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José Elías, su capital y la dignidad humana
José Elías, si llamas a alguien un sábado a las once de la noche para medir su nivel de compromiso con la empresa y contigo, lo que haces es reafirmarte en la idea de que aún puedes comprar la dignidad de un ser humano.
¿Qué asunto laboral puede ser tan urgente que no pueda anotarse y esperar menos de 48 horas? ¿De verdad es tan importante como para interrumpir la vida personal de alguien un sábado a las once de la noche? Más allá de comprobar si esa persona cuida de su dignidad y no se convierte en tu esclavo.
¿Será que tú no descansas? ¿Trabajas las 24 horas del día, los 7 días de la semana? Si es así, por pura lógica, eres esclavo de tu propio capital. O quizá simplemente seas un pésimo empleador incapaz de organizarse y trabajar eficiente. Lo que transmites con estos mensajes es que no tienes vida: que solo vives para acumular dinero, y más dinero, lo que te convierte, como ya dije, en esclavo de tu propio capital.
Si alguien no te contesta un sábado a las once de la noche, no significa que no tenga compromiso, sino que conserva su dignidad. Para explicarlo, me remito a un debate entre Thomas Piketty y Michael Sandel en París en 2024 sobre qué es la igualdad y por qué importa.
En ese debate, Sandel nos invita a imaginar un Estado de bienestar muy generoso, en el que todas las personas tuvieran acceso a bienes básicos como salud, educación, vivienda y transporte, además de una participación y voz política adecuada. Todo ello sin alterar las desigualdades de renta y riqueza. Entonces lanzó la pregunta: ¿seguirían siendo un problema esas desigualdades?
Piketty respondió que sí. La desigualdad de renta y riqueza afecta directamente a la dignidad en las relaciones humanas y de poder. En concreto, genera desigualdad en el poder adquisitivo sobre el tiempo de los demás. Por ejemplo, si alguien, gastando el equivalente a una hora de sus ingresos, puede comprar un año entero del trabajo de otra persona, se crean distancias sociales preocupantes.
Y aquí vemos a personas como José Elías, que no se limitan a comprar tiempo dentro de los límites de un contrato acordado entre ambas partes, sino que van más allá, exigiendo tiempo personal. Ese tiempo en el que se supone que cada persona tiene la libertad y la dignidad de decidir cómo ocuparlo. Eso, José Elías, es una cuestión de dignidad. Una clienta que compra semanalmente en La Sirena te pregunta: ¿respetas la dignidad de las personas?
Piketty también señala que la distancia monetaria entre las personas no es solo económica, sino también social. Pensemos, por ejemplo, en la influencia de las empresas y los medios de comunicación en el espacio público y en la opinión colectiva.
Con esto en mente, volvamos a José Elías, y a su influencia en la opinión pública. Con mensajes como este, lo que hace es sembrar el terreno para que el acoso laboral se perciba como una práctica natural y normalizada derivada de la relación laboral. En primer lugar, en la mente de quienes dirigen empresas, como una forma de medir el compromiso de su plantilla, legitimando el acoso laboral como un supuesto derecho adquirido por pagar un sueldo. En segundo lugar, en la mente de las personas asalariadas, sembrando la idea de que el compromiso se mide con prácticas que, en realidad, son acoso laboral.
Cuando Elías lo dice públicamente, en el imaginario colectivo deja de asociarse con el acoso y pasa a verse como una forma de “medir el compromiso”. Al mismo tiempo, lo que realmente siembra es miedo: miedo a perder el trabajo “por falta de compromiso” si un jefe llama un sábado a las once de la noche y no se le contesta.
Se supone que vivimos en un país con instituciones que velan por el cumplimiento de los derechos laborales. Me pregunto: en casos como este, en los que empresarios hablan públicamente y con total naturalidad de los abusos que ejercen, ¿no debería la Inspección de Trabajo actuar de oficio? ¿Qué opina el Ministerio de Trabajo?
Más allá de lo que puedan hacer las instituciones, esto debería hacernos reflexionar. Y, sobre todo, a ti, José Elías. Tienes mucho capital, mucho dinero. No necesitas reafirmarte en que puedes comprar el tiempo de la gente: ya lo haces. Pero si alguien te coge el teléfono un sábado a las once de la noche, no lo hace por compromiso contigo o con tu empresa. Lo hace porque tiene miedo de perder su trabajo. Cuanto más rápido conteste, más miedo tiene.
¿Querías saber si tu personal te tiene miedo? Pues ya lo sabes. Ahora, quizá, puedas descansar también los fines de semana.