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Que se rasquen

Maruja Torres

Cinco escaños, atuendos informales, una insolente juventud, y ya están los sospechosos habituales de los partidos de costumbre poniendo el grito en el cielo, al tiempo que los medios de comunicación afines, es decir, los que se dedican a muñir las tetas del sistema, sea en su versión política o en la bancaria y empresarial, o en todas a la vez, sacan sus vocablos de producción masiva para confundir al personal. “Ingobernable” (la situación, si esto sigue así), “radicales” (metiendo en el mismo saco a todos los que les sobran para su prudente proyecto de hipnosis nacional, mezclando a lepeneros con izquierdistas); y, también, frikis. Echo en falta algo sabrosón procedente de Ana Botella, pero si no lo regurgita antes de que este apunte se publique, podemos recurrir a su inagotable fondo de armario. Su famosa comparación del sentir de la calle con la Revolución Francesa -que guarda en el estante de los sombreros para cabezas cortadas- nos viene ahora y, nunca mejor dicho, al pelo.

De todas las palabras a cuya prostitución por parte de los distintos poderes hemos asistido en los últimos años, lo que peor me sienta es el nuevo significado que se les atribuye a liberal -que era, antes, la definición de un pensamiento muy respetable- y a radical, que en la nueva interpretación de estos violadores del verbo engloba a cualquiera que no esté de acuerdo con ellos. En cuanto a la ocurrencia del frikismo, ya ha sido contestado por columnistas de fuste.

Por el momento me hallo muy ocupada esperando que el ministro de la Porra y la Cruz aproveche que está en el Valle de los Caídos para escalar ese monumental grupo escultórico, obra de Juan de Ávalos, que hay en la entrada, y que muestra a un pedazo de travestón disfrazado de Dolorosa con un señor en bragas muerto en su regazo. Eso sí que es el monte Rushmore de los frikismos patrios.

Volviendo al principio, yo, que no les voté -soy una clásica, lo hice al Partido Verde- observo a Podemos con aprecio y respeto, le tengo, además, un gran cariño histórico a Jiménez Villarejo y, sobre todo, me han colmado de gozo las reacciones de los otros en el después. Cómo les pica.

Es posible que estos sepultureros que ahora se palpan a ver si les han robado la cartera no estuvieran tan alterados si el millón de votos que ha ido a Podemos hubiera votado a Falange Española, la cual cosa equipararía su desdicha a la de Hollande y Cameron.

Mira por dónde, en España siempre estamos a la contra. Cuando en Europa pintaban bastos aquí teníamos al Zapatero del primer mandato, y, ahora que allí pintan neonazis, aquí pensamos que ya tenemos bastante derecha extrema con la que gobierna. Crece la esperanza entre la gente que se niega a ser aplastada. Un poco a la manera de Portugal y Grecia, países que, como nosotros, no olvidan que sufrieron dictaduras.

El gran tótem de la Transición, ese obstáculo plantado a las puertas de nuestro futuro, sigue tambaleándose. Hurra.

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