Gema Hassen-Bey, medallista paralímpica: “La falta de accesibilidad nos confina”
Algo tan sencillo y cotidiano como ir a buscar el pan fue “el primer Kilimanjaro” de Gema Hassen-Bey (Madrid, 1967). Después vinieron muchos más. Desde el accidente de coche que le provocó una lesión medular y la dejó en silla de ruedas con cuatro años, había estado sobreprotegida por sus padres. Hasta que, un día, se armó de valor. Cogió el dinero que había sobre la mesa, abrió la puerta de casa y bajó, como pudo, los tres tramos de cinco escalones cada uno que tenía su portal. Salió por primera vez sola a la calle y volvió, orgullosa y emocionada, con el pan bajo el brazo: “Con ese gesto, me di cuenta de que lo que me faltaba era vivir y tenía claro que, si me movía, el mundo se movería conmigo”. Desde entonces, no ha parado de ir de un lado para otro con su “Hassen bike” y ha superado barreras imposibles como una operación de espalda que la dejó un año ingresada y un cáncer de mama.
De niña, se vio obligada a dar clases con una profesora particular en casa porque su colegio no estaba adaptado a personas con discapacidad. Cuando entrenaba para prepararse para los Juegos Paralímpicos de Barcelona, en 1992, volvió a casa cada día, agotada y sin ducharse, porque no podía hacerlo en los vestuarios. Y para comprar aquella barra de pan, siendo una niña, tuvo que esquivar baches, bordillos, coches e innumerables muchas situaciones de peligro. Impedimentos que para el resto no suponen nada, pero que para alguien como ella, “con capacidades diferentes”, se convierten en obstáculos insalvables: “La falta de accesibilidad nos confina en las ciudades. Imagínate a alguien como yo que viva en África, en la selva, en la montaña o en la nieve”. Por eso, esta medallista olímpica, con tres bronces en esgrima en su palmarés, decidió emprender hace unos años su reto más ambicioso: escalar el monte Kilimanjaro, de casi 6.000 metros de altitud. Y convertirse así en la primera mujer en silla de ruedas en alcanzar esa cima.
Lo importante, explica, es “no ser la única”. Quiere conseguirlo cueste lo que cueste. Busca financiación y ayuda a través de la plataforma colaborativa, Diverscity, para desarrollar así una handbike de montaña, una aplicación para controlar sus constantes vitales y ropa especial que impida que sus piernas, al no estar en movimiento, se congelen durante la escalada. Se ha estado preparando a conciencia durante los últimos años, en el monte Monte Abantos y en el Teide: “Es lo más duro que he hecho en mi vida: la climatología, la pendiente, tirar del peso de mi cuerpo y del prototipo… Y, mentalmente, es muy complicado también, porque hay tramos que se hacen eternos”. En la ascensión del primero, cuando estaba a punto de llegar a la cima, después de trece horas sin parar, se bloqueó. Había tantas y tantas piedras que era imposible seguir y, además, estaba anocheciendo. “Les dije a la gente de mi equipo que quería ir campo a través, y que quería seguir mi propio camino”, recuerda. Lo consiguió, —en la montaña y en la vida—, y coronó la cumbre.
Durante la gran nevada de Filomena que colapsó Madrid hace unas semanas, Gema salió con su 4x4 a la calle y ayudó a trasladar a algunos médicos y sanitarios a los hospitales cercanos. Su mirada es dulce, pero incisiva. Con una trayectoria deportiva intachable y una capacidad de resiliencia invencible, Gema es una luchadora nata. “Soy mujer, estoy en silla, me apellido Hassen-Bey”, termina con una media sonrisa, “la vida me ha puesto muy pronto entre la espada y la pared, pero también me ha dado las armas con las que luchar por mis sueños”.
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