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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Líbano, un país enfermo

Yara M.Asi

Desde que la independencia de Líbano en 1943 puso fin al mandato francés de 23 años sobre Líbano, la estabilidad del país se ha visto interrumpida por una brutal guerra civil, por disputas políticas y militares regionales y por múltiples invasiones israelíes, la más notable de las cuales tuvo lugar en 1982. Y lo que es más importante, una serie de líderes y gobiernos corruptos, ausentes o ineficaces a lo largo de los años, han contribuido a que el país pase a engrosar las filas de los potenciales estados fallidos. Pero quizá nada revele más claramente la desesperación, el declive y el trauma innecesario que ha experimentado el país que la enorme explosión que se produjo en el puerto de Beirut hace poco más de dos años, el 4 de agosto de 2020. 

La explosión fue causada por un cargamento de 2.750 toneladas de nitrato de amonio. El compuesto químico, muy volátil, permaneció abandonado durante años en un almacén del puerto, hasta que en un día típico de bullicio en la ciudad explotó, provocando una de las mayores explosiones no nucleares de la historia. 

El inminente colapso de Líbano había sido pronosticado mucho antes de la explosión, e incluso antes del inicio de la pandemia de la COVID. Pero es innegable que la explosión del puerto precipitó una espiral descendente que aún no se ha revertido. Y aunque se ha escrito mucho sobre las ramificaciones políticas y económicas de la explosión —la mayor parte de las importaciones y exportaciones de Líbano pasaban por el puerto de Beirut—, se ha prestado mucha menos atención a su importante coste social. 

Consecuencias sociales inmediatas 

Las consecuencias de la explosión fueron caóticas y destructivas. Un total de 218 personas murieron, aproximadamente 7.000 personas resultaron heridas, y 150 quedaron con una discapacidad física permanente. Debido a la ubicación del puerto cerca de zonas residenciales, 77.000 apartamentos resultaron dañados, lo que desplazó a 300.000 personas y dejó a 80.000 niños sin hogar. Los daños en las carreteras, las infraestructuras energéticas, las instalaciones de agua y saneamiento y otros servicios públicos fueron cuantiosos. Y, por supuesto, el daño psicológico para los habitantes de la ciudad, especialmente los que estaban cerca del lugar del desastre o los que perdieron a sus seres queridos, sus hogares o sus medios de vida en la explosión, fue inconmensurable. 

Aparte de este coste humano inmediato, pronto se hizo evidente que las infraestructuras destruidas por la explosión causarían aún más dificultades en un futuro próximo. En medio de una pandemia mundial, tres hospitales cercanos al puerto fueron destruidos y otros tres resultaron dañados, dejando a Beirut con menos de la mitad de su infraestructura sanitaria anterior a la explosión. Esto se vio agravado por la destrucción de 17 contenedores de suministros médicos y equipos de protección personal. Debido a la gran cantidad de heridos provocados por la explosión, los hospitales agotaron meses de suministros en pocos días. La mayoría de estos suministros aún no se han repuesto.  

La importancia del puerto para las importaciones y exportaciones de Líbano hizo que con su destrucción se cortara una importante conexión con el mundo. Esto tuvo consecuencias inmediatas. La explosión destruyó los únicos silos de grano de Líbano, así como múltiples almacenes donde se guardaban alimentos, y aunque otros puertos del país, como el de Trípoli, aumentaron su capacidad, la cadena de suministro de alimentos del país se vio masivamente interrumpida, lo que se sumó al costo social de la explosión. 

Resultados sociales a largo plazo 

A pesar de su perfil mundial, la ciudad de Beirut sufre actualmente un importante deterioro social, cuyas consecuencias se manifiestan también en el resto del país. Apenas un año después de la explosión, el precio de los productos ya había aumentado un asombroso 580%, la mitad de la población libanesa vivía por debajo del umbral de la pobreza y casi un millón de personas en Beirut, más de la mitad de ellas niños y niñas, ya no podían pagar la comida, el agua y la electricidad. En la actualidad, los hospitales, las escuelas y otras instalaciones están apagando las luces en un intento de ahorrar combustible y reducir sus exorbitantes costes de electricidad.  

