamando destrucción a la voluntad de buscar lo que une y no lo que separa. Para que haya medidas que palien los efectos de la pandemia y de la desigualdad anterior a ella se necesitan pactos. El debate debería centrarse en analizar y vigilar si realmente los Presupuestos cubrirán todas las necesidades sociales o si resultarán insuficientes.

Pero en algunos medios de comunicación hay querencia por fomentar un bajo nivel de conversación, por dar rienda suelta al cotilleo político, por presentar los intereses de una pequeña élite como si fueran los de la mayoría social. Hay en la reducción de la política a la categoría de telenovela toda una toma de partido, destinada a desviar el foco de lo urgente. Es el salseo, la telepolítica, el empeño de empequeñecer la res pública.

Estamos en un contexto con problemas estructurales que nos atraviesan como sociedad cada vez más. Buena parte de ellos se dan también en otros países, y tienen que ver con el nuevo orden económico marcado por la globalización, la tecnología, la deslocalización laboral y por nuevas dinámicas que, disfrazadas de eufemismos, deshumanizan y desprotegen a las personas trabajadoras: emprendimiento, innovación, flexibilidad. Esto, junto con otros factores -como el demográfico, el climático y el pandémico- ha creado nuevas bolsas de pobreza, precariedad o exclusión.

Al contrario de lo que pasaba antes, actualmente tener un empleo no significa poder llegar a fin de mes. Hay personas pluriempleadas que viven en la pobreza y necesitan ayudas económicas. Este y otros asuntos -como las bolsas de población que no logran acceder a un empleo- deberían ser abordados diariamente en tertulias y debates mediáticos, para situarlo en el centro de la agenda, para exigir respuestas, para buscar soluciones. 

Cuenta el filósofo estadounidense Michael Sandel que los que llegan a la cima tienden a pensar que quienes fracasan solo pueden culparse a sí mismos y que si ellos han logrado el éxito ha sido solo por méritos propios. Lo cierto es que no todo el mundo tiene las mismas oportunidades, y de hecho la movilidad social sigue siendo muy reducida tanto en Europa como en EEUU. Si naces rico y con contactos, tienes muchísimas más posibilidades de llegar alto. A pesar de ello, hay tendencia entre quienes alcanzan las alturas a confundir fama con credibilidad, y éxito con aceptación.

El cuento de la meritocracia también opera en el periodismo, como en todos los sectores. Eso explica en parte que quienes llevan demasiado tiempo disfrutando de un altavoz para legitimar discursos de odio, normalizar mentiras, tergiversar verdades o defender los intereses de la élite tengan un gran concepto de sí mismos, ajenos a cómo son percibidos por tanta gente común que quizá no llegue a fin de mes, pero que tiene la capacidad de abordar debates de mucho más nivel que alguno de los programas de radio o televisión que aquellos conducen.

Sería fantástico que cierto periodismo abandonara la taberna Encantados de conocernos, escuchara a quienes le señalan que está haciendo el ridículo y, tras superar el bochorno que merece, entendiera de una vez la envergadura de su responsabilidad social, como elemento clave en la configuración de atmósferas, tendencias y valores.

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