El hallazgo submarino que reescribe la historia de la producción de sal en el mundo maya
Bajo las aguas del sur de Belice, en una laguna cubierta de manglares, arqueólogos han descubierto un conjunto doméstico maya destinado a la producción de sal, perfectamente conservado tras más de un milenio sumergido. El hallazgo, publicado en la revista Ancient Mesoamerica, ofrece una mirada inédita a la arquitectura “invisible” del mundo maya: estructuras de madera, cerámica y utensilios cotidianos que rara vez sobreviven al paso del tiempo.
El estudio, dirigido por la arqueóloga Heather McKillop, de la Universidad Estatal de Luisiana, forma parte de un proyecto que desde hace dos décadas explora los antiguos paisajes costeros de Punta Ycacos, en el Caribe beliceño. En esa región, decenas de talleres de sal y asentamientos quedaron cubiertos por el mar tras el aumento del nivel de las aguas al final de la última glaciación. Ese mismo proceso, paradójicamente, permitió su conservación: los restos quedaron sellados en un entorno sin oxígeno, preservando maderas, postes y artefactos en un estado excepcional.
El nuevo sitio, denominado Ch’ok Ayin (que en maya significa “boca del joven”), corresponde a un compuesto doméstico formado por varias estructuras de postes y techumbre vegetal. Los investigadores identificaron una vivienda principal y espacios anexos vinculados a la ebullición de agua marina, lo que demuestra que los habitantes del lugar producían sal a pequeña escala. Las huellas de fuego en las vasijas y los residuos de salmuera evaporada confirman su uso como taller, parte de una red costera dedicada a abastecer de este recurso a las ciudades del interior.
Una ventana a la vida cotidiana
A diferencia de los grandes templos y centros ceremoniales, Ch’ok Ayin revela la vida de los mayas comunes: familias que trabajaban, cocinaban y comerciaban junto al mar. Los arqueólogos han documentado cuatro estructuras principales organizadas en torno a un pequeño patio abierto, una disposición coherente con otros complejos domésticos del Clásico Tardío (550–800 d.C.).
Entre los hallazgos se cuentan herramientas de obsidiana, pequeños instrumentos de hueso, ocarinas de barro y fragmentos de cerámica decorada, lo que indica que el lugar fue habitado de forma permanente. Según los análisis, estas familias participaban tanto en la producción de sal como en las redes de intercambio que conectaban los asentamientos costeros con ciudades como Lubaantun o Caracol, integrándose así en la economía regional.
El oro blanco de los mayas
La sal era un recurso esencial para la dieta y el comercio mesoamericano: servía para conservar alimentos, mantener el equilibrio nutricional y sostener los intercambios a larga distancia. Las evidencias de Ch’ok Ayin muestran que las viviendas no solo funcionaban como espacios domésticos, sino también como talleres especializados. Este modelo de producción familiar sugiere un sistema económico descentralizado, en el que múltiples unidades pequeñas contribuían al suministro general de la región.
Los materiales recuperados también revelan una notable movilidad y diversidad de contactos. Los investigadores identificaron cerámica importada y fragmentos de jadeíta posiblemente procedentes del valle del Motagua, en Guatemala. Esta mezcla de objetos locales y foráneos demuestra que incluso los enclaves costeros más modestos desempeñaban un papel crucial en los circuitos comerciales del mundo maya.
Arquitectura invisible
Más allá de su valor económico, el hallazgo permite documentar un tipo de arquitectura casi nunca preservada: las estructuras de madera y palma utilizadas en las casas mayas. En condiciones normales, estos materiales se degradan por completo, pero en los entornos anóxicos de las lagunas costeras han quedado intactos.
McKillop denomina a estos espacios “arquitectura invisible”: construcciones que no dejan montículos ni rastros en superficie y, por tanto, suelen quedar fuera de las estimaciones arqueológicas de población. “Estos sitios sumergidos cambian nuestra comprensión de cómo los mayas ocuparon su territorio”, explica la investigadora. “Nos obligan a reconsiderar la densidad de asentamientos y la diversidad de sus formas de vida”.
Una lección desde el pasado
El caso de Ch’ok Ayin no solo reescribe la historia de la producción de sal en el Caribe maya, sino que también ofrece una advertencia contemporánea. La causa que sumergió este conjunto (el ascenso del nivel del mar) vuelve a ser hoy una amenaza real para las costas de Belice y del resto del Caribe.
Para los autores, el hallazgo es un recordatorio de la capacidad de adaptación de los antiguos mayas, que supieron aprovechar los recursos sin destruir su entorno. “Bajo el agua”, concluye McKillop, “la historia sigue viva: las civilizaciones no desaparecen del todo, a veces solo quedan ocultas bajo la superficie”.
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