Fredric J. Baur diseñó el icónico bote de Pringles y acabó enterrado dentro de uno tras su muerte

La tapa no era el problema. El problema era el aire. Durante décadas, la industria de los aperitivos había aceptado que cada bolsa debía venir inflada y con menos contenido del esperado. Las patatas llegaban rotas, aplastadas, convertidas en migas. Y sin embargo, todo el mundo seguía comprándolas.

En los años 70, cuando lo normal era aceptar esa chapuza, alguien en Cincinnati se atrevió a pensar que quizá el envase también podía formar parte del invento. Y de esa idea tan simple salió una decisión aún más peculiar: que sus cenizas acabaran en una de esas latas.

Mucho antes de morir, Baur ya tenía claro cómo quería decir adiós

Antes de fallecer en 2008, Fredric J. Baur pidió a sus hijos que enterrasen parte de sus restos en el interior de un tubo de Pringles, el mismo que él mismo había diseñado décadas antes. El recipiente fue introducido en una tumba del cementerio de Springfield Township, en Ohio. El resto de sus cenizas se dividió en dos urnas: una fue enterrada junto al tubo y la otra se entregó a uno de sus nietos, según explicó su hija Linda desde Diamondhead, Mississippi.

La idea llevaba tiempo rondándole. Años antes de fallecer, en los 80, Baur había comentado por primera vez su intención de ser enterrado en una de las latas que inventó. Su hijo mayor, Lawrence, relató a TIME que al principio le pareció una broma, pero que más tarde entendió que su padre lo decía completamente en serio.

En el momento de llevar a cabo sus deseos, pararon en un supermercado y resolvieron un detalle con rapidez: eligieron el sabor original. “Mis hermanos y yo debatimos brevemente qué sabor usar”, explicó Lawrence, “pero dije: Hay que usar el original”.

La decisión tiene un motivo claro. Baur, ingeniero químico especializado en almacenamiento de alimentos, sentía un orgullo profundo por ese diseño, hasta el punto de querer asociar su despedida con el invento que más satisfacciones le dio. Su hijo Lawrence explicó que su padre pidió ese tipo de entierro porque estaba muy orgulloso del envase que había creado.

Ese diseño tan particular, un cilindro de cartón rígido con tapa de plástico y chips apilados de forma uniforme, fue ideado en 1966. La patente, sin embargo, no se registró hasta cuatro años después, en 1970, como recordó Ed Rider, archivista de Procter & Gamble. Fue una manera ingeniosa de solucionar varios problemas de una sola vez: proteger el contenido, evitar el aire, aprovechar el espacio y permitir una distribución eficiente. Y sobre todo, mantener cada patata igual que la anterior.

Su carrera fue larga y llena de inventos poco conocidos

Baur trabajó en Procter & Gamble desde finales de los años 40 hasta principios de los 80. Su especialidad fue la investigación y desarrollo en control de calidad, y colaboró en múltiples proyectos dentro de la empresa. También diseñó un helado en polvo que se activaba con leche y se congelaba en casa, aunque nunca llegó a tener éxito comercial. Según contó su hijo Lawrence desde Michigan, “eso era otra cosa de la que estaba orgulloso, pero simplemente no funcionó”.

Más allá del cilindro, su carrera fue extensa. Había estudiado Química Orgánica en la Universidad Estatal de Ohio, tras licenciarse previamente en Toledo. Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió en la Marina como fisiólogo de aviación en San Diego, donde se encargaba de investigar los efectos médicos del vuelo sobre los pilotos.

Más tarde fue nombrado especialista en cumplimiento sanitario en las plantas de la empresa, con inspecciones a nivel internacional. También escribió artículos técnicos, participó en publicaciones y ofreció conferencias.

Pese a su formación y a sus años de experiencia, lo que terminó por identificarle fue un tubo. Esa lata que revolucionó la forma de vender patatas fritas se convirtió en su legado más personal. Y también en el lugar donde descansan sus cenizas.