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Un cráneo de oso pardo hallado en Serbia confirma su uso en los espectáculos del anfiteatro romano de Viminacium

Los espectáculos públicos del mundo romano alcanzaron una dimensión en la que hombres armados se enfrentaban a bestias salvajes como parte de un ritual de poder y dominación que buscaba mostrar la superioridad del Imperio.

En la arena, los gladiadores desplegaban su destreza, mientras animales capturados en bosques o importados de regiones lejanas eran lanzados a combates que terminaban con sangre y rugidos.

El público celebraba la brutalidad como si formara parte del orden natural, sin distinguir entre el valor humano y la ferocidad animal. La lucha se transformaba en un espectáculo que alimentaba la fascinación y que marcaba la vida de ciudades enteras, como ocurrió en Viminacium, donde el hallazgo de un cráneo de oso ha dado una nueva dimensión a esas prácticas.

El hallazgo de un cráneo en Serbia reveló cómo se organizaba el suministro de fieras

El descubrimiento se produjo en 2016, cuando un equipo de arqueólogos halló un cráneo fragmentado en un edificio cercano al anfiteatro de Viminacium, situado en la actual Serbia. El estudio posterior, publicado en la revista Antiquity y dirigido por Nemanja Marković, aplicó técnicas de análisis óseo, radiografías y ADN antiguo para reconstruir la historia del animal.

Los resultados identificaron a un macho de oso pardo de 6 años, con origen en los Balcanes, lo que demuestra que las fieras destinadas al anfiteatro procedían de entornos cercanos al lugar y no dependían siempre de largos traslados desde África o Asia.

Los investigadores explicaron que este dato aporta una visión más precisa sobre la logística de los espectáculos, ya que las ciudades provinciales podían abastecerse con fauna local, reduciendo costes y garantizando una provisión estable.

En palabras de Marković, citado por Antiquity, “su perfil genético coincide con poblaciones actuales de la región”. Esta afirmación abre la puerta a entender que las venationes en Viminacium se sostenían con un suministro regional de animales, adaptado a la economía de una provincia con gran actividad militar.

Los restos mostraron heridas y enfermedades que contaron la vida de un animal cautivo

El cráneo presentaba una fractura en el hueso frontal que fue interpretada como el golpe directo de un arma, probablemente una lanza utilizada por un venator. El examen radiológico mostró que la herida inició un proceso de cicatrización interrumpido por una infección, que acabó provocando la muerte del animal. Esta información refleja que el oso sobrevivió a un combate y que después permaneció en cautiverio, lo que añade una dimensión inédita al conocimiento de estos espectáculos.

Otro de los aspectos más llamativos fue el estado de sus colmillos, que aparecían con un desgaste extremo y con señales de abrasión repetitiva. Los científicos atribuyeron este patrón al roce constante contra barrotes de jaulas de metal o madera, un comportamiento típico de animales sometidos a largos periodos de encierro. El hallazgo de enfermedad periodontal, vinculada a una dieta alterada y a la falta de libertad, confirma que este oso soportó un cautiverio prolongado, marcado por el estrés y la privación de estímulos naturales.

El resultado es un retrato completo del sufrimiento del animal, que no fue utilizado en una única ocasión, sino en varios enfrentamientos dentro del anfiteatro. El deterioro dental y la fractura incompleta certifican que el oso fue obligado a participar en distintos combates, convertido en una atracción recurrente para miles de espectadores.

En este sentido, los autores del estudio apuntaron que “la cicatrización parcial muestra que el animal continuó con vida tras la herida inicial”, una conclusión que da cuerpo a la hipótesis de que estos animales eran reutilizados una y otra vez.

El hallazgo también invita a reconsiderar la manera en que los romanos trataban a las fieras utilizadas en los juegos. Mientras algunos restos se descuartizaban para ser consumidos tras el espectáculo, en este caso el animal fue enterrado completo cerca de la arena, lo que plantea la posibilidad de que recibiera un trato especial. Aunque las razones exactas se desconocen, los arqueólogos creen que pudo haber un componente simbólico o de respeto hacia una criatura que había sobrevivido a varios combates antes de morir.

La investigación aportó la primera prueba física de osos en los espectáculos romanos

Viminacium, en el siglo II d.C., se alzaba como una ciudad militar estratégica del Danubio, con legiones permanentes y un anfiteatro de unos 7.000 asientos. Los espectáculos formaban parte de un entramado social que no se limitaba al entretenimiento, sino que también funcionaba como propaganda imperial y como demostración de dominio. En este contexto, el cráneo del oso no es un simple fósil, sino la prueba directa de la explotación sistemática de animales locales dentro de un engranaje cultural que se extendía por todo el Imperio.

La investigación ofrece un testimonio único, ya que hasta ahora la presencia del oso pardo en los juegos romanos solo se conocía a través de textos y mosaicos. La ausencia de pruebas físicas mantenía en el aire las descripciones de las fuentes clásicas. El análisis de este cráneo llena ese vacío, aportando la primera confirmación material de un hecho tantas veces narrado.

Más allá del dato arqueológico, el caso de Viminacium aporta una nueva perspectiva sobre las relaciones entre humanos y animales en la Antigüedad. La violencia convertida en espectáculo no era solo una forma de diversión para el pueblo, sino también una herramienta de control y cohesión social. La arena funcionaba como un espacio de exhibición de poder, en el que incluso los osos de los bosques balcánicos eran sometidos al mismo destino que gladiadores y prisioneros.

Así las cosas, el cráneo hallado en Serbia deja una imagen difícil de borrar: un animal que roía los barrotes de su encierro mientras esperaba el siguiente combate, en una ciudad que lo convirtió en protagonista de su ocio sangriento.