La ruta de la peste de Justiniano pasaba por los Hunos blancos y el lago Issyk Kul
En Alejandría los carros se desviaban para no atropellar cadáveres. En Antioquía no quedaban fosas abiertas. En Constantinopla, el silencio solo lo rompía el llanto de los que aún respiraban. Los muertos se acumulaban en las calles, en los patios, en las escaleras de los baños públicos. En medio de ese desbordamiento, comenzó a circular la sospecha de que la peste de Justiniano no venía del sur, sino del este.
La hipótesis clásica que situaba el origen de la enfermedad en África oriental ha empezado a perder terreno frente a una alternativa más concreta. Un estudio publicado en Journal of Interdisciplinary History por Frantz Grenet y Kyle Harper defiende que el brote inicial no surgió en las rutas del mar Rojo, sino en los valles y cordilleras que hoy delimitan Kirguistán, China y Kazajistán. Según los autores, la bacteria Yersinia pestis vivía en roedores salvajes de las laderas del Tian Shan, donde habría evolucionado antes de encontrar una vía para salir del entorno animal y comenzar su avance hacia los centros urbanos del Mediterráneo.
El Imperio Heftalita, pieza central de un trayecto que unió Asia Central y Egipto
Esa vía no fue espontánea. El paso de la bacteria hacia zonas densamente pobladas se habría producido gracias a un entramado político y comercial que conectaba las estepas de Asia Central con los puertos del Índico. El estudio sitúa en el centro de ese trayecto al Imperio Heftalita, también conocido como el dominio de los Hunos blancos, que se extendía entre el noreste de Afganistán y la cuenca del Ganges. Desde sus zonas montañosas hasta la costa de Gujarat, esa estructura actuaba como canal terrestre por el que circulaban bienes, caravanas y también microbios.
A diferencia de teorías previas que apuntaban a una estancia larga en África oriental antes del brote, el modelo de Grenet y Harper plantea un traslado reciente desde los reservorios del este hasta Egipto. La clave, señalan, está en la posición de la llamada línea de la Primera Pandemia dentro del árbol filogenético de Y. pestis.
Esta línea aparece entre dos variantes modernas, 0.ANT1 y 0.ANT2, que hoy siguen presentes en pequeños mamíferos del Tian Shan y de regiones cercanas al lago Issyk Kul. En ese mismo entorno, se hallaron restos humanos datados entre los siglos II y III que contenían ADN antiguo de la bacteria.
El traslado habría sido en dos etapas desde las estepas asiáticas hasta Egipto
Esa conexión directa entre reservorios silvestres, asentamientos humanos y redes comerciales de largo recorrido refuerza la hipótesis del viaje en dos etapas. Primero, la bacteria habría descendido hasta los puertos del Índico a través del territorio heftalita. Después, ya en barcos, habría cruzado el océano hasta el mar Rojo. Esa ruta, afirman los autores, es compatible con lo descrito por Juan de Éfeso, que escribió que “comenzó al principio entre los pueblos del interior que están en las regiones del sudeste de la India, es decir, los kushitas y los himyaritas y otros”.
A nivel arqueológico, aún faltan pruebas físicas del paso del patógeno por todos esos puntos. Sin embargo, el cruce entre genética y fuentes documentales da solidez a la propuesta. El testimonio de Procopio de Cesarea —que escribió que la peste “comenzó entre los egipcios que habitan en Pelusio”— refuerza la idea de una llegada por mar. Aunque nunca explicó cómo se originó, su relato encaja con el último tramo del trayecto reconstruido por Grenet y Harper.
Además de camellos, que formaban parte de las caravanas comerciales, en el entorno asiático abundaban marmotas y ardillas de tierra, especies que actúan como hospedadores naturales de la bacteria. Este tipo de reservorio animal, necesario para la supervivencia de Y. pestis, no se encontraba de forma estable en África oriental. Eso convierte a Asia Central no solo en un punto de paso, sino en el foco biológico primario de la epidemia.
Textos budistas y fuentes clásicas encajan en la cronología de la pandemia
Los investigadores señalan que algunos textos budistas fechados hacia el año 540 mencionan muertes masivas en zonas bajo dominio heftalita. Aunque atribuidas a masacres, las descripciones permiten ser reinterpretadas como indicios de una epidemia. La coincidencia temporal con el brote de Justiniano añade un nuevo nivel de coherencia al recorrido propuesto, que combina indicios genéticos, documentales y geográficos.
La conclusión del estudio deja abierta la posibilidad de que nunca aparezcan restos materiales del viaje exacto de la peste. Aun así, Grenet y Harper consideran que el análisis conjunto de datos permite afirmar que “el intento de determinar el contexto más probable del movimiento de la peste en el espacio y el tiempo tiene un valor indiscutible”.
Con este planteamiento, el foco se desplaza hacia las laderas del Tian Shan. Allí, entre marmotas y caminos de caravanas, podría haberse gestado una de las pandemias más devastadoras de la historia tardoantigua.
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