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Decisiones

Estos días los medios de comunicación han traído a la palestra el caso de Andrea, la niña gallega que padecía una enfermedad degenerativa e incurable. Yo no soy consciente de la trascendencia de una decisión así. No tengo hijos, no depende de mí una vida que está creciendo.

Este plantea muchas preguntas y no quisiera estar jamás en disposición de responderlas porque esa decisión es terrible. Una decisión es muy valiente y responsable, por un lado evita alargar un sufrimiento inevitable y por otro destroza a una familia que se mueve entre la paz y el desasosiego.

La vida son decisiones. Siempre son decisiones. Y cuando eres pequeño hay decisiones que toman por ti hasta que tienes uso de razón. Estas decisiones las toman tus padres la mayoría de las veces y hoy quiero hablar de mi madre. Hace unos meses hablé de lo importante que había sido, y es, mi padre.

No alcanzo a imaginar lo difícil que debe ser tener un hijo con discapacidad. A mí, como quien dice, me aguantan. Me explico. Yo soy así desde que nací, no conozco el término normal, no soy como los otros desde un principio, así que para mí no ha cambiado nada a día de hoy, luego cambiaría como ya dije en otra ocasión. Así nací y así sería para siempre.

Decidir. Desde que uno nace todo son decisiones: qué pañales, qué colegio, qué guardería, qué potitos… Todo hay que empezarlo de cero. Mi madre, como todas, tiene un sexto sentido. Siempre lo tuvo y eso hizo que me salvara la vida un par de veces. Ojo, me dio la vida y encima tengo vida extra.

Yo tenía cuatro años, si no recuerdo mal y mi madre notaba que algo raro pasaba, así que decidió llevarme al Hospital, donde me detectaron una meningitis. Si no llega a ser por ella, este que escribe no estaría aquí.

Desde que tengo uso de razón siempre ha estado ahí, en el hospital, cuando me daban mareos, cuando me abría la barbilla por cafre, porque aquí donde me veis soy retrón, sí, pero he sido cafre hasta decir basta.

Retrón y cafre, una combinación espectacular. Eso crea momentos difíciles y hace que las personas que te quieren tengan miedo y eso a veces lo hace todo más difícil. Repito, no consigo imaginarme lo difícil que debe ser madre de un retrón.

He tenido la suerte de tener una madre trabajadora, muy trabajadora, que me ha enseñado cosas sobre la vida que no podría enumerarlas todas. Y también chocamos, claro, porque somos muy parecidos en carácter y en querer llevar razón.

Si, por lo general, es importante tener progenitores que estén al cuidado, imaginad una madre de un retrón. Es ya el súmmum. Tengo suerte, no lo puedo negar. Hay gente que está orgulloso de ser de un país concreto, pero yo de lo que estoy orgulloso es de tener a la madre que me parió porque os aseguro que, a pesar de todo, yo no sería ni la mitad de lo que soy de no haber tenido a la madre que tengo. Perdonad si me he desviado un poco, pero necesitaba contarlo.

Estos días los medios de comunicación han traído a la palestra el caso de Andrea, la niña gallega que padecía una enfermedad degenerativa e incurable. Yo no soy consciente de la trascendencia de una decisión así. No tengo hijos, no depende de mí una vida que está creciendo.

Este plantea muchas preguntas y no quisiera estar jamás en disposición de responderlas porque esa decisión es terrible. Una decisión es muy valiente y responsable, por un lado evita alargar un sufrimiento inevitable y por otro destroza a una familia que se mueve entre la paz y el desasosiego.