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La profecía mediática que está por llegar

La redacción de eldiario.es

Moha Gerehou

Cuando el primer segundo del año 2000 hizo su fugaz presencia en el reloj, centenares de profecías apocalípticas se fueron directamente a la basura. Pasaban los segundos, los minutos, las horas y los días y el nuevo milenio no traía la destrucción del mundo con la consecuente extinción de los seres humanos que algunos habían previsto. Al final, los hechos se impusieron a las conjeturas para que la vida siguiera tan bonita y horrible como siempre.

Para mí aquel no fue un año cualquiera. No porque los humanos hubiéramos sobrevivido al cambio de milenio (cosa que me daba igual y apenas entendía), sino porque acababa de apuntarme a uno de los equipos de fútbol de mi ciudad, Huesca, cuya población no llega a los 50.000 habitantes. Tenía apenas ocho años, las piernas frescas y la ilusión de cualquier otro chaval del mundo cuya aspiración es la de ser futbolista. 

Allí era el único negro del equipo. Una diferencia que con esa prácticamente no tendría que conocer más allá de lo anecdótico o lo descriptivo, como quien tiene una nariz o unos dedos por cuya presencia no reparamos. Sin embargo la realidad nunca fue así y, como otros compañeros con los que comparto negritud, tuve que soportar algún que otro incidente racista.

Dicen que la historia se repite, que son ciclos de estructuras similares y actores diferentes. Supongo que esta máxima también se aplica a pequeña escala, pero sin presupuesto para cambiar las caras, como si fuera una serie de películas baratas. Para mí volvió ese ciclo tiempo después, cuando los calendarios romanos marcaban el año 2012 y los mayas decían que la humanidad llegaría a su fin el 21 de diciembre. Aquel año estudiaba periodismo en Madrid y convivía con la predicción maya, pero también con otras previsiones más agoreras (y que objetivamente para mí eran mucho peores) porque pronosticaban el final del periodismo. Ni más ni menos.

Años después un compañero periodista con muchos años de trabajo a las espaldas me dijo que nunca vivió una época en la que el periodismo dijera que estaba bien. La llegada de las redes sociales y el cambio del soporte de lectura del papel al digital supusieron unos cambios naturales que en boca de quienes pontificaban, casualmente los que trabajaron siempre en papel, iban a acabar con el periodismo. Esa gente sigue pontificando como si nada, lo cual me parece un chiste.

Lo que siempre estuvo claro es que Internet y las redes sociales traían consigo una nueva manera de hacer las cosas, un panorama inédito para que los medios de comunicación clásicos se enfrentaran a una elección entre renovarse, adaptarse o morir. Abrir las ventanas también ha servido para que nuevos medios se hicieran hueco con mayor o menor éxito. Así apareció eldiario.es en 2012, donde tres años más tarde comencé a formar parte de un equipo relativamente nuevo en su corto recorrido, pero sobre todo por su sistema de socios pionero y la visión del periodismo.

Pero allí también soy la única persona negra. Es más, hay gente en las redes que dice que soy “el negro de eldiario.es” o que me contrataron por ser negro, como una muestra de modernidad y un guiño a la diversidad, en vez de por méritos profesionales y académicos, como si en mi currículum vitae pusiera solo: “Moha Gerehou. Negro”. Son comentarios a los que sinceramente no doy importancia, pero sí me sirven para impulsar reflexiones más profundas que conciernen al periodismo y su gran importancia en el relato de la realidad. 

La primera es obvia, y es que sigue siendo extraño ver a personas negras en los medios de comunicación, mientras que en otros espacios está absolutamente normalizados. Corríjanme si me equivoco, pero nunca en mi vida he oído a nadie decir, ante un grupo de obreros de la construcción, soltar un: “Mira, el negro de la obra”. Hay espacio en los que se nos espera cuando en otros somos intrusos, y los medios de comunicación forman parte de este segundo grupo. Aunque por encima de todo tendríamos que saber qué nos impide a las personas negras formar parte de los medios de comunicación cuando somos parte activa de la sociedad. Básicamente nos debemos cuestionar donde está puesto ese techo y quién lo ha construido.

