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La escurridiza restauración de la memoria en los campos y cárceles franquistas que hoy son hoteles

El edificio donde hoy se ubica el Parador de Lerma fue un campo de concentración franquista entre 1937 y 1939

Elena Cabrera

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El libro de Carlos Hernández, Los campos de concentración de Franco, comienza hablando de dos huéspedes del Parador de León. Uno de ellos, Pere Grañén, se alojó allí en 1975. El otro, Wilfried Stuckmann, lo hizo en 2014. Ambas historias son ya bien conocidas. La segunda la hemos contado ampliamente en este diario. Sobre la primera, recordaremos que Pere aparcó su Seat en la puerta en el Hostal de San Marcos, entró y solicitó una habitación. Por azar, le recibió el mismísimo director del hotel, que le preguntó si se había alojado allí anteriormente. Pere contestó que sí, que hacía más de treinta años, a lo que el director le respondió que aquello era imposible, pues solo llevaba diez años abierto. El cliente le replicó que cuando él estuvo allí “no pagó la cuenta”. Grañén había sido una de las 20.000 personas que sufrieron “carencias, torturas y humillaciones”, como escribe Hernández, durante la etapa en la que el edificio fue campo de concentración del franquismo, entre 1936 y 1939. Pere subió a su habitación, se puso cómodo y pidió al servicio de habitaciones un plato de fiambre y una botella de champán.

El director del ya entonces hotel nacional desconocía —y tampoco quería saber, como dice el autor del libro— lo que había sucedido en aquel antiguo monasterio, célebre por haber tenido encarcelado en él a Quevedo, cuarenta años antes. Otros cuarenta años después, cuando Stuckmann pasó allí dos noches durante sus vacaciones españolas, nada había cambiado demasiado y no fue sino por casualidad que se enteró que aquel había sido uno de los peores campos de concentración del franquismo. Le disgustaba que fuera un hotel y no un lugar de memoria, pero más le molestaba la falta de información y de recuerdo. Stuckmann es alemán, sabe de lo que habla en lo que respecta a reparar heridas de la violencia del pasado. “Estos dos episodios reflejan lo poco que han cambiado las cosas desde la muerte del dictador”, escribe Carlos Hernández.

El trabajo de este periodista es esencial no solo para la documentación de los 300 campos que generó tanto el bando sublevado como la represión franquista durante la Guerra Civil y los primeros años posteriores, sino también para la asunción colectiva de que efectivamente hubo campos de concentración en España. Estos lugares fueron la “primera pata” de un sistema represivo “que convirtió España en una inmensa cárcel llena de fosas”, dice Hernández. Muchos de los recintos que se usaron eran iglesias, conventos, colegios, dotaciones militares o prisiones. Algunos ya no existen, otros se desconoce su ubicación exacta, muchos otros se destinan hoy a otros usos. La petición de Wilfried Stuckmann o de asociaciones como la de la Recuperación de la Memoria Histórica es que aquellos lugares que están abiertos al público, lo estén también a la memoria, que cuando un viajero se aloja en un hotel conozca qué significó ese lugar para las víctimas del franquismo y sus familiares, qué padecieron allí y a causa de quién. 

A partir del completo trabajo de Carlos Hernández, además del Parador de León, aparecen otros hoteles que no tienen una memorialización como está teniendo lugar en León. Según Paradores, la empresa estatal que lo gestiona, cuando se estrene la nueva web con la que quieren sustituir la actual (no hay fecha) se incluirá la información que hoy no se puede encontrar online sobre el Parador de León como campo de concentración. En torno al año 2007, la web de Paradores tenía una sección llamada Museo Paradores con información histórica de cada uno de ellos, incluyendo el papel de San Marcos durante la Guerra Civil. Hace años que esta sección no está disponible.

Otros dos Paradores: Lerma y Sigüenza

El Palacio Ducal de Lerma, en Burgos, tuvo capacidad para 500 hombres pero llegó a doblar esa cifra. Principalmente, eran los prisioneros considerados “inútiles”. Estuvo en funcionamiento desde julio de 1937 a noviembre de 1939.

Actualmente no tiene ninguna placa que recuerde a las víctimas del franquismo pero Paradores afirma que cuando relancen el proyecto Parador Museo, harán una investigación y una actualización de la información que ya tenían para contar, in situ, “todas las páginas de la historia del monumento”. Para eso, habrá que esperar.

Lo mismo sucede con el Parador de Sigüenza, donde se usó en parte las ruinas del castillo medieval del siglo XII en el que se ubica el hotel como campo de concentración. Juan José Lasa pasó temporadas en prisiones, campos de concentración y batallones de trabajadores. Antes de mandarle a construir el Aeropuerto de Lavacolla, pasó un tiempo en el castillo de Sigüenza, donde también le hicieron trabajar. Su viuda Karmele Laboa, recuerda en Gudaris y rehenes de Franco, que allí “el trato fue muy malo”.

