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Ser el hijo mayor en Egipto significaba heredarlo todo, incluidos los destinos familiares

No importaba si se casaban, trabajaban o tenían descendencia: algunos hijos seguían en la casa de sus padres como si nada hubiera cambiado. Compartían techo, comida y hasta decisiones importantes, aun siendo adultos con pareja. En las familias egipcias de la antigüedad, no todos los hijos volaban del nido. Al contrario, en muchas casas se optaba por que uno de ellos, generalmente el primogénito, se quedara para mantener el núcleo familiar activo y bajo control.

Esta continuidad doméstica ha salido a la luz gracias al análisis de contratos matrimoniales conservados en papiros, que revelan con detalle cómo se organizaban los hogares en el antiguo Egipto. Steffie van Gompel, investigadora en formación del departamento de Egiptología de la Universidad de Radboud, ha cruzado los datos legales con estudios de demografía histórica para descifrar la lógica interna de esas estructuras familiares.

El hijo mayor heredaba el mando del hogar y mantenía viva la estructura familiar

Según su investigación, recogida por la Universidad de Radboud en junio de 2025, la figura del hijo mayor tenía una posición destacada: su papel consistía en continuar con la casa paterna, lo que implicaba una convivencia intergeneracional prolongada.

Frente a la idea extendida de que cada matrimonio creaba un hogar independiente, los documentos egipcios apuntan a una organización mucho más centralizada. La casa no se disolvía tras el crecimiento de los hijos, sino que se reorganizaba en torno a quien había sido elegido para heredar el control del espacio familiar.

En la mayoría de los casos era el primogénito quien asumía esa responsabilidad, aunque también hay pruebas de que algunas hijas podían ocupar ese lugar en ausencia de un hijo mayor. Esa opción se prefería incluso frente a la de delegar el linaje en un sobrino.

Las implicaciones de este sistema eran notables. Según explica Van Gompel en el informe publicado por la Universidad de Radboud, el hogar egipcio operaba como una unidad de poder gestionada por varones adultos con autoridad sobre las siguientes generaciones: “Egipto era, en sentido literal, un patriarcado”.

Esta frase resume la estructura de mando descrita en los contratos, donde los padres conservaban el control económico incluso después de que sus hijos contrajeran matrimonio. La propiedad seguía siendo familiar, y cualquier transmisión debía pasar por la figura masculina más veterana del grupo.

El modelo egipcio no era tan igualitario como se ha querido pensar durante años

Ese dominio del varón principal no solo afectaba a las decisiones sobre patrimonio. También influía en los enlaces matrimoniales, ya que eran los padres quienes decidían con quién podían casarse sus descendientes. Esta concentración de decisiones en manos de unos pocos varones explica por qué las mujeres egipcias, aunque con más derechos que en otras culturas, seguían sujetas a un sistema jerárquico. Tenían capacidad legal para poseer bienes, pero eso no las convertía necesariamente en autónomas dentro del entramado familiar.

Aunque algunas mujeres pudieran llegar a encabezar una casa, su estatus seguía condicionado por los vínculos familiares. Como señala Van Gompel en el mismo informe universitario, “en Egipto, solía ser el hijo mayor frente al resto de los hijos”. Esta estructura evitaba que se impusiera una oposición directa entre hijos e hijas, y reducía las tensiones de género habituales en otros modelos sociales.

El análisis de estos documentos, además, ha permitido desmontar el cliché popular sobre las mujeres egipcias como figuras progresistas. Aunque disfrutaban de ciertos privilegios legales, eso no significaba que existiera una verdadera igualdad de roles dentro del hogar. Van Gompel insiste en que la clave para comprender esa situación está en mirar el sistema familiar como un todo, no solo los derechos individuales: “No se trata únicamente de quién se casa con quién, sino también de quién hereda y cómo se organiza la casa”.

Así, lo que parecía una sociedad familiar comparable a la occidental contemporánea es, en realidad, una estructura más rígida, orientada al mantenimiento del grupo a través de la permanencia controlada de algunos de sus miembros. En especial, de esos hijos que nunca se iban del todo.