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Felix Sater, la figura más misteriosa en la trama de Trump y el Kremlin

Felix Sater durante una entrevista con una televisión holandesa.

Stephanie Kirchgaessner / Julian Borger

Felix Sater, empresario nacido en Moscú que se encuentra en el centro de la trama Trump-Rusia, afirma que se rige por una simple norma: “Jódeme una vez y será tu culpa; jódeme dos y será la mía por dejar que ocurra”.

Sater, un antiguo socio de Trump –aunque el magnate ha tenido problemas para recordarlo en los últimos años–, repite su lema en más de una ocasión durante su conversación con the Guardian, al tiempo que pide un relato justo de su pasado. Ha estado en Moscú, en Wall Street, en prisión, en negocios inmobiliarios internacionales, en acuerdos secretos con las agencias de inteligencia de EEUU y, en último lugar, en la Torre Trump.

Sea cual sea la verdad sobre la relación de Donald Trump con el Kremlin y Vladimir Putin, probablemente Sater acabe siendo parte de la historia. Estas semanas Sater ha saltado a primera línea por los correos filtrados que envió en 2015 al abogado de Trump y en los que afirmaba que podría conseguir el apoyo de Putin para la construcción de una torre Trump en Moscú y así, de alguna manera, una victoria en las elecciones presidenciales de EEUU.

“Nuestro chico se puede convertir en presidente de EEUU y nosotros podemos conseguirlo”, afirmó Sater, según recoge uno de los correos filtrados a the New York Times. “Conseguiré convencer a todo el equipo de Putin, yo me ocuparé de los contactos”. El negocio inmobiliario no salió, pero la victoria de Trump, sí. Y ahora un fiscal especial en Washington y un puñado de comités del Congreso están investigando el papel de Putin en ese triunfo.

Colaboración a cambio de perdón

Los vínculos de Sater con el círculo de Trump datan de no mucho tiempo después de que el propio Sater llegase de niño a Estados Unidos. Su padre, Mikhail Sheferovsky (que cambió el apellido de la familia a su llegada a Nueva York) se convirtió en un jefe de la mafia local de Brighton Beach, en Brooklyn. Allí, Sater conoció a un joven de su edad, Michael Cohen, un chico de Long Island que acabaría convirtiéndose en el abogado personal de Trump y vicepresidente de Trump Organization.

Tres décadas después, Cohen contactó con Sater al pensar que este último podría ganarse el apoyo de Putin en un negocio inmobiliario en Moscú y en la carrera presidencial de Donald Trump.

Sater se acercó por primera vez a la órbita de Trump al asociarse con uno de sus vecinos, el soviético de nacimiento Tevfik Arif, un constructor kazajo que creó la empresa inmobiliaria Bayrock en 2001 y que tenía las oficinas en la torre Trump. Sater se convirtió en director ejecutivo y Bayrock se asoció con Trump para construir el Trump Soho Hotel. Trump, Arif y Sater presidieron la inauguración del edificio en Manhattan en septiembre de 2007.

Tras convertirse en socio económico de Trump, Sater se vio obligado a alejarse de la atención de los focos cuando salió a la luz su pasado criminal. Su primera carrera como corredor de bolsa tuvo un final repentino tras ser encarcelado por rajar a otro hombre con una copa de cristal rota. A su salida, tras un año en prisión (“la peor época de mi vida”, dijo), se vio implicado en una estafa en la que persuadía a sus clientes a comprar acciones sin valor. Sin embargo, en esta ocasión no fue a la cárcel, sino que llegó a un acuerdo con el Gobierno, a quien ofrecería sus servicios a cambio del perdón. Lo que hizo para las agencias del Gobierno no está claro.

Según un libro escrito por otro de los acusados en el mismo caso, Salvatore Lauria, Sater utilizó sus contactos en el entorno ruso para ayudar a la CIA a recuperar los misiles Stinger que habían caído en manos de yihadistas afganos, aunque el plan resultó un fracaso. Sater afirma que su trabajo secreto en Rusia para la CIA empezó antes de que saliera a la luz el fraude bursátil.

