Construido en época nazarí, este castillo albergó una nevera para almacenar hielo cuando nevaba

En el sur de la península se encuentra una provincia, Jaén, que destaca por ser una de las que posee mayor número de castillos en Europa y en todo el mundo. En este escenario de fortificaciones imponentes resalta el Castillo de la Mota, en el pequeño pueblo de Alcalá la Real, un perfil monumental que se alza a más de mil metros de altura y que ejerce una atracción irresistible para cualquier agradecido viajero que se acerque a la zona. Su nombre actual viene por su ubicación en el cerro homónimo, aunque esta construcción ha recibido diversos nombres a lo largo de los siglos, como Qalat Banu Yahsub o Qal’at Banu Said. 

Su emplazamiento estratégico permitía controlar los pasos que comunicaban las tierras de Granada y Almería con Córdoba y el valle del Guadalquivir, convirtiéndola en un enclave vital para el dominio del territorio. La historia que alberga esta fortaleza se remonta mucho antes de la Edad Media, pues se han documentado asentamientos que datan del tercer milenio antes de nuestra era. Las investigaciones en torno a esta joya de la arqueología han revelado restos de cabañas de la Edad del Cobre y el Bronce, así como indicios de ocupación romana y visigoda bajo el suelo de la actual iglesia mayor, lo que confirma una continuidad habitacional milenaria. Durante la época islámica, la ciudad alcanzó un gran auge bajo el gobierno de la familia Banu Said, estructurándose en tres recintos bien diferenciados: la madina, el alcázar y el arrabal. 

La mencionada madina ocupaba la amplia meseta superior, mientras que el alcázar se situaba en el punto más elevado como último bastión defensivo, dominando un entramado urbano que incluía edificios públicos, comerciales y administrativos de gran importancia. Un punto de inflexión fundamental ocurrió en el siglo catorce, cuando Alfonso XI conquistó definitivamente la plaza para el Reino de Castilla. A partir de ese momento, el lugar fue nombrado Alcalá la Real y se transformó en la llave y guarda de los reinos castellanos durante ciento cincuenta años, funcionando como una frontera viva frente al Reino Nazarí de Granada. Hoy en día, entre los edificios más emblemáticos que se conservan destaca la iglesia Mayor Abacial, una construcción que fusiona diversos estilos artísticos, desde las bóvedas góticas de su origen hasta el manierismo de su fachada. 

Dicho templo fue erigido sobre la antigua mezquita mayor y se convirtió en el centro del poder religioso tras la conquista cristiana, manteniendo su elegancia gracias a sus gárgolas y pináculos característicos. El acceso a la ciudad amurallada requería atravesar un complejo sistema defensivo compuesto por siete puertas principales, de las que la Puerta de la Imagen es considerada la más soberbia y mejor conservada. Otras entradas relevantes como la Puerta de las Lanzas o la del Peso de la Harina formaban parte de un recorrido fortificado que obligaba a los visitantes a superar sucesivas líneas de control antes de alcanzar el corazón de la madina. 

Pasillos y galerías

Una vez dentro de los muros, la vida social y comercial se organizaba en espacios como la Plaza Alta, situada entre la Torre de la Cárcel y la mencionada Puerta del Peso de la Harina, mientras que el barrio popular conocido como el Bahondillo albergaba viviendas y bodegas excavadas en la roca. Otros edificios, como el de las Carnicerías o el del Pósito de grano daban fe de la compleja organización logística. Uno de los secretos mejor guardados del conjunto es la denominada Ciudad Oculta, un laberinto de pasillos y galerías subterráneas que discurren por el interior de la montaña. Estas minas de asedio fueron utilizadas por las tropas cristianas para alcanzar los pozos de agua y forzar la rendición de los defensores, creando una red de más de ciento veinte metros de longitud que hoy puede ser explorada por los turistas con más valentía y curiosidad. 

Pero lo que destacan muchos de los expertos investigadores que han estudiado con detenimiento esta fortaleza es uno de sus más llamativos alimentos, perteneciente a la ingeniería medieval de la fortaleza y que también se aplicó al bienestar cotidiano: la existencia de un singular nevero. Esta suerte de nevera, una cavidad circular, permitía almacenar hielo traído de las montañas o recogido durante las nevadas, utilizándose principalmente con fines medicinales, como bajar la fiebre, o para enfriar bebidas y conservar alimentos, lo que suponía un ingenioso y avanzadísimo recurso tecnológico para la época.

Con el final de la guerra de Granada y el traslado paulatino de la población hacia el llano entre los siglos XVI y XVIII, la fortaleza comenzó un proceso de despoblamiento y abandono. El deterioro se agravó tras el incendio provocado por las tropas francesas en 1810, aunque afortunadamente el conjunto fue declarado Monumento Nacional en 1931, lo que permitió iniciar las labores de restauración que continúan hasta la actualidad. Hoy en día, el jiennense Castillo de la Mota es un destino de turismo arqueológico de primer nivel que ofrece visitas teatralizadas y acceso a un centro de interpretación innovador. El recinto está abierto al público durante todo el año, permitiendo a los visitantes sentirse moradores de un lugar eterno mientras contemplan las impresionantes vistas de Sierra Nevada desde sus torres.