Hay debates eternos: Messi o Maradona, tortilla con cebolla o sin ella… y por supuesto, qué pizza es la mejor del mundo. La pelea es global, casi diplomática, y da igual si preguntas en Nápoles, en Buenos Aires o en Nueva York: cada uno defenderá la suya como si fuera un asunto de Estado. Pero más allá de pasiones y banderas, lo cierto es que no todas las pizzas son iguales. Ni de lejos.
La pizza que conocemos hoy nació en Nápoles, sí, pero desde entonces cada país la ha moldeado a su gusto. Unas son crujientes, otras son gruesas, otras tienen más queso del que un ser humano debería ingerir en una sola comida. Y ahí está precisamente la gracia.
Vamos a lo importante: qué las diferencia.
Italia: la cuna de la pizza fina, rápida y minimalista
La pizza italiana, especialmente la napolitana, es como el cine de autor: sencilla, impecable y sin artificios. La masa es fina, elástica y con un borde alveolado que se infla apenas un minuto en un horno de leña que supera los 450 grados. Nada de largas esperas: entra, se dora, se hincha… y sale como un trueno.
Los italianos no perdonan dos cosas:
- La mozzarella debe ser fresca, de suero, fior di latte o bufala.
- Los ingredientes se ponen con moderación, del centro hacia fuera.
Menos es más: margarita, marinara, quattro formaggi, amatriciana… sabores limpios, vegetales, mediterráneos. Tomate, albahaca, aceite de oliva y poco más. Y cuando usamos “poco”, hablamos de verdad: en Italia una pizza puede llevar 100 gramos de queso y quedarse tan ancha.
Argentina: masa más alta, queso para regalar y mucho ingenio
En Argentina, la pizza se volvió casi un género propio. Más alta, más húmeda y con un borde menos marcado que la italiana, se cuece a temperaturas más moderadas y durante más tiempo. Y aquí llega el primer choque cultural: en lugar de mozzarella fresca, se usa muzzarella seca, y en cantidades generosas: 250 gramos no son nada descabellado.
Los argentinos también cocinan la pizza a la parrilla, muchas veces en forma cuadrada, usando quebracho para alcanzar unos 300 grados. El toque de humo y el punto tostado del fondo son marca de la casa.
Y si hablamos de identidad, hay dos palabras que lo resumen todo: fugazzeta rellena.
Una oda a la cebolla caramelizada y al queso en cantidades épicas. A eso súmale palmitos, provenzal, aceitunas o lo que la imaginación permita: en Argentina la pizza es tradición, pero también creatividad sin freno.
EEUU: masa gruesa, exceso buscado y espíritu fast-food
La pizza americana no conoce la palabra “moderación”. Es más gruesa que la argentina, con miga tipo pan y suficiente queso como para construir una estalactita láctea. La cocción es más larga, porque la masa lo exige, y suele hacerse en hornos menos potentes que los italianos.
Aquí manda el espectáculo:
- Deep-dish Chicago, casi una tarta salada.
- NY-style, grande, flexible y llena de queso.
- Detroit-style, rectangular y con bordes caramelizados.
Y por supuesto, las reinas: las pizzas con salsas barbacoa, pepperoni, bacon, pollo, cheddar… El objetivo no es la ligereza: es la contundencia. Que cada porción pese lo mismo que un ladrillo pequeño.