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Estación melancolía

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“Vivo en el número siete, calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía”. Sabina cantaba así en los ochenta a la pena, a la tristeza, de la vida sin esperanza, sin horizonte. Sin futuro.

Llega por fin el otoño a la ciudad, después de un verano infinito, y yo me encuentro un poco así, como Sabina. Me siento en la escalera a silbar su melodía. Las lluvias de la semana pasada, abundantes y violentas, unidas al cambio de hora, al anochecer súbito, me trasladan ese espíritu y sentimientos.

El otoño es una estación de cambios. Llega el frío y la lluvia, cada día hay menos horas de luz, se adelanta la hora, olvidamos las vacaciones y suspiramos por algún festivo salteado. Estas variaciones pueden provocarnos nerviosismo y estrés, pérdida de energía pero, sobre todo, un estado de ánimo más bajo.

No me extrañaría que la ciudad, esa vecina silenciosa con la que convivimos y que, a la chita callando, condiciona absolutamente nuestro día a día, albergue estos días sentimientos parecidos a los que me asaltan a mí.

A oscuras, Sevilla tiene su encanto, por supuesto, pero no a las siete de la tarde, cuando todavía volvemos a casa de nuestro trabajo y los niños siguen en actividades extraescolares o deportivas.

El cambio de clima ha sido virulento estos días. Las lluvias de la semana pasada la pusieron baca abajo, a la pobre. Calles cortadas, casas inundadas y el caos de tráfico que, no por ser habitual cuando caen dos gotas, debería dejar de sorprendernos. Ni un taxi en la calle, los buses atorados de viajeros, las avenidas atascadas con cientos de vehículos, LA línea de metro suspendida en uno de sus tramos y el tranvía sin servicio buena parte de la tarde.

Es cierto que sale el sol, brilla un rato, y Sevilla se recupera rápido. Se pone guapa, se echa a la calle y le pone la mejor cara a los visitantes. Pero la herida queda. Muchos negocios afectados, viviendas dañadas y el susto en el cuerpo para sus vecinos.

Además, la procesión va por dentro. Las últimas noticias que llegan de sus gobernantes no son halagüeñas, la verdad. Hace tiempo que no tiene los rectores que se merece esta ciudad.

Hace unas pocas semanas supimos que el segundo tramo de la Línea 3 de metro, la que ya está en construcción entre el centro y el polígono norte, no será una realidad en su camino hacia el sur, el menos, hasta 2030, con décadas de retraso. Pero, ¿para cuándo estarán listas las otras dos líneas (2 y 4) incluidas en la red diseñada entre 1999 y 2003? De la 4 nada se sabe, mientras que de la 2 sólo conocemos que está en estudio. La Junta de Andalucía, responsable de su ejecución, ni sabe ni contesta.

Más de 50 años después de iniciarse los primeros trabajos, y 25 desde que se retomara el proyecto, Sevilla sigue sin red de metro. Una mísera línea construida en todo este tiempo, mientras que en Málaga hay dos líneas en servicio construidas en apenas 15 años. Mientras, el Gobierno de España decidió la semana pasada destinar 364 millones de euros el transporte público de Madrid, Barcelona, Valencia y Canarias.

Si el metro en nuestra ciudad fuera una prioridad, como lo es para las administraciones central y autonómica en otras ciudades, tendríamos de sobra la red al completo, y nuestra circulación viaria sería otra bien diferente.

Con las infraestructuras pasa lo mismo. Décadas de atraso y abandono. La SE-20, la ronda super-norte, con un pavimento criminal que causa pinchazos y averías en muchos de los coches que la recorren, al fin está en obras de reparación. La SE-30, desbordada de tráfico por falta de alternativas, sigue el mismo camino de degradación que su hermana pequeña. Su principal cuello de botella, el puente del centenario, está en obras de ampliación desde 2021 y, aunque debía estar terminado en 2026, ya suma tres años de retraso y más de 42 millones de sobrecoste.

Y la SE-40, que debía ser la solución a los vehículos que rodean la ciudad, sigue siendo una promesa incumplida más de 30 años después. Sin túnel bajo el río, sin puente alternativo que no exista más allá de los planos, y con apenas la mitad de su trazado ya completado.

Pronto será invierno. Con el cambio climático que nos asfixia, quizás serán unos meses de temperaturas cálidas y tiempo suave, ojalá que con suficiente lluvia. En cuanto queramos darnos cuenta, empezará la cuaresma y los sevillanos se prepararán para la explosión festiva, sensorial y emocional de primavera. Pero la ciudad, si alguien la escuchara, contaría que sigue esperando su propia primavera, la del verdadero resurgir, la que la ponga a la altura de lo que merece, como cuarta capital de España, ciudad histórica y gran urbe europea.

Mientras ese día llega, Sevilla sigue sentada en las escaleras de la historia silbando su triste melodía, esperando que pase el tranvía que la lleve a la calle de la alegría de las ciudades prósperas y con futuro, astascada en la estación Melancolía de un transporte público que no merece, de unas infraestructuras anticuadas y abandonadas a su suerte.