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The Guardian en español

El nacimiento de Israel en 1948 bajo la polémica mirada del corresponsal Arthur Koestler

Arthur Koestler, el periodista enviado por The Manchester Guardian para cubrir el nacimiento de Israel / AP

Oliver Holmes

Jerusalén —

“Al principio era caos y confusión”, dice la primera frase del artículo de junio de 1948 enviado por Arthur Koestler desde la ciudad costera de Tel Aviv. El Estado de Israel había declarado su independencia hacía menos de un mes, el 14 de mayo, cuando el periódico The Manchester Guardian comenzó a publicar los artículos del periodista y novelista.

Israel aún no tenía fronteras claramente aceptadas. Estaba en medio de un conflicto con los palestinos árabes y de una invasión de los estados circundantes, pero se apresuraba a formar gobierno. Era tan joven que los sellos de los visados israelíes que pusieron en París sobre los pasaportes de Koestler y su pareja tenían los números cinco y seis. A su llegada, Koestler vio los carteles del aeropuerto en inglés y en hebreo recién pintados. Los funcionarios de inmigración y aduanas aún no habían recibido sus uniformes.

“La burocracia aquí está en un estado de inocencia virginal antes de haber tenido tiempo de convertirse en un capullo de burocracia”, escribió Koestler en su primer artículo, titulado Israel: primeras impresiones. Para ese momento, Koestler ya había publicado Oscuridad a mediodía (1940) y se había hecho conocido como un osado intelectual de izquierdas y amigo personal de George Orwell.

Llegó a un Israel absolutamente irreconocible para el que lo mira como la potencia regional en que se ha convertido hoy. Pese al conflicto abierto, los líderes israelíes estaban reuniendo en un solo ejército a las diferentes facciones militantes judías y formando una nación con judíos dispares de toda Europa y Oriente Medio.

En 1947, después de casi 30 años en los que el territorio había estado bajo el Mandato Británico para Palestina, las Naciones Unidas propusieron dividir el área en dos, formando un Estado árabe y otro judío. La guerra civil estalló y los líderes judíos anunciaron la creación de Israel. “El primer o segundo año de la existencia de Israel será decisivo para su futuro, y depende de sus líderes, que han resucitado al Estado judío afrontando probabilidades casi imposibles”, escribió Koestler.

Nacido en Hungría en 1905 de padres judíos, Koestler había abrazado una infinidad de movimientos políticos del siglo XX. Se describía a sí mismo como el “Casanova de las causas”. Comunista, antifascista, activista por la eutanasia y contra la corrupción y la pena de muerte, fue capturado a finales de los años treinta por las fuerzas franquistas en la Guerra Civil. Acusado de espionaje, se salvó por poco de la ejecución.

Más tarde, en 1940, logró escapar de los nazis durante la invasión de Francia y se dirigió a Gran Bretaña. Pero de todas, la principal de sus obsesiones políticas tal vez fuera la fundación del Estado judío. Koestler, que en 1926 viajó por primera vez a Palestina como un colono judío, se describía a sí mismo como un “joven sionista amante de los duelos”.

Un depredador sexual

Un insatisfecho polémico, el escritor era conocido por ser un manipulador y depredador sexual, y un presunto violador (Jill Craigie, la esposa del futuro líder laborista Michael Foot y una de sus presuntas víctimas, confirmó la historia publicada en una biografía de 1999 sobre Koestler). Se sumaron más argumentos al expediente Koestler cuando él y su esposa se suicidaron en 1983, a pesar de que ella tenía buena salud y era varios años más joven que él. La policía encontró a la pareja sentada en sillas en el salón de su casa de Knightsbridge.

Koestler comenzó sus envíos desde Israel en la desierta Haifa, una ciudad mediterránea donde unas semanas antes había huido la mayoría de sus 70.000 habitantes árabes en medio de feroces combates con las fuerzas judías. La versión de Koestler fue que Haifa “cayó porque la población árabe, aunque solo ligeramente inferior en número y superior en armas, estaba totalmente desmoralizada por la deserción de sus líderes”. Escribió que la Haganah (la organización paramilitar judía que se convertiría en las Fuerzas de Defensa de Israel) había retransmitido en árabe los nombres de los desertores para desmoralizar a los árabes armados.

Los árabes aparecen solo de vez en cuando en los artículos de Koestler. “Los árabes palestinos nativos nunca lucharon seriamente porque no tenían motivos para hacerlo, habiendo aceptado la presencia de los judíos con su beneficio económico y la partición de facto como hechos consumados”, escribió.

Viajando por la carretera costera de Haifa a Tel Aviv, Koestler dijo que su opinión había sido “confirmada” por los agricultores árabes en Israel que “no habían sido molestados”, sino tratados “con ecuanimidad en el comercio de productos agrícolas con los judíos”. No quedaba claro si se había detenido a hablar con ellos.

A Anita Shapira, una historiadora israelí especializada en los primeros años del Estado israelí, le desconcierta esta “muy idílica descripción de los agricultores trabajando en los campos”: “Estaba lejos de la realidad; estamos hablando de casi 10 meses de guerra civil entre palestinos y judíos, y después de un mes de lucha con los Estados árabes. No creo que nadie pudiera haber imaginado relaciones idílicas entre judíos y árabes en ese momento”.

Más de 700.000 palestinos huyeron o fueron expulsados de sus hogares en la guerra por la creación de Israel, un acontecimiento que los palestinos conmemoran cada año el 15 de mayo con el nombre de Nakba (la catástrofe). Decenas de miles de palestinos se quedaron y representan hoy en torno a una quinta parte de la población de Israel.