Una vez conversando con Lucía Mbomío, periodista de la Radio Televisión Española (RTVE) me comentaba que la presencia de personas negras tanto en el ente público de comunicación como fuera apenas había cambiado, y eso que llevaba más de diez años en la profesión. Ella es un ejemplo de periodista negra que ha llegado, pero el foco se tiene que trasladar hacia el punto en el que se produce ese corte que hace que la presencia de Lucía siga siendo una excepción y no la regla.

Siempre cuando paso por los colegios me fijo en la gran diversidad étnica y racial existente, lo cual me choca mucho con el panorama que viví y en la universidad. Éramos cuatro personas negras, uno de ellos conocido en mi grupo coloquialmente como 'el falso Moha'. Pero a lo que voy es al por qué toda la diversidad de las etapas obligatorias del sistema educativo no tiene su trasposición en los estudios superiores. 

A eso le debemos sumar la falta de referentes en los medios, consecuencia del punto anterior. Personas con historias de vida similares en esas posiciones que permitan abrir el campo visual a una parte de la sociedad que nunca tiene un espejo al que mirarse.

Por último, las barreras de acceso que van desde la dificultad para acceder a un empleo si eres migrante por el muro de la Ley de Extranjería a la invalidación de los conocimientos adquiridos en los países de origen, sobre todo desde el Sur Global. Hay una gran cantidad de mujeres migrantes dedicadas al trabajo del hogar con estudios en sus países, pero que no pueden ejercer en España con las titulaciones que obtuvieron. La Academia y las instituciones rechazan ese conocimiento, no lo validan porque no está realizado bajo sus estándares y perspectivas. Una tragedia de consecuencias vitales ya que condenan a una mayor precariedad.Son varios factores los que se entremezclan en un cóctel social perfecto diseñado para que las mismas voces transmitan lo que ocurre. 

Las historias las cuentan los vencedores, y estos suelen mayoritariamente ser hombres, blancos, heteros y con poder económico. Chimamanda Ngozi Adichie explicó muy bien el problema que supone en 'El peligro del historia única'. Así lo demuestra un vistazo rápido a las direcciones de los medios de comunicación españoles, casi siempre liderados por personas de este perfil exceptuando algunos casos. Este problema no solo cabe mirarlo desde una perspectiva económica, el análisis también lo debe atravesar una crítica desde la mirada racial, sexual, de género y todas aquellas identidades y realidades históricamente excluidas e inferiorizadas.

La discriminación dificulta sobremanera la llegada, pero una vez ahí sigue sin ser fácil. Un estudio del periódico británico The Guardian, publicado en el año 2016, dio en el clavo mostrando unos datos contundentes desde los cuáles bucear hasta las causas estructurales que los provocan. Tras recopilar todos los comentarios que se habían vertido en su portal web desde el 2006, concluyeron que de las diez firmas que más acoso sufrían, ocho eran mujeres (cuatro blancas y cuatro racializadas) y dos hombres, concretamente negros. Además, en ese Top-10 había tres homosexuales, una musulmana y otra judía. La gran paradoja la pone que el grueso de las firmas del medio eran de hombres blancos, heteros y, de señalar entre una religión, cristianos. Pero ninguno está entre los diez más acosados. 

Ese mismo año de 2016 subí una foto a Twitter que desató una gran polémica en las redes sociales. Iba de camino al trabajo cuando en la Plaza Mayor de Madrid me encontré con una concentración de legionarios, con sus banderas y atuendos, pidiendo que se mantuviera la calle en honor a Millán Astray, uno de los grandes representantes de la dictadura y los ideales de Francisco Franco. El Ayuntamiento de Madrid decidió por aquel entonces eliminar esa referencia en el callejero de la capital al militar, un cambio que los más reaccionarios no toleraban. Al llegar y ver el panorama me hice un selfie que subí a Twitter con el pie de foto: “La cara que se te queda cuando pasas al lado de un grupo de legionarios que pide una calle para un franquista”.

Lo que siguió a aquel tuit fue de una violencia para mí inusitada hasta la fecha. A las críticas habituales de este sector contra quienes defienden el cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica se sumó una violencia racista que superó todos los niveles. Mi mensaje no fue ni mucho menos una de las mayores acciones contra aquella reivindicación fascista, pero lo que recibí a cambio ilustra muy bien cuando desarrollo mis opiniones políticas en los medios, tengan que ver con una cuestión racial. 

