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CRÓNICA

Iván Redondo ha leído las entrañas de un ave y se prepara para contarnos el futuro

Iván Redondo con Raúl del Pozo y José María García en la presentación del libro de Bolaño.

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En un país tan polarizado como España, se ha extendido una idea que supera todas las divisiones políticas y que comparten incluso familias rotas por el eje de la crispación. Iván Redondo vende tanto humo que debería estar regulado con las normativas de medio ambiente en la mano. En algún momento, la industria protestará por el hecho de que se le exija cumplir los límites de emisiones mientras el ex jefe de gabinete de Moncloa continúa dando entrevistas y poniendo en peligro los compromisos sobre el cambio climático.

Redondo, de 40 años, está en los primeros meses de su vida después de Pedro Sánchez. A esta etapa la llama “año sabático” a la que seguro que pondría fin de inmediato si recibiera una buena oferta de una gran empresa. Ha coincidido con la publicación de un libro sobre su figura escrito por el consultor y tertuliano Toni Bolaño, que fue durante muchos años el ivanredondo de José Montilla en el Gobierno y la Generalitat. Eso ha propiciado la participación de Redondo en la presentación del libro y en algunas entrevistas, como la de este jueves en el programa de Carlos Alsina en Onda Cero.

Él no es el primer consultor que asesora a un político sin llevar el carné de militante entre los dientes. No se puede negar que es el que ha alcanzado más notoriedad al pasar de trabajar para dirigentes del PP como José Antonio Monago y Xavier García Albiol a hacerlo para Sánchez en los últimos tres años. En Extremadura, terminó siendo elegido consejero del Gobierno de Monago, lo que permitía sospechar que estaba perdiendo el contacto con la realidad, y empezó a poner a su ego en la cinta de correr para que desarrollara musculación. Los resultados fueron óptimos. Un día se presentó en una comisión parlamentaria para responder a las preguntas de los diputados de PSOE y de IU y les soltó lo siguiente: “Estoy preparado para sus preguntas. Lo que no sé es si ustedes están preparados para mis respuestas”.

Redondo es una de esas personas que puede mostrarse arrogante hasta cuando hace gala de su humildad. Esa es una habilidad que no conviene desdeñar.

Después de su salida de Moncloa, el asesor inició su reaparición en el programa de Jordi Évole. Respondió a la gran expectación con un sonoro castañazo. Muchas de sus parrafadas eran ininteligibles para el espectador. Por momentos, parecía un chamán de la política algo colocado que tenía como prioridad no responder a las preguntas. Los responsables del programa decidieron insertar como final una breve escena de Redondo hablando con el equipo antes o después de la grabación en la que se le oía hacer comentarios un poco ridículos sobre si el encuadre era el mejor. Fue la venganza final del programa contra él por no haber dado un titular decente.

Para añadir un par de kilos de sal a la herida, Redondo dio otra entrevista a Susanna Griso en Antena 3 unos días después, donde sí dio algunos titulares, en general críticos con la estrategia de Moncloa. Ahora ha cogido carrerilla y ya tiene claro que debe ser más osado en sus pronósticos si pretende mantener el prestigio de su marca, sea el que sea. Ya no tiene periodistas que hablen bien de él porque quieren mantenerlo como su fuente en Moncloa, por lo que le toca pedalear en solitario.

En la presentación del libro de Bolaño, se animó a hacer un anuncio singular sin necesidad de justificarlo con ningún argumento. Era una profecía: “Si alguien piensa que se pueden ganar las elecciones con la gestión de la economía, va a ganar la derecha, seguro. Para mí, el tema de las elecciones generales es España y los dos planteamientos sobre España”. Eso suena trascendental y mágico. De hecho, casi todas las elecciones en casi todos los países se dirimen sobre la economía si no hay un suceso catastrófico de por medio. Por alguna razón, Redondo cree que la próxima campaña debería centrarse en el escenario en el que la derecha se siente más cómoda o al menos aquel en que grita más.

En otro anuncio que invoca poderes sobrenaturales, Redondo no para de repetir que Yolanda Díaz podría ser la próxima presidenta del Gobierno. El PSOE sacó 84 escaños de ventaja a Unidas Podemos en las últimas elecciones. No hay que hacer de menos a la vicepresidenta para pensar que el sorpasso no está en las previsiones más realistas. Lo que pasa es que Redondo también augura un nuevo 15M para dentro de dos años. Con estos ejercicios de adivinación, lo que tendría que haber hecho La Vanguardia es encargarle el horóscopo, no artículos de análisis político.

De momento, interesa saber qué pasó en Moncloa para que se viera obligado a dejar el puesto de consigliere. En su momento, se ocupó de filtrar a algunos periodistas que había sido una decisión suya. Al mismo tiempo, afirma ahora que él no tuvo nada que ver con la decisión bastante catastrófica de presentar la moción de censura de Murcia, lo que es cierto. Hay que pensar que si no le dejaron intervenir es porque Sánchez ya había decidido en marzo que su asesor más cercano le empezaba a sobrar.

Su credibilidad quedó muy tocada cuando dijo en Onda Cero que tampoco intervino en la campaña de las elecciones de Madrid, que acabó en un sonoro fracaso para el PSOE. Negó haber dirigido esa campaña, dijo que sus principales decisiones “eran de todos” y que él tampoco aportó mucho: “Mi contribución fue mínima”. Fue más ocurrente –ahí Alsina no podía contener la risa– cuando dijo que su intervención fue “a título particular”, como si la hubiera hecho en sus ratos libres y sin ninguna relación con su trabajo directo para Sánchez en Moncloa. Sólo pasaba por allí.

La idea de afrontar desde el primer momento las críticas a Ángel Gabilondo por su personalidad no precisamente excitante con el argumento de que era aburrido, pero serio y solvente se ha utilizado con frecuencia en campañas en EEUU. Mejor poner sobre la mesa tu posible defecto y hacerlo en términos que te favorezcan antes de que lo hagan tus adversarios de forma más aviesa o manipulada. Esa idea, que no llegó a funcionar con Gabilondo, tenía encima todas las huellas dactilares de Redondo, pero él nunca va a pelear por la autoría de lo que no funcionó.

Lo mismo se podría decir de todas esas promesas que hizo Sánchez en la campaña de noviembre de 2019 –no dormiría si Iglesias estuviera en el Gobierno o eso de que estaba dispuesto a traer a Puigdemont a España tirándole de los pelos si era preciso– y de las que ahora Redondo nunca aceptaría el copyright. Curiosamente, la última campaña que llevó a Sánchez a Moncloa contó con una buena dosis de ocurrencias no demasiado brillantes que es difícil que hubieran salido adelante sin el visto bueno de su asesor.

Es lo que suele pasar con los gurúes. Al final, siempre se descubre que no eran tan listos o que no tenían tanto poder. O las dos cosas a la vez.

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