Según Eman Abu Hanna-Nahhas, que escribió su doctorado en torno a la memoria colectiva de los palestinos sobre la Nakba, la relación con los árabes que se quedaron en Israel, muchos de ellos desplazados, variaba significativamente. “Cuando uno es derrotado y sabe que ha perdido su casa, no estoy seguro de que tenga buenas relaciones”, dice. Otros palestinos que habían huido y estaban tratando de regresar al nuevo Estado fueron bloqueados. Pero en otros casos, dice, hubo un trato amistoso.

Una de las pocas veces en que una voz árabe apareció en los informes de Koestler fue cuando entrevistó a dos prisioneros egipcios. “Mostraban la moral más baja que he visto entre los combatientes de ningún ejército”, dijo.

Koestler ya había escrito mucho sobre Palestina, incluyendo la novela Ladrones en la noche, inspirada en sus experiencias en un kibutz agrícola. Una crítica de 1946 del periódico The New York Times la consideró “editorializante, airada y partidista”. “Nunca hay un momento en que [el colono judío protagonista del libro] cuestione el derecho de su pueblo a dominar la tierra en la que los árabes son y han sido durante mucho tiempo mayoría”, escribió el crítico del periódico.

“Los Tarzanes Judíos Nativos”

En su regreso a Israel de 1948, Koestler describió lo que llamó un “fervor místico” entre el improvisado Ejército del Estado: “Los Tarzanes Judíos Nativos lanzando cócteles Molotov caseros sobre tanques desde las copas de los eucaliptos o saltando a las torretas volándose por los aires”. Muchos de sus informes hablaban de fuerzas judías uniéndose al azar en un solo ejército, con esporádicas “luchas fratricidas” entre rivales irreconciliables.

Una de las crónicas, titulada Problemas en Israel, cubría el naufragio del carguero Altalena, foco de un enfrentamiento entre el ejército naciente y el grupo paramilitar judío de ultraderecha Irgun. Murieron 16 hombres y muchos más fueron heridos por los disparos con que las lanchas cañoneras de la armada israelí hicieron encallar al buque, usado por el Irgun para transportar armas. Koestler cita a una de las pasajeras civiles, una mujer que había viajado desde Francia para inmigrar al nuevo estado: “Renuncié a mis estudios para ayudar a defender el Estado judío. Cuando nos acercábamos a la orilla fuimos recibidos por el fuego de armas judías y cuatro de nosotros fueron asesinados. Esto acaba con toda esperanza”.

Koestler resaltaba las diferencias entre la fuerza paramilitar Haganá, a su juicio moderada, con los militantes “terroristas” del Irgun y del Lehi, a los que describía como extremistas motivados religiosamente que “lucharon con fanatismo intransigente, cometieron asesinatos y caminaron alegremente hacia la horca, con algún salvaje salmo de David en sus labios”.

Operando clandestinamente durante la dominación británica, en 1946 el Irgun había volado por los aires el ala sur del emblemático hotel Rey David de Jerusalén, matando a 91 personas. En septiembre de 1948, Koestler informó del asesinato del conde Folke Bernadotte, mediador de paz de la ONU, a manos del Lehi.

La torpe respuesta al incidente de Altalena, escribió, se debió a un liderazgo inseguro que “sufre de un complejo de inferioridad y está obsesionado con afirmar su autoridad”. “Como una joven maestra de escuela que se enfrenta a una clase rebelde, está recurriendo a medidas innecesariamente draconianas”, escribió. “Esta situación se ve agravada por el hecho de que el gobierno no es electo, sino autoproclamado y muestra el embrión de tendencias dictatoriales”.

El primer ministro provisional, David Ben-Gurion (según Koestler, dirigía el país con “despotismo paternal”) siguió al frente de Israel durante 13 años, aunque no seguidos. Sus aliados políticos permanecieron en el poder hasta finales de los setenta.

Shapira dice que nunca existió la preocupación de que Israel no celebrara elecciones. Se programaron y tuvieron lugar un año después de la visita de Koestler. “La dictadura nunca fue una opción”, dice. “Pero Ben-Gurion no era una persona muy tolerante, especialmente en el tema de la autoridad”. Para él, dice Shapira, era esencial que el Estado tuviera el monopolio del uso de la fuerza.

Koestler terminó dando la espalda a Israel (donde hasta el día de hoy no es visto con buenos ojos) pero en 1948 estaba lleno de fervor sionista. Encontraba a Israel “estéticamente” decepcionante. Parecía tener un rechazo particular por Tel Aviv, en aquel entonces una ciudad de 200.000 personas cuyos apartamentos habían surgido rápidamente tras las olas migratorias.

“La arquitectura de Tel Aviv es el funcionalismo monótono de principios de los años 20 en su peor momento; las calles no tienen horizonte; el paseo marítimo está rodeado por una fila de sórdidos cafés pequeños con altavoces a todo volumen”, escribió. “En cuanto al campo, es imposible imaginar un contraste mayor que el que existe entre la pintoresca miseria de las aldeas árabes, en su mayoría muertas y desiertas, y la sobria resolución de los asentamientos judíos”.

Israel, concluyó hacia el final de su misión de siete meses, “es tanto un fuerte país de pioneros como un amargo país de refugiados, desilusionado por la experiencia, luchando obstinadamente por la vida, con un doloroso vacío en su pasado y un signo de interrogación en su futuro”.

Traducido por Francisco de Zárate

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