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La incubadora artesanal que salvó a un prematuro de 900 gramos hace 60 años

El bebé era Eugenio Ampudia, un reconocido artista conceptual, que vino al mundo "de repente", en medio de una gran nevada, un 16 de enero de 1959 en Melgar de Arriba, un pueblo de apenas 600 habitantes.

EFE

Madrid —

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A finales de los 50, el empeño y la pericia de un joven veterinario y un médico a punto de jubilarse de un pequeño pueblo vallisoletano hicieron posible que un bebé de menos de 900 gramos saliera adelante, contra todo pronóstico, gracias a la incubadora artesanal que ambos improvisaron.

El bebé era Eugenio Ampudia, un reconocido artista conceptual, que vino al mundo “de repente”, en medio de una gran nevada, un 16 de enero de 1959 en Melgar de Arriba, un pueblo de apenas 600 habitantes.

Ampudia ha contado a Efe su historia con motivo del XXVII Congreso de Neonatología y Medicina Perinatal, que se celebrará del 2 al 4 de octubre en Madrid, y en cuyo acto inaugural ofrecerá su testimonio para trasladar esperanza a los padres que se enfrentan con angustia a un niño prematuro.

Eugenio era hijo del joven veterinario que desde la ciudad había llegado al pueblo unos meses antes para ejercer su profesión y que unió sus conocimientos a los del médico, de nombre Cesidio Villalba, para construir una incubadora en su casa, “medio de caballo, medio de humano”, con “los materiales que tuvieron a mano”.

Un cuarto aislado con una cunita rodeada de botellas de cristal llenas de agua caliente que mantenían la habitación a una determinada temperatura fue el “pequeño proyecto de I+D” que idearon ambos profesionales, que trataban de dar solución a los problemas según iban surgiendo, eso sí, “sin manual de instrucciones”.

“Lo principal de esta historia es que interconectaron conocimientos de medicina y veterinaria, juntaron su información y construyeron algo que funcionó en una época en la que los seismesinos no tenían muchas posibilidades de salir adelante y menos en un pueblo pequeño”.

Antes de quedarse embarazada de Eugenio, su madre había tenido un aborto de cinco meses “y después vine yo, que nací a las 26 semanas, y mi padre decidió poner en práctica todos sus conocimientos para tratar de que sobreviviera el tiempo que fuera”.

El artista subraya que su padre “era un entusiasta, al que el médico siguió el rollo y mi madre vio con asombro cómo hacían todo aquello”.

Eugenio permaneció en su particular incubadora alrededor de cuatro meses. Cuando tenía cinco, sus padres le llevaron a León para pasar consulta por primera vez con el pediatra, quien después de examinarlo “concluyó que debía de tener 20 días de vida”.

Este detalle da una idea de su tamaño: “Parece que tenía el mismo aspecto y peso que un paquete de churros”, señala.

Aunque durante sus tres primeros años tuvo algún problema de salud derivado de la prematuridad, a partir de ahí “todo fue bien, aunque siempre tenía la sensación que mi madre me miraba como si me fuese a volatilizar en cualquier momento”.

No solo no arrastra ningún tipo de secuela física ni intelectual, sino que prácticamente no ha ido nunca al médico. Tampoco se quedó pequeño de tamaño: es el más alto de sus hermanos, que nacieron todos a término.

La historia de Eugenio está salpicada de anécdotas desde el momento mismo del bautizo, que más que una celebración “fue una especie de entierro”. De hecho, su abuelo tenía reticencias a ser el padrino, porque no quería apadrinar “a un muerto”.

Y su caso aun se recuerda en el pueblo, al menos entre los vecinos más mayores. Tuvo ocasión de comprobarlo hace unos años cuando lo visitó con su mujer y una de sus hijas. Allí se encontró con una señora a la que preguntó por la casa del antiguo veterinario y al identificarse como su hijo, ésta le dijo: “¡Ah, eres Eugenito, creíamos que habías muerto!”.

“El resumen de todo es que en Castilla y León, en medio de una nevada, nací de repente sin que me esperase nadie y se puso una maquinaria en marcha en el mismo instante para que sobreviviera”.

Eugenio quiere subrayar el esfuerzo y el trabajo de su padre y del médico que le ayudó en aquella “aventura” y reconoce que “si hubiera sido el hijo del maestro, probablemente no hubiera sobrevivido, y si mi padre no hubiera sido un joven veterinario que le interesaba todo, no lo hubiera conseguido”.

“Si hace 60 años un médico y un veterinario de la España rural consiguieron que yo sobreviviera dignamente, ahora que está todo mucho más estructurado es más fácil que todo salga bien”, concluye el artista.

Por Teresa Díaz

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