Qué verano de tsundoku (libros que compras y no lees nunca)

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Estaba haciendo mi maleta de las vacaciones y empecé a echar uno, dos… cinco, ¡doce!, ¡catorce! ¿Pero adónde voy, que llevo más libros que bragas? 

La cosa no quedó ahí. Desde que llegué a esta casa de paso, de alquiler de verano, he comprado siete más. Así puedo apilarlos al lado de la cama para no leerlos nunca y dejarlos en la mesa del salón, amontonados, para no abrirlos jamás. 

Acumulo libros hasta cuando viajo. Pero no me angustia. Lo mío no tiene nada que ver con la avaricia ni con el síndrome de Diógenes. Hace unos años descubrí una palabra que me dio la explicación: tsundoku (apilar libros que no lees, comprar libros que van directos a la estantería).  

Fue en el verano de 2018. En la prensa británica y después en la española empecé a ver artículos que hablaban, con asombro y fascinación, de esta palabra japonesa que describe un hábito que tenemos muchos, pero que no podemos nombrar porque en nuestra cultura no tiene nombre. En español no hay un término que describa esos libros que compramos porque ya los leeremos cuando podamos o porque queremos tenerlos aunque no los podamos leer.

Desde aquel verano, de tanto en tanto, veo la palabra tsundoku en los periódicos y hasta tiene una entrada en la Wikipedia en español. Pero esta voz tan útil no ha bajado ese pequeñísimo peldaño que hay entre la prensa y las conversaciones de la calle. Nadie la dice aún.  

Asimilamos cada día decenas de voces en inglés y las pronunciamos con bravura, como si decir friendly, looping o call girl nos hiciera más listos y actuales. Pero nos cuesta la de dios usar voces de idiomas y culturas que no nos son tan familiares. Nos pasa con el japonés y ¡cuánto nos perdemos! Adoptar palabras y conceptos de culturas muy distintas nos expande el pensamiento y empuja los barrotes normativos del lenguaje.  

Qué bien nos vendría incorporar un concepto y una palabra japonesa como ikigai: la razón por la que te levantas cada mañana, el propósito de tu vida. O wabi-sabi: la belleza de lo imperfecto. Está claro que nos gustan estas voces, porque les dedicamos artículos en prensa, pero no nos atrevemos a decirlas en la barra de un bar. 

Quizá porque desconocemos sus lógicas. ¿Es un nombre o un adjetivo? ¿Cómo lo puedo decir: “Mi ikigai es crear un videojuego” o “Tengo el ikigai de crear un videojuego”? ¿Diríamos “Esta casa tiene wabi-sabi” o “El wabi-sabi de esta casa está en el gotelé rasposo”? Titubeamos. Tememos pronunciarlas por si no nos entiende nadie o si nos toman por chalaos

Y así, encerrados en nuestras resistencias, y rechazando lo desconocido, hubo quien tradujo tsundoku como bibliomanía, pero eso es dar gato por liebre. Estas dos palabras hablan de cosas distintas. Y aunque, curiosamente, ambas nacieron como una mofa, no se reían de lo mismo. 

En 1809 el reverendo Thomas Frognall Dibdin publicó en Inglaterra Bibliomanía; o la locura por los libros. En esta novela aparecían varios personajes con una neurosis: coleccionar ejemplares únicos, primeras ediciones, ejemplares sin cortar... Dibdin se estaba burlando de la obsesión que tenían muchos aristócratas por coleccionar los volúmenes más exquisitos. 

La palabra caló en Inglaterra y en España, porque en 1884 ya estaba en el Diccionario de la RAE, con el significado que le dio el reverendo anglicano: “Pasión de tener muchos libros raros o los pertenecientes a tal o cual ramo, más por manía que para instruirse”. 

Mientras, en Japón, la palabra tsundoku se reía de otra cosa. En un texto de 1879 hablaban, con cierta sorna, de un tsundoku sensei. De un maestro que acumulaba libros que no leía nunca. Y ahí quedaba el primer registro escrito que se ha encontrado de esta voz formada por la unión de tsun (de tsumu: apilar) y doku (leer). 

Hoy en ninguna de las dos palabras resuena el matiz satírico de sus inicios. No hay retintín en tsundoku, y bibliomanía aparece más parca en el diccionario: “Propensión exagerada a acumular libros”. Pero las dos palabras siguen hablando de cosas distintas. El énfasis de la bibliomanía está en acumular libros. El acento de tsundoku está en no leerlos. La bibliomanía tiene que ver con el coleccionismo y el tsundoku con la curiosidad. 

Y ya que no hay una palabra en español que hable de este impulso por comprar y apilar y creer que vas a leer y comprar más y pensar que ya los leerás, ¡qué bonito sería, por fin, hacer nuestro el tsundoku! ¿Para qué inventar una palabra si ya existe esta? ¿Por qué construir una voz de la nada si ya hay una con sus raíces, sus matices, su historia y su identidad? 

Tendría sentido traducir tsundoku al español en vez de decirla en japonés si tuviéramos una palabra que significara lo mismo (es razonable decir bajo coste en vez de low cost o decir silenciar en vez de mutear). Pero como no hay voz en español, ¿por qué no adoptarla, en un cruce de culturas y amplitud de miras? Y qué bien vendría abrir las puertas a nuevos sonidos y que las palabras nuevas sonaran más a otaku o kawaii que a botox like o face cupping. Más fácil es pronunciar el japonés, que apoya todas sus consonantes en una vocal, que este inglés que en vez de a pronunciar, nos pone a disparar: it!, ask!, punch! Más bonito el repiqueteo de otokonoko que el renqueo de train smarter.

Aún me quedan unos días de vacaciones pero estoy pensando comprar una maleta más para poder llevarme el montón de libros que tengo aquí. Ni los estoy leyendo ahora ni los leeré cuando vuelva a Madrid. Pero los apilaré al lado de mi cama o los pondré en una estantería.

Hay quien cree que esos son los mejores libros. El ensayista Nassim Nicholas Taleb dice en El cisne negro que los intactos valen más que los leídos. Dice que con el tiempo, vamos acumulando conocimientos y libros. Y esos libros empiezan a mirarnos de forma amenazante. Y cuanto más sabios somos, más estanterías llenamos de libros sin leer. Y esa colección de libros es nuestra antibiblioteca. Otra palabra que a muchos nos viene al pelo.