Sin embargo, de acuerdo con una transcripción de una vista judicial en Nueva York en 2011, en la que se oculta el nombre de Sater, su relación con el Gobierno fue mucho más allá que en materia antiterrorista. El fiscal Todd Kaminsky afirmó que su cooperación prácticamente “no tenía precedentes”.

“Incluía organizaciones violentas como Al Qaeda, gobiernos extranjeros, crimen organizado ruso y especialmente varias familias de La Cosa Nostra. Con esto último me refiero específicamente a un miembro de la cúpula de la familia criminal Genovese, un capitán en la familia criminal Bonanno, un soldado de la familia criminal Gambino y la lista continúa”, indicó Kaminsky. “El señor Doe –nombre ficticio para referirse a Sater durante el proceso judicial– ha trabajado activa y proactivamente ayudando en investigaciones del gran jurado que incluyen grabaciones secretas, así como otras acciones encubiertas”.

Sater niega esa versión de los hechos, insistiendo en que todo su trabajo para el Gobierno fue en el extranjero. “Nunca en mi vida he sido informante sobre la mafia”, cuenta a the Guardian en un correo electrónico. “Como testigo cooperé en mi caso de 1998 en Wall Street igual que otros 15 acusados [sic], ese asunto terminó en el año 2000. Mi trabajo con varias agencias del Gobierno tanto antes del caso de 1998 como durante las dos décadas posteriores fue en el ámbito de la seguridad nacional y no incluía miembros de la mafia de ningún tipo. Esos trabajos aumentaron tras los ataques del 11 de septiembre”, añade.

El reencuentro con Trump

Sus servicios al Gobierno terminaron en 2009, cuando fue sentenciado por el fraude cometido 10 años antes. Sater pagó una multa de 25.000 dólares y no entró en prisión. A pesar de su pasado criminal, todavía había un gran protagonista de Manhattan dispuesto a utilizar el particular talento de Sater.

“Me paré a saludar a Donald y él me dijo: 'tienes que venir por aquí'”, declaró Sater a New York Magazine.

La empresa Trump Organization insiste en que Sater nunca ha sido su empleado, sino que trabajaba desde la Torre Trump y que llevaba lo que es ahora una infame tarjeta identificándose como “asesor senior” de Trump.

“Donald quería que yo le trajera negocios, porque vio cuántos negocios traje en Bayrock”, aseguró a la revista. “Sé que vas a poder darle la vuelta, en plan le da igual (a Trump) hacer negocios con gángsters”, declaró Sater a New York Magazine. “¿No muestra también gran flexibilidad y que no pasa nada por ser enemigos un día y amigos el otro?”, añadió.

Lo que Sater ha hecho por Trump desde entonces es parte del puzzle que relaciona a Trump con Moscú. Lo que sabemos es que participó en un intento frustrado por asegurar a Trump una porción del mercado inmobiliario de Moscú y que también participó, junto con Michael Cohen, en la promoción de un plan de paz en Ucrania apoyado por Moscú que hubiese dejado Crimea en manos de Rusia a cambio de un pago y posiblemente hubiese provocado la salida del presidente ucraniano, Petro Poroshenko. Antes de filtrarse, el plan se entregó a la Casa Blanca.

Lo que se desconoce es si Sater ha vuelto a colaborar con el FBI. The Financial Times ha informado que está cooperando en una investigación internacional en lavado de dinero kazajo, pero no ha dicho si está en contacto con Robert Mueller, el fiscal especial que investiga la posible conspiración entre Trump y el Kremlin. “En el futuro saldrán a la luz muchas más historias y mucho más importantes que casos bursátiles o fraudes inmobiliarios de hace 20 años”, advierte Sater a the Guardian.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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