Mucho del cuestionamiento que me llegó no era por el hecho de apoyar una medida considerada “de izquierdas”, sino por el hecho de que como persona negra opinara sobre un tema político que afectaba a los españoles. Nací en Huesca, pero mi negritud no es sinónimo de españolidad por esa concepción monolítica y rancia de lo que es ser español o europeo, terreno reservado exclusivamente a los blancos. Estos son cinco ejemplos reales que demuestran por dónde van los tiros:

"Ud no sabe nada de historia española, cállese malagradecido y si no le gusta marche por donde vino"

"Que digo yo bobo que no tendremos bastante con la mitad del país criticando a la otra mitad para q vengas tu a hacer chistes"

"Al menos ellos son españoles, tú no"

"Cuando vas a hablar de las violaciones masivas en el norte de Europa de los refugiados islamistas?"

"Tu que coño sabrás, garrapata,.vete a tu país a vivir del cuento"

Esta misma lógica se aplica a lo que ocurre en los medios y en la interacción con los lectores o espectadores. Recuerdo que en mis inicios en eldiario.es, cuando escribía temas para la sección de Economía, algunos comentarios que me dejaba en las redes distaban de la discrepancia y la crítica que abundan en otros textos similares, y pasaban a atacar directamente mi condición como persona negra de origen migrante. 

Ocurre lo mismo, tanto dentro como fuera del periódico, con aquellas feministas que osan a aparecer en los medios de comunicación, sea con discursos relacionados con el género o no, cuyo cuestionamiento y la violencia a la que son sometidas siempre se focaliza en su condición de mujer, dejando caer sobre ellas los designios del patriarcado. Columnistas como Barbijaputa en eldiario.es o las mujeres que sacan adelante 'Afroféminas''Pikara Magazine' conocen muy bien esta realidad. 

Ante esa realidad en los medios de comunicación, ¿qué nos queda? Ahora que en el debate público tiene un mayor peso la importancia de que las diferentes realidades e identidades que ocupan la sociedad estemos en todos los ámbitos, algo especialmente impulsado desde el feminismo como con la iniciativa #LasPeriodistasParamos, surgen otros interrogantes que conviene poner sobre la mesa. ¿Cómo podemos garantizar al máximo posible que las personas racializadas y migrantes disfrutemos de espacio mediático sin ser sometidos a una violencia que nos pone en el punto de mira?

Los discursos que los medios de comunicación tienen tan bien aprendidos sobre la lucha contra las presiones que reciben del poder político y económico, y que se transforman en iniciativas concretas, deben incorporar en su visión la respuesta a las presiones del poder racista, machista u homófobo, de lo contrario los medios pueden ser una manera más de arrojarnos a un territorio hostil lleno de los leones. Desde iniciativas que eviten todas las barreras en las contrataciones a las que buscan poner fin al acoso en las redacciones, hasta llegar a la manera de garantizar la libertad de expresión hacemos periodismo u ocupamos un espacio mediático. Debemos reflexionar y especialmente actuar para garantizar el pleno ejercicio de los derechos de quienes nos enfrentarnos a distintas discriminaciones. Y eso pasa por revisar tanto las iniciativas ya existentes como por aplicar una mirada amplia en todo lo que está por venir. 

Esto último me recuerda a un congreso organizado por una fundación progresista que llamaba a hablar sobre 'Periodismo y Migraciones'. Estaba lleno de nombres de periodistas que realizan una gran labor y con trayectorias incuestionables, pero me llamaron poderosamente la atención dos ausencias. La primera fue que apenas había personas migrantes en alguna parte del evento, y las pocas asistentes tenían un trabajo que no estaba enfocado en el Estado español, sino que contaban mayoritariamente la realidad de otros países. La segundo es que inherentemente tampoco estaban presentes iniciativas periodísticas impulsadas y trabajadas por personas migrantes. Se me vienen a la cabeza el portal EsRacismo, Afroféminas o Afrokairós, por poner algunos ejemplos vigentes.

