Durante siglos, el Códice de Dresde ha sido uno de los enigmas más fascinantes del mundo maya. Sus páginas, cubiertas de jeroglíficos y signos calendáricos, albergan una tabla astronómica capaz de predecir eclipses, aunque su funcionamiento exacto había desconcertado a generaciones de investigadores. Ahora, un estudio publicado en la revista Science Advances por los antropólogos John Justeson y Justin Lowry ha conseguido reconstruir la lógica matemática detrás de esa tabla y desvelar cómo los antiguos astrónomos mesoamericanos desarrollaron un modelo predictivo que se mantuvo operativo durante más de 700 años.
Una combinación de dos sistemas
La investigación parte de una revisión profunda de las bases astronómicas del calendario maya, que combinaba dos sistemas principales: el calendario divinatorio de 260 días, utilizado para interpretar el destino de las personas, y el calendario civil de 365 días, que regulaba la vida agrícola y ritual.
Según el estudio, hacia el año 500 a.C. los mayas ya habían asociado estos ciclos con las fases de la Luna y con la repetición de ciertos eventos celestes. A partir de esa observación sistemática, los llamados daykeepers (especialistas calendáricos) desarrollaron una metodología capaz de anticipar los momentos en que el Sol y la Luna se alineaban en los nodos de sus órbitas, provocando un eclipse.
La tabla del Códice de Dresde, una de las pocas obras precolombinas que sobrevivió a la destrucción colonial y conservada en la Biblioteca Estatal de Sajonia, consta de 69 fechas de luna nueva distribuidas a lo largo de 405 meses (unos 32 años y medio). De ellas, 55 estaban destinadas a predecir eclipses solares observables en el territorio maya, mientras que las 14 restantes representaban intervalos de ajuste que compensaban las pequeñas diferencias entre los ciclos lunares y las posiciones nodales. Según los autores, este complejo sistema permitía proyectar la secuencia de eclipses de forma precisa y mantenía su validez durante siglos gracias a un patrón de superposición entre tablas sucesivas.
A diferencia de lo que se creía hasta ahora, el estudio demuestra que los sacerdotes-astrónomos no reiniciaban cada tabla en su última fecha, sino en otras posiciones intermedias, concretamente tras 223 o 358 lunaciones, lo que garantizaba la continuidad y la precisión de las predicciones. Al aplicar este método de reinicio parcial, los mayas podían prever con exactitud todos los eclipses solares visibles en su territorio desde uno o dos siglos después del nacimiento de su calendario lunar hasta la época del Códice de Dresde, elaborado probablemente entre los años 1083 y 1116 d.C.
Una predicción más que sólida
Los investigadores comprobaron, además, la solidez empírica del modelo mediante simulaciones modernas de eclipses ocurridos entre el 350 y el 1150 d.C. El resultado fue contundente: los 145 eclipses solares totales, anulares o híbridos registrados en ese periodo podían explicarse a partir de los intervalos y cálculos descritos en la tabla. Justeson y Lowry sostienen que este nivel de precisión solo es comparable con el alcanzado por las civilizaciones mesopotámica y china, y que en el caso maya se logró sin instrumentos ópticos, exclusivamente mediante observación y registro sistemático a lo largo de generaciones.
El trabajo también reinterpreta el propósito original de la tabla. Durante décadas, se asumió que se trataba de un calendario ritual sin valor científico. Sin embargo, el nuevo análisis revela que su diseño no respondía a una intención adivinatoria, sino a una auténtica herramienta de predicción astronómica. La secuencia de 405 meses, lejos de ser simbólica, representa una calibración exacta entre los ciclos lunares y el calendario de 260 días, ajustada mediante fórmulas matemáticas que anticipaban los desplazamientos de los nodos lunares. En otras palabras, los mayas desarrollaron una forma de cálculo astronómico que combinaba observación empírica, razonamiento numérico y tradición ritual.
Elaborada en el norte de Yucatán
Justeson y Lowry proponen que la versión del Códice de Dresde conservada actualmente fue elaborada en el norte de Yucatán, en plena época posclásica, pero basada en conocimientos que se remontan al siglo IV d.C. Las primeras evidencias de conteo lunar aparecen en estelas de Naachtun, en Guatemala, datadas en el año 361 d.C., lo que sugiere una continuidad de casi ochocientos años en la observación y registro de eclipses. Según los autores, este largo proceso de refinamiento explica por qué la tabla del Códice de Dresde es tan precisa y por qué su modelo se mantuvo funcional durante generaciones de daykeepers.
El hallazgo tiene implicaciones de gran alcance para la historia de la ciencia. No solo desmonta la idea de que las culturas precolombinas se limitaban a la observación ritual del cielo, sino que demuestra que la civilización maya desarrolló un método predictivo basado en una comprensión numérica avanzada de los movimientos celestes. Su precisión, según los autores, rivaliza con la de los modelos astronómicos contemporáneos de otras grandes civilizaciones y refleja un conocimiento transmitido y perfeccionado a lo largo de siglos de observación paciente.