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El Gobierno entra en tiempo muerto

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.

Esther Palomera

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Hay una extraña teoría que atribuye la expresión “tiempo muerto” a 60 minutos que transcurren entre las tres y las cuatro de la madrugada en los que ocurren fenómenos inexplicables o paranormales que no tienen explicación lógica ni científica. En la política española hay mucho de inconcebible desde que cambiaron los códigos tradicionales para el análisis y la “agenda catalana” lo copa todo. El caso es que la decisión de Torra, que es de Puigdemont, de ganar tiempo con un extraño adelanto electoral para el que no hay fecha, arrastra en principio a Pedro Sánchez exactamente a eso, a un “tiempo muerto”. El diálogo iba a quedar para después de que hablasen los catalanes en las urnas dando al traste así con el plazo de 15 días máximo que se pactó con ERC en el acuerdo alcanzado para la investidura de Sánchez.

Lo que viene es un futuro incierto. Sin mapa ni guía. Torra llena la escena de duda y desconcierto al certificar la muerte de una legislatura que ya nació mal parida. No existe más certeza ahora que la de que los catalanes pasarán este año de nuevo por las urnas. Posiblemente en primavera. Pero aún no hay fecha porque el molt honorable menos honorable de cuantos ha tenido Catalunya ha decidido que primero hay que aprobar los presupuestos y después, celebrar las elecciones. Si anómalo es que la Generalitat funcione -es un decir- aún con las cuentas de 2017, más insólito se antoja que el actual Govern deje hipotecado al que venga después al marcar la próxima senda presupuestaria.

Todo es extraño. Incluso que Sánchez mantenga la reunión que tenía prevista en Barcelona la próxima semana con el president para empezar el camino de la distensión. Y no porque la celebre, sino porque en el ánimo de Torra no hay intención alguna de bajar el diapasón y porque, después del anuncio de elecciones, La Moncloa ha rebajado la expectativa de la cita y enmarcado el encuentro junto a otros que Sánchez mantendrá con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau y la presidenta de la Diputación, Nuria Marín.

Los de Puigdemont, por su parte, necesitan mantener su estrategia de confrontación. Con el Gobierno de España y con sus socios independentistas. Toda vez que ERC ha consumado la ruptura del bloque y se ha plantado ante nuevas provocaciones y desobediencias, Junts ya ha desplegado el argumentario de campaña contra los de Junqueras: que si botifler; que si vendidos a la España opresora; que si con ellos no hay república posible… Lo que haga falta con tal de arrebatarle la primera posición del tablero que le otorgan los sondeos y para impedir, si se diera el caso, de un tercer tripartito en Catalunya que rompa con la política de bloques. Pero este sería el horizonte medio, en el corto la campaña electoral radicalizará las posiciones y de este modo es probable que se desvanezca el sueño de Sánchez de retomar el diálogo y abrir en paralelo la negociación de los Presupuestos Generales del Estado.

La “agenda catalana” contaminará todo también este año. Más aún con una derecha irresponsable que jamás se planteó hacer de Catalunya una política de Estado en la que no cupiera ni el partidismo, ni la gresca, ni la boutade. Cuando Sánchez decidió ser investido con la abstención de los independentistas sabía que así sería y que corría riesgos. Aun así, aceptó la mesa de diálogo entre gobiernos, se apresuró a anunciar una reforma del Código Penal para revisar las penas del delito de sedición; una ronda de encuentros con los gobiernos autonómicos que escondiera la pátina de bilateralidad concedida a la Generalitat… Ