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Vaya, venga, voy

Maruja Torres

Hay algo espléndido, germinal, en este estrépito con que se azotan las diferentes mareas en el Congreso, incluso aquella que, yerta, se queda varada en la orilla como un pez muerto, un pez con barba que observa boquiabierto a los jóvenes, con sus pelos y sus mochilas y su bebé. Eso es lo mejor: la profunda perplejidad del hombre que nunca estuvo allí para enterarse de lo que vale un peine, y que aún hoy no comprende la medida de la peineta que se le ha mostrado: menos de lo que queríamos, más de lo que esperaba.

Finales y comienzos se refrotan en el Hemiciclo, reaparecen personajes del pasado, se subastan sillones, nadie es perfecto y nada lo es tampoco, pero esto se mueve y vamos a ver: porque nunca la composición del Congreso ha sido tan variada. La parte buena es que ahora les conoceremos en la nueva acción. Y ellos verán.

Entre tanto, en la Cataluña, después de una espectacular pirula, practicada en el último momento por la Santa Burguesía sobre la Ingenuidad Revolucionaria, tenemos por fin lo que querían tener: continuidad de la derecha local, el puto amo, al timón de la su patria. La gente como yo, que no participamos ni estamos interesados en el Procès, vamos a sufrir un asedio de beso con lengua en los próximos meses que ni os quiero contar. Pues son lo bastante listos para saber que necesitan ser más para ser, definitivamente, los únicos.

Me aburren y me cansan, estoy de héroes y de mártires y de víctimas y de agobiados hasta el prefijo, y me quiero ir. De vacaciones. Llevo semanas preparando uno de esos viajes que necesito, y os lo cuento porque durante un mes estaremos sin esta comunicación que tanto me gusta. Soñé mucho con que mis piernas y otros huesos estuvieran lo bastante bien para poder hacer algo que deseo: un viaje largo, largo, a cuyo extremo me esperan amigos a los que amo bien. Voy a abrazarme a gente que me importa, y a hablar de otras cosas, de otro periodismo. Voy a salir de la pelusa del ombligo. Y os prometo que, a mi vuelta, estaré mejor, vistos los pájaros de Bangkok y contando con que no me retengan en el aeropuerto junto a la huella de nuestro MVM. Qué gusto: callejear pero sin turistear, perderme entre benditos amarillos con sandalias, rascarme mis propios pies y disfrutar del alejamiento, al tiempo que recupero el vasto mundo y hago planes, quizá, para algún día desaparecer.

Estaremos en contacto en las redes, en mi querido Twitter, en Face, y puede que le dé un buen meneo a mi blog, que tengo desatendido. Hablando de otras cosas, cortito, notas de viaje, fotos.

Dentro de un mes. No es mucho. Cuidaos.

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