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Vuelve la uniformidad

Albert Rivera, en el mitin de Barcelona.

Guillem Martínez

Barcelona —

Barcelona, Hotel Barcelona Sants. Estoy frente a la puerta de la sala en la que está a punto de realizarse el acto central de campaña de Ciudadanos. Un guardia jurado la gestiona. No podemos entrar, que la sala está llena. Frente a esa puerta nos apretujamos periodistas y aficionados. Afición C's, concepto: señores y señoras a los que, por lo visto, nunca jamás un guardia jurado les había dicho que no podían pasar por una puerta, algunos con pulseritas y pins con la bandera española.

Si les parece, mientras el Gobierno Provisional de C's gestiona mi petición para acceder al acto vía guardia jurado, les explico dónde estamos. Ubicación física: el Hotel Barcelona Sants es un hotel edificado encima de la estación de Renfe, Adif, o como se haya reprivatizado esta mañana a primera hora. Lo que le confiere un aire relativamente aislado. Por eso era utilizado por el PP para sus congresos locales, no sea que la cosa acabara como Bob Esponja, con espontáneos, horcas y antorchas.

Aquí me pelé un Congreso del PP hace mil años, cuando Aleix Vidal-Quadras/el techo del PP en Catalunya. Aquel techo se consiguió a partir de un anticatalanismo radical, cuyo eje era la cosa idiomática. El invento, y Vidal-Quadras, se fue al garete con el pacto PP-CiU. Momento en el que el PP, que nunca había tenido resultados muy lucidos en Catalunya, empezó a bajar, sin prisas, pero sin pausas. Para estas elecciones se esperan unos resultados marginales, más propios de un partido vegano que de uno estructural.

Ubicación espiritual: quizás, a su vez, estamos donde Vidal-Quadras lo había dejado. C's, ese intento meditado y exitoso de coger la derecha, sacarla del PP -un partido amortizado, condenado, tal vez, a desaparecer tras ser motor de la contrarreforma democrática, y de diversos casos de de financiación creativa-, y meterla en C's, es una derecha en progresión, que parece sustentada, en su génesis y primer acto -que finaliza en estas elecciones- en la cosa idiomática, que tan bien les fue en su día.

Vaya, por la puerta sale una señorita vestida de azafata de congresos, que autoriza la entrada al salón de un par de periodistas y de un par de candidatos. Yupi.

Interior Salón. No se cabe. Somos unos 300, como en las pelis de griegos cabreados. En primera fila, el staff. Es el liberalismo español, tal y como ha quedado tras 200 años de exterminio del liberalismo español. Señores con melena de a-mí-nadie-me-tiene-que-decir-hips-cómo-tengo-que-conducir, en pie, departiendo con el de al lado, para que les vea todo la sala. En las otras filas señores, señoras, parejas maduras, usuarios de otras clases sociales, ya descritas por Owen Jones.

Empieza el acto. Toma la palabra el parlamentario Carlos Carrizosa. Sinopsis: somos la pera, mil candidaturas en España, 90 en Catalunya. Luego, con aire sereno, va colando el punto de vista C's. “Somos una nación uniforme”; “el separatismo nos roba” -también, parece ser, por cierto, la España imperial-; “queremos una educación trilingue” -en Baleares, la desaparición del catalán en la escuela también se ha llamado trilingüismo-; “exigimos el respeto a la ley en materia lingüística” -en un primer momento, exigían la enseñanza monolingue, pero con la ley Wert, se han hecho más legalistas-. Hace alusión a la bandera -aplausos-. El tono es moderado, casi campechano. Parece que no habla desde la ideología, sino desde el sentido común. La derecha española es, en fin, un sentido común, que empezó a labrarse en 1492, cuando por sentido común, para potenciar lo que nos une, el hecho de que somos una nación uniforme, legalista, abierta al mundo, trilingüe in pectore, se expulsó al primer pack de ciudadanos. Desde entonces, no han parado. Parece que sigue siendo un buen negocio. Al parecer, en ocasiones, el único.

Interviene Carina Mejías, la candidata por Barcelona. Ex-PP, hija y esposa de militares, prosigue con la reivindicación de esa sociedad civil. Alude a las grandes amenazas que sufre Barcelona. No es el paro, la corrupción o el acné, sino el separatismo y el populismo venezolano. Alusiones a gogó a la libertad. Libertad es, en la derecha local, lo que empresa mixta en el centro-izquierda también local: algo que sólo se reivindica cuando has modulado el contrato.

Posteriormente, la candidata enumera un combate identitario en la ciudad en el que ella quiere participar desde, al parecer, la cosa sentido común, trinlingüismo, nación uniformizada, 1492. Nota mental: la candidata de C's a la alcaldía adolece de un conocimiento de Barcelona llamativo, y de una cultura municipalista. No es la única. El PP jamás presentó a nadie con el municipalismo en el cráneo. Esa es la opción de este año de ERC, otro partido que también superpone banderita a políticas municipales.

Barcelona -paréntesis filológico-, es una ciudad cuya seña de identidad, cuya razón de ser histórica, es el municipalismo. Poseedora de una de las instituciones municipalistas más protodemocráticas del Sur, tras la reforma del Consell de Cent, cuando la proclamación de la República en el siglo XVII. En el siglo XVIII, esas instituciones realizan la primera formulación de la democracia universal en la Península. Desprovista de instituciones electas desde 1714 hasta 1821, Barcelona aprovecha el paréntesis del trienio liberal para recuperar la planificación urbanística. En los breves periodos democráticos del XIX se autoplanifica desde el municipalismo como una posesa. En el siglo XX, el municipalismo crece. El Partido Socialista Radical, en el consistorio de los años 10, crea la escuela municipal, racional, sucesora del recién fusilado Ferrer i Guàrdia -la sanidad, ya hacía siglos que la gestionaba-.

En la II República, el municipalismo proyectó una ampliación de Barcelona hacia el sur, ideada, entre otros, por Le Corbusier, fundamentada en nuevas formas de propiedad. El socialismo barcelonés, recientemente fallecido, no dejó de encuadrarse en esa tradición de meditación de la sociedad a través del municipio, en ocasiones, en la dirección opuesta de la esperada. Anyway. Se trata de una tradición y un corpus de conocimientos demasiado extensa para sustituirla por una banderita como parece ser la actual propuesta.

Finaliza el acto Albert Rivera. Habla de un cambio similar al del 77, que no describe. Reivindica la Constitución, explica el municipalismo como la prolongación, al parecer, entre el conflicto entre esa constitución y “el separatismo”, y explica que la solución al encaje catalán es “que Ciudadanos gobierne en Moncloa y Sant Jaume”. La palabra que más utiliza es “españoles”. Acaba con un “España necesita un partido que diga las cosas como son”. Quizás la aportación de C's, no muy diferenciada del PP salvo, tal vez, en su mayor beligerancia lingüística -que ya es decir-, sea decir. Emitir sentido común de ese, recordar que lo normal es ser uniformes, que quien no lo sea, lo tiene crudo. Sustituir esa cruzada por la política.

En breve C's crispará hasta a un muerto. ¿Recuerdan los 90?

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