La gravedad del asunto es que a día de hoy el espacio mediático, cuando se trata de personas migrantes y racializadas, sigue reservado para cuando somos sujetos de estudio y no como dueños de nuestra identidad política. E incluso en los momentos en los que esa presencia puede tener una justificación, un vistazo con perspectiva global echa por tierra lo hecho.

Cada vez que se produce un atentado terrorista reivindicado por grupos ISIS, la presencia de personas árabes y musulmanas en los medios se multiplica al instante. El modus operandi suele ser el mismo: que la población musulmana se desmarque del acto terrorista y digan alto y claro que no están de lado del terrorismo, lo cual lleva implícitas varias cuestiones. Lo primero es que quienes tienen que intentar desmarcarse de un atentado deben de ser sus responsables, directos e indirectos, no los que comparten alguna condición (en este caso la religión) con los perpetradores de una masacre. De lo contrario ya se ha dictado culpables, en este caso toda la población musulmana, que solo puede sentarse ante el ojo mediático a suplicar la compasión del resto.

Y lo segundo es que la presencia de personas árabes y musulmanas en medios de comunicación en calidad de expertos prácticamente solo se da con atentados. El resto del tiempo es muy difícil, por no decir imposible, ver a una mujer con hiyab en un debate sobre la situación económica u opinando del conflicto catalán. El espacio mediático se reduce entonces a la condición racial, migrante y religioso, casi siempre como víctimas o verdugos, y deja muy poco espacio a nuestro papel de sujetos con capacidad para comunicar más allá de la raza, el origen o la religión.

La interseccionalidad no es un concepto y la diversidad no es un objetivo, sino que ambos son realidades existentes que si no se dan socialmente es por causas históricas sustentadas en la discriminación. Lo cuento porque en los pocos años que llevo de militancia en la lucha antirracista solo oímos promesas por cumplir y peticiones de paciencia porque las cosas cambiarán.

Hay profecías por construir, pero especialmente por cumplir, y en el debate sobre el futuro de los medios de comunicación en España esa revisión todavía está por hacer, siguen siendo necesario poner en la mesa la conveniencia de que el periodismo sea diverso para poder contar mejor un mundo diverso. Tengo la certeza de que el periodismo merece siempre ser contado desde el mayor número de ojos posible y ser capaz de capturar la fotografía completa para ser riguroso y veraz, fiel a la realidad y crítico con los abusos cometidos por todas las formas del poder.

Las soluciones solo vendrán de un debate colectivo con unas líneas simples que con el recorrido serán más complejas, tanto de pensar como de instalar en la sociedad. Unos medios de comunicación cuyos profesionales sean una representación real de la sociedad, sin barreras económicas, raciales o de género. Un proceso de comunicación que cuide todo esos aspectos y los tenga en cuenta sin perder un ápice de rigor. Unos resultados que cumplen con los pilares clásicos del periodismo y amplíe los conocimientos y la información de toda la sociedad sin pasar por encima de otros derechos fundamentales. En un contexto en el que los derechos y libertades están más en juego que nunca, el periodismo es más necesario que nunca como uno de los mayores vigilantes del poder y como garante del ejercicio de la libertad de expresión.

Cuando apenas levantaba un metro del suelo la primera profecía me señalaba como el único negro del equipo. Años después, la segunda apuntaba al futuro del periodismo. La tercera profecía tiene que venir de la unión de ambas visiones en una sola que junte la cuestión racial con el periodismo para crear una sociedad justa en todos los niveles. Está en nuestras manos, en las de los medios de comunicación y en las de las instituciones que se ponga de verdad sobre la mesa y que se cumpla. Son los pasos imprescindibles para una profecía mediática que tiene que llegar.

'This is adapted from an essay in Lost in Media: Migrant Perspectives and the Public Sphere, edited by Ismail Einashe and Thomas Roueché, featuring contributions from Tania Bruguera, Moha Gerehou, Aleksandar Hemon, Lubaina Himid, Dawid Krawczyk, Antonija Letinić, Nesrine Malik, Nadifa Mohamed, Ece Temelkuran, Menno Weijs and André Wilkens. Used with permission of Valiz and the European Cultural Foundation. Copyright © 2019.'

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