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El ADN de los íberos revela una red de linajes femeninos que conectaba la Península con África y Oriente Próximo

Las madres íberas conservaron linajes antiguos mientras el mundo cambiaba a su alrededor

Héctor Farrés

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El intercambio constante de personas a lo largo del Mediterráneo antiguo impulsó una red de movimientos femeninos que se extendía por amplias regiones, conectando sociedades mediante matrimonios, migraciones y relaciones económicas. Este fenómeno, visible en objetos arqueológicos y registros marítimos, también quedó inscrito en el ADN.

Su rastro genético se observa en las poblaciones que habitaron el noreste de la Península Ibérica, donde la circulación de mujeres asociada al comercio y a la interacción cultural modificó lentamente la composición materna de las comunidades locales y dio origen a una diversidad notable de linajes. Esa realidad, oculta durante siglos, derivó en la investigación más completa realizada hasta la fecha sobre la herencia materna íbera.

Un estudio genético ha revelado cómo las mujeres íberas mantuvieron la herencia del Bronce y abrieron paso a nuevos linajes

El estudio, publicado en el Journal of Archaeological Science y dirigido por Daniel R. Cuesta-Aguirre y Cristina Santos de la Universitat Autònoma de Barcelona, analizó ADN mitocondrial procedente de recién nacidos íberos.

Según los autores, el material genético se obtuvo de entierros domésticos donde los bebés eran depositados bajo las viviendas, práctica que permitió conservar fragmentos de ADN imposibles de recuperar en adultos cremados. Los investigadores lograron secuenciar 21 muestras nuevas y las integraron con otras 41 ya publicadas, generando una base de datos inédita sobre la Edad del Hierro en el noreste peninsular.

Los asentamientos íberos ofrecen un retrato genético estable pese a la llegada de influencias externas

Los resultados mostraron una continuidad genética materna procedente de la Edad del Bronce y una variedad de haplogrupos que revela estabilidad a lo largo de siglos. Las secuencias más abundantes fueron H, J, K, HV0 y U, linajes ya presentes antes del primer milenio antes de Cristo.

Esta persistencia indica que el paso de una etapa tecnológica a otra se produjo sin grandes reemplazos de población. El análisis estadístico también reflejó ligeras variaciones entre periodos, con disminución de ciertos haplogrupos antiguos y aumento de otros más recientes, aunque sin cambios drásticos.

La elevada diversidad materna detectada apunta a una estructura social de tipo patrilocal. En ese sistema, las mujeres se trasladaban al asentamiento de sus esposos, lo que generaba movilidad constante entre comunidades vecinas. La migración femenina, aunque limitada en distancia, evitó que los linajes se concentraran en exceso dentro de una misma tribu. Los investigadores concluyeron que este intercambio regular mantuvo una uniformidad genética amplia entre grupos distintos del noreste.

Algunos linajes revelan desplazamientos femeninos que conectaron el Mediterráneo con África y Oriente Próximo

Sin embargo, algunas secuencias concretas mostraron desplazamientos femeninos de largo alcance. En Sant Miquel d’Olèrdola, un individuo portaba el haplogrupo M1b, característico del norte de África y probablemente introducido por una mujer con ascendencia púnica o cartaginesa. En el mismo enclave apareció otro linaje, N1a1a1a3, originario del Próximo Oriente y difundido hacia Europa oriental antes de alcanzar la Península.

En Font de la Canya, una mujer presentaba K1a12a, asociado a Anatolia, Irán y Armenia, y vinculado a la presencia fenicia. En conjunto, estos casos revelan contactos lejanos propiciados por las redes comerciales mediterráneas.

La estructura social de los pueblos íberos favoreció el movimiento constante de mujeres entre asentamientos

El yacimiento de El Camp de les Lloses, correspondiente a la tribu de los Ausetanos, aportó haplogrupos raros como H33c y U4d2. El primero se había documentado en un individuo helenístico de Ampurias, mientras que el segundo tenía antecedentes en la estepa póntica y en el norte de Europa. Los especialistas señalaron que su aparición podría relacionarse con la influencia romana y la llegada de individuos con ascendencia italiana.

La fortaleza de Vilars, el poblado de Ullastret y otros asentamientos de los Ilergetes, Indiketes y Cessetanos sirvieron para completar el mapa genético íbero. En Ullastret, los linajes hallados, entre ellos H1, J1c y K1a, correspondían a poblaciones locales, lo que confirma que, pese a los intercambios con otros pueblos del Mediterráneo, la base femenina se mantuvo estable.

La genética ha permitido reconstruir la historia de las mujeres que unieron culturas a través del mar

El equipo dirigido por Daniel R. Cuesta-Aguirre destacó en su informe que “la diversidad mitocondrial permaneció relativamente alta en todas las tribus, consistente con sistemas de emparejamiento patrilocales y migración femenina de pequeña distancia que pueden haber prevenido una fuerte diferenciación matrilineal entre tribus”. Esta observación se complementa con la detección de linajes aislados que señalan contactos de largo recorrido.

Las conclusiones del estudio describen un mosaico humano complejo, donde la continuidad local se combinó con desplazamientos puntuales impulsados por el comercio. La secuenciación genética permitió reconstruir los movimientos de mujeres que, sin dejar registros escritos, participaron en la articulación cultural del Mediterráneo occidental.

El artículo, publicado en 2025, ofrece una visión precisa del papel femenino en la historia genética ibérica. Revela que las redes de intercambio no solo transportaban mercancías, sino también identidades que quedaron reflejadas en los linajes maternos. El resultado de esta investigación amplía la comprensión del mundo íbero y muestra cómo la movilidad femenina contribuyó a enlazar comunidades separadas por el mar y el tiempo.

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