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Querida Alicia: jamás nos rendiremos frente al olvido

La periodista Alicia Gómez Montano, en una imagen de archivo.

José Miguel Contreras

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El fallecimiento de la periodista Alicia Gómez Montano ha dado a conocer a una extraordinaria mujer de la que la gente ajena a la profesión apenas había oído hablar. Sin embargo, ha sido con justicia una noticia relevante en los medios de comunicación. Parece que hayamos descubierto que era mucho más importante de lo que con seguro ella misma podía imaginar. Este extendido reconocimiento significa el triunfo de virtudes que no suelen acompañar a la palabra éxito. Hablamos de humildad, de compromiso, de entrega, de lealtad, de compañerismo, de honestidad y de sencillez. Ahora que se ha ido, supone una oportunidad para reivindicar el inconmensurable valor de la vida basada en luchar por estar, más que en pretender ser.

En el mundo de la comunicación, el brillo del oropel suele trastornar a demasiada gente. La competencia por satisfacer la vanidad es una tentación siempre presente que solo supera con facilidad la gente más grande. Y Alicia ha sido enorme. Su último ejemplo de humildad es habernos mostrado a todos que tener amistad con ella era muy poco excepcional. Ha sido absolutamente exagerado comprobar que todos éramos amigos de Alicia. La clásica imagen de varias viudas desconsoladas que se descubren por vez primera en el sepelio del marido polígamo se ha actualizado. Resulta que Alicia era amiga de todo el mundo y todos nos habíamos sentido plenamente atendidos por ella. Creíamos ser especiales por poder disfrutar de su cariño y entrega y resulta que nos compartía con cualquiera que se cruzaba en su camino. En estas horas en las que tanta gente diferente nos hemos reencontrado frente a su recuerdo, nos miramos unos a otros entre el asombro por la coincidencia y la complicidad del profundo dolor que nos une.

En esta inesperada última semana de vida, hemos podido compartir con ella muchos de sus principales rasgos. Cuando hemos ido a visitarla al hospital, nos pedía en cuanto nos veía que levantáramos el respaldo de la cama para poder compartir mejor la conversación cara a cara. Quería saberlo todo: qué pasaba en el Gobierno, qué se comentaba en los pasillos de las teles, cuál era el cotilleo sentimental más reciente de la profesión y quién había sido el último político en meter la pata. Pese al cansancio y la dureza de la enfermedad seguía esbozando una sonrisa con cada historia y sus ojos se iluminaban con cada detalle del relato.

Conocí a Alicia hace 40 años y solo la recuerdo bienhumorada por complicada que fuera la situación que nos tocara vivir. Su capacidad de colocar la risa como soporte ante cualquier situación era apasionante. Hemos compartido un grupo de amigos que se ha mantenido hasta hoy. Lo que hemos reído juntos es indescriptible, siempre reunidos en torno a una buena comida y un buen vino. Su humor era cáustico, salvaje, demoledor. Pasábamos a cuchillo a todo aquel que se cruzaba en la conversación. Empezando por los presentes. Cuanto más querido era el personaje sometido a linchamiento, más justificada era la crítica descomunal. Daba igual. Era una excusa para reír y para usar el insulto como válvula de escape. Creo que era Gómez de la Serna el que afirmaba que en el periodismo español todo el mundo habla mal de todo el mundo, con toda la razón.

Alicia ha sido una persona profundamente buena. Dedicó su vida al periodismo. Ha vivido de él y para él. Ha creído como nadie en la televisión pública. Ha luchado por dignificarla y hacerla crecer. Ha sabido ser magnífica compañera, leal colaboradora y jefa extraordinaria cuando le ha tocado. Tenía una enorme ilusión por poder afrontar la posibilidad de presidir RTVE después de haber alcanzado el número uno en el concurso de méritos promovido por acuerdo de los partidos políticos. Aún el pasado miércoles nos decía que esperaba recuperarse pronto para ponerse manos a la obra ahora que ya tenemos Gobierno. Era una activista infatigable de la vida. Vivir era su causa y nos dio vida a todos los que hemos tenido la fortuna de conocerla. Jamás se rindió ante nada. Si ha perdido esta batalla no ha sido por falta de resistencia. La maldita enfermedad ha acabado con ella pero es seguro que su recuerdo va a perdurar mucho más de lo que su triste destino pretendía conseguir. Lo aprendimos de ti, querida Alicia: jamás nos rendiremos frente al olvido.

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