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Sólo si es sólo (y que me tilden de tildista)

Juan Ramón Jiménez, en su casa de Moguer.

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Sólo en esta ocasión voy a estar de acuerdo con Pérez-Reverte, que se ha convertido en el principal valedor de la tilde de ‘sólo’ y ha vaticinado con sorna un pleno tormentoso en la Academia de la lengua este jueves. No sólo él tiene claro lo que está en juego. Somos muchos los que comparamos esta batalla a las que sólo libraríamos por las cosas importantes de la vida: que te quitaran un click en el patio del colegio y ese tipo de agravios. Peleabas con el cuchillo entre los dientes: sólo faltaría. 

Hace unos días la RAE modificó la redacción de la norma relativa al uso de la tilde en ‘solo’. Se introdujo un inciso que, según algunos académicos, cambia la norma y según otros sólo cambia la redacción. En anfibologías como esta radica el misterio de la lengua, pero tanta sutileza se nos ha ido de las manos, y los tildistas -que no habíamos desaparecido, sólo estábamos en modo células durmientes- nos hemos vuelto a agitar. 

Mantener la tilde se trataba para mí, hasta ahora, tan sólo de una cuestión sentimental, lo admito sin ambages. Cuando la RAE reformó su Ortografía en 2010 y decretó la abolición de la tilde, aunque no sólo, intenté cumplir. La erradiqué de mis textos, pero sólo aguanté unos días. “Solo” es una palabra escasa, desvestida. Tiene algo lúgubre, y arrancarle la virgulilla que le daba un techo, me la presentaba aún más desvalida. De veras lo intenté y no pude: sólo quedaba indultar la tilde. 

Con los años he perseverado en escribirla, y he encontrado más razones para atrincherarme en mi posición, casi todas poéticas. Ahora ya sólo sé que la tilde es imprescindible aunque no sé para qué. Por ejemplo para toparse con este verso de Juan Ramón Jiménez -“¡Yo solo vivo dentro/ de la primavera!”- y saborearlo. Juega a los significados posibles, a despistarnos con una frase que no podría ser más sencilla. Y lo hace con la sintaxis y con la tilde. El adjetivo ‘solo’ suele colocarse después del verbo (salvo en usos enfáticos o poéticos) y, Juan Ramón lo antepone, es decir, lo coloca en la posición más habitual del adverbio, pero le quita la tilde. Vaya usted a saber con qué intención lo hizo, pero es genial gracias a las reglas de ortografía vigentes sólo hasta 2010. Compone un verso sencillísimo que se ha de leer dos veces. Degustamos la ambigüedad, pero sólo como quien moja el pan en la salsa, una pizca. Nos lanza, pero nos rescata al momento. Hala, que vengan ahora los gramáticos  -no todos, sólo los que en vez de corazón tienen un pisapapeles- y digan que en caso de ambigüedad, en vez de tilde se puede usar “solamente”. Sí, se puede, pero los adverbios acabados en -mente son como la peste bubónica: matan no sólo en verso, sino también en prosa. Yo evito que proliferen porque contagian.

A Juan Ramón no le gustaría verse convocado a este campo de batalla: él era naturalista en cuestiones ortográficas, y no estaba solo: también lo fue siglos antes Teresa de Jesús. Pero se ve que en esta guerra no se hacen prisioneros: al director de la Academia lo han tildado, nunca mejor dicho, de tildista, sin haberse pronunciado sobre la tilde de sólo. 

Decía que hasta ahora defendía la tilde sólo por sentimentalismo poético, pero cuando veo cómo se están creciendo en este lance los gramáticos, sólo puedo pensar que la batalla se ennoblece y se llena de matices. Los lingüistas se multiplican y yo me alegro: cuando estudié éramos sólo un puñado de gente, aunque eso sí, unida en torno al consenso tildista. Lo malo es que toda esta muchedumbre de filólogos se ve tan llena de razón que sólo puede perderla. Cuando nos explican en su argumentación incesante por qué la tilde diacrítica no tiene sentido en la palabra ‘solo’, deslizan su irritación por los resistentes, los que sentimos sólo compasión, y mantenemos la tilde sin ánimo de ofender, sólo porque nos violenta erradicarla. 

En esta apología de lexicógrafos, y no sólo, veo engordar una deriva neoliberal en el discurso. Sin rodeos, reivindican a los tecnócratas de la lengua. Y llegan a producirme auténtico estupor cuando esgrimen la ciencia como si estuvieran recomendando la vacuna, cuando este último revuelo se ha producido sólo porque los gramáticos han redactado un párrafo que no se entiende. Algún anti-tildista ha llegado a criticar la presencia de escritores en la RAE. Al parecer, les irrita que se pronuncien sobre la lengua con autoridad, como si supieran algo de las palabras, no siendo lexicógrafos. ¡A dónde vamos a llegar! Está claro que en cuestiones de lengua hay algo de ciencia y algo de estulticia, pero no sólo.

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