Dos casos gallegos de respeto al pasado

En el Monasterio de Santa María, en Oia (Pontevedra) se instaló un campo que llegó a congregar a 3.000 prisioneros de manera intermitente: primero durante los últimos meses de 1937 y después entre febrero de 1939 y, al menos, mayo de ese año. un lugar monumental, frente al mar y con dos patios, uno de naranjos y otro de limones. En su reciente novela histórica Romanza de los naranjos en flor, Juan Galán escribe: “El hermoso patio de los naranjos era el centro de la vida carcelaria: el lugar de las arengas, de las pesadas misas dominicales, del encuentro y las charlas con los compañeros, pero también de los frecuentes castigos de aquellos presos que inclumplían las órdenes”.

El edificio lleva años en ruinas pero, entre las piedras, todavía se encontraban los dibujos que los presos habían hecho en sus muros. “Lo ideal es que un edificio histórico de esta categoría fuera un centro público de interpretación y lugar de memoria”, explica Carmen García Rodeja, de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), pero desde la desamortización, el edificio está en manos privadas. No obstante, su actual propietario tiene proyectado un ambicioso proyecto urbanístico en el que la empresa está trabajando junto a las administraciones, ya que el lugar es Bien de Interés Cultural. El proyecto consta de 72 plazas de hotel y unas edificaciones en el perímetro del recinto del monasterio, colindantes con otras viviendas que ya existen. Mientras se desbloquea ese proyecto, la intervención en el Mosteiro de Oia ya ha comenzado con una programación cultural que dinamiza el espacio y la memorialización del lugar. Para ello, se extrajeron de las paredes los dibujos y se resguardaron en vitrinas. Son más de cien fragmentos que rotan para ser exhibidos en una exposición permanente y que pueden verse dentro de la visita al monasterio, que tiene un precio de 6 euros.

“Queríamos estar a la altura de la historia”, explica el director de Mosteiro de Oia, Xoán Martínez, sobre el trabajo de preservación de los dibujos. “Es nuestra obligación proteger y difundir el legado que recibimos, y esta etapa y sus testimonios por su importancia en muchos sentidos debe ser cuidada y mostrada”, añade.

A 16 kilómetros de allí, en la península desde la que se ve Portugal al otro lado del Miño, se encuentra Camposancos, otro lugar que fue prisión y campo de concentración en un convento y colegio de jesuitas. Aunque su capacidad oficial era de 868 hombres, superó con creces los 2.000 internos. Se utilizó como cárcel a partir de julio de 1936 y como campo de concentración entre octubre de 1937 y noviembre de 1939, para luego volver a ser una prisión. El edificio está abandonado y ruinoso. Según señala la ARMH no hay ni una placa que recuerde lo que sucedió allí, aunque en la plaza del pueblo sí instalaron una en recuerdo de los republicanos.

En la provincia gallega de Ourense se encuentra en Leiro el Monasterio de San Clodio, un campo provisional de prisioneros que funcionó, al menos, desde abril de 1939. De estilo barroco, en realidad comenzó a construirse en la segunda mitad del siglo XII y se convirtió en un importante conjunto monacal. Hoy es un lujoso hotel de 25 habitaciones de la cadena Eurostars que solo abre en fin de semana. En su folleto informativo, se habla del monasterio como “El Escorial gallego”. También dice la información que se proporciona en el hotel que los dos momentos más importante de su historia sucedieron en 1835 (cuando se fueron los monjes con la desamortización) y en 1925 (cuando regresaron), durante ese siglo entre medias se destinó a acuartelamiento. No hay ninguna mención al uso durante la Guerra Civil. 

Cuando las documentalistas Coral Piñeiro, Laura Piñeiro, Clara Miñán y Maite Martínez quisieron rodar su documental Dores sobre los campos de concentración en Galicia, no obtuvieron permiso para grabar en el hotel de San Clodio, según dijeron, por “la reputación” que pudiera traerle al establecimiento. “No interesa que se sepa”, explicó Piñeiro.

La mano esclava del aeropuerto compostelano

El aeropuerto de Lavacolla en Santiago de Compostela se construyó con trabajo esclavo. Dos mil prisioneros republicanos estaban encerrados en un terreno y unas viejas naves cercanas a la obra, de manera que el lugar funcionó primero como campo de concentración entre marzo y noviembre de 1939 y se reconvirtió posteriormente en alojamiento para los batallones de trabajadores. “Allí se cometieron las canalladas más grandes”, escribe Rafael Torres en Los esclavos de Franco, “aquello lo mandaba un comandante de Ingenieros, el hombre más desalmado que he conocido”.