Desde la explosión, los médicos han empezado a informar de que hay estantes vacíos de medicamentos en los hospitales, y el país en su conjunto carece ahora de medicamentos básicos, como la epinefrina, y de productos farmacológicos más avanzados, como los necesarios para tratar el cáncer. Los pacientes han empezado a saltarse o racionar los medicamentos. Y lo más preocupante es que los médicos y enfermeras abandonan Líbano en masa debido a las malas condiciones de trabajo y a una remuneración insuficiente para cubrir sus necesidades ante el aumento vertiginoso de los precios. En junio de 2022, el director del mayor hospital público del Líbano informó de que había perdido el 75% de los médicos del hospital y un tercio de su personal de enfermería tan sólo en los últimos años. 

En general, el nivel de desesperación y pobreza en el país es asombroso, lo que hace que muchos califiquen a la nación de Estado fallido. Muchos residentes dependen en gran medida de las remesas y los artículos enviados por amigos y familiares en el extranjero para sobrevivir. Muchos también dependen del mercado negro para obtener artículos como medicamentos, sellos, combustible e incluso papel. Con una inflación alimentaria que ha alcanzado el 332%, alimentos como la carne y la fruta se han convertido en productos de lujo. Mientras tanto, debido a la crisis eléctrica, la gente se pasa el día buscando lugares donde cargar sus teléfonos. Y la ONU ha dado recientemente la voz de alarma sobre el sistema de agua del país, ya que muchos residentes no reciben la cantidad mínima de agua diaria según los estándares globales.  

¿Y ahora qué? 

En 2021, el Banco Mundial informó de que las múltiples crisis de Líbano se encontraban probablemente entre las más graves que el mundo había visto en más de un siglo. La corrupción, el nepotismo, el elitismo y un sistema general que “ha beneficiado a unos pocos durante mucho tiempo” se consideran factores importantes de este declive, y son algunos de los mismos factores que llevaron a la explosión del puerto para empezar. Extensas investigaciones descubrieron que muchos funcionarios libaneses conocían los riesgos del nitrato de amonio abandonado y, sin embargo, no hicieron nada para mitigarlos, y mucho menos para proteger al público. Parece que, al menos por ahora, el trauma y las humillaciones infligidas al pueblo libanés no tienen fin.  

Con la situación política en constante cambio y sin una solución obvia a la vista para las múltiples crisis económicas que afectan al país, no está claro cómo, cuándo ni si Líbano será capaz de restaurar su antiguo y excepcional brillo. Como declaró recientemente el ministro de Sanidad del país: “No hay duda de que Líbano es un país enfermo ahora, pero la cuestión principal es si se trata de una enfermedad terminal o de una enfermedad que puede curarse”. Con tantos factores en juego -como la pobreza, el hambre y la desesperanza general, por citar algunos-, Líbano necesita una ayuda importante para superar sus numerosos retos. 

La versión original y extendida de este artículo fue publicada en Arab Center Washington DC.

Desde que la independencia de Líbano en 1943 puso fin al mandato francés de 23 años sobre Líbano, la estabilidad del país se ha visto interrumpida por una brutal guerra civil, por disputas políticas y militares regionales y por múltiples invasiones israelíes, la más notable de las cuales tuvo lugar en 1982. Y lo que es más importante, una serie de líderes y gobiernos corruptos, ausentes o ineficaces a lo largo de los años, han contribuido a que el país pase a engrosar las filas de los potenciales estados fallidos. Pero quizá nada revele más claramente la desesperación, el declive y el trauma innecesario que ha experimentado el país que la enorme explosión que se produjo en el puerto de Beirut hace poco más de dos años, el 4 de agosto de 2020. 

La explosión fue causada por un cargamento de 2.750 toneladas de nitrato de amonio. El compuesto químico, muy volátil, permaneció abandonado durante años en un almacén del puerto, hasta que en un día típico de bullicio en la ciudad explotó, provocando una de las mayores explosiones no nucleares de la historia.