Uno de esos barracones es hoy el hotel y restaurante San Paio, en el final del Camino de Santiago, cuya dueña se jubiló hace poco y está temporalmente cerrado, a la espera de una próxima reapertura. A diferencia de otros lugares más lujosos, en el apartado de historia de la página web de este modesto hostal, prácticamente de lo único que se habla es de sus días como campo de concentración. Ahí se recuerda a Casimiro Jabonero, un teniente del Ejército Popular condenado a trabajos forzados en las obras del aeropuerto. Se recogen unas líneas de su diario, que fue publicado en facsímil en 2004. Casimiro recordaba cómo dormían amontonados unos sobre otros, la férrea disciplina y el golpe de fusta para quien no obedecía, el izado de la bandera cada día entonando el Cara al sol, los piojos y la sarna.

Hotel Convento Santa Clara en Alcázar de San Juan

Vicente López fue un hombre fuerte y valiente al que no consiguieron doblegar nunca. Eso es lo que le transmitió su hijo a la hija de este último, Lina López. Estaba afiliado al Partido Comunista y trabajaba en el campo, en Argamasilla de Alba (Ciudad Real). Lo detuvieron, le sentenciaron a muerte y finalmente le conmutaron la pena, por la que pasó por varias cárceles hasta acabar en la de Alcázar de San Juan. La represión en la comarca fue tan grande que hubo hasta cuatro recintos carcelarios y un campo de concentración en el Convento de la Santísima Trinidad. Vicente estuvo en el convento de Santa Clara, construido para las monjas clarisas en el siglo XVI. “Nos contaban cómo era de solidario y que ayudaba a otros compañeros y camaradas compartiendo lo poco que mi abuela conseguía hacerle llegar”, recuerda Lina. La esposa de Vicente caminaba 30 kilómetros de ida y otros tanto de vuelta para llevarle comida, tabaco o lo que necesitara.

Vicente vivió después una larga vida, hasta los 82 años, pero no pudo llegar a ver legalizado el Partido Comunista solo por un día, que es lo que él hubiera deseado. Su hijo Teo transmitió a la familia los recuerdos y la fortaleza del padre. Teo López falleció hace cinco años pero, un tiempo antes de morir, visió con la familia el Convento de Santa Clara. “Mi padre se emocionó mucho”, recuerda Lina, “nos dió mucha rabia que no haya una placa o algo que diga todo lo que allí pasó”. Lina escribió una carta al Ayuntamiento haciendo esta solicitud, ya que es de titularidad municipal, pero nunca le contestaron.

El hotel está cerrado desde marzo de 2020 ya que se le fue retirada la adjudicación a la empresa que la tenía por deficiencias en la gestión. Está a punto de acometerse una reforma financiada por la Diputación de Ciudad Real. Cuando reabra, el hotel formará parte de la Red de Hostelerías de Castilla-La Mancha. En ese momento, Lina volverá a intentar que el Ayuntamiento coloque una placa recordando a todos los que, como su abuelo, intentaron ser doblegados por el franquismo.

Fraude en Salamanca

Esta es otra historia que financieramente tampoco ha ido bien. A finales de 2015, el monasterio de la Caridad de Ciudad Rodrigo (Salamanca) fue vendido para ser convertido en un hotel de lujo —35 habitaciones con spa— por la empresa Hotel Abadia N.100 SL, comenzaron las obras de reforma pero quedaron paralizadas. Según el juez que instruyó el caso de la trama iDental, el monumento se había comprado con “documentación ficticia”.

Este antiguo monasterio del siglo XVIII fue ocupado por el ejército de Napoleón durante la Guerra de Independencia para expulsar de la península a las tropas inglesas. Como ocurrió con Oia, el de Ciudad Rodrigo también pasó a manos privadas con la desamortización. Con la Guerra Civil, primero fue utilizado como centro de detención a partir de agosto de 1936 y como campo de concentración entre marzo y septiembre de 1939. Tenía una capacidad para 2.000 prisioneros. El estado en el que se encuentra es tan ruinoso que ha entrado a formar parte de la Lista Roja de Patrimonio de Hispania Nostra. 

Spa de lujo en Cáceres

“Refugio de soñadores que buscan nuevas experiencias” es de uno de los eslóganes que utiliza la cadena de hoteles de lujo Hospes para anunciar en su web el Palacio de Arenales & Spa, rodeado de olivos centenarios y 81 nidos de cigüeñas. En la escueta información histórica, la empresa indica que esta fue “la antigua residencia de verano de Los Golfines”, el linaje de Sancho de Paredes Golfín, camarero de Isabel la Católica. De lo que no se informa en ella es que este cortijo del siglo XVII fue un campo de larga duración que formó parte de un complejo concentracionario que también tenía un importante destacamento de prisioneros en la plaza de toros, que sigue en uso. Su ocupación oficial no superó los 2.500 prisioneros pero el trabajo de investigación de Carlos Hernández indica que se superó considerablemente esa cifra. Funcionó, al menos, desde noviembre del 37 hasta, como poco, septiembre de 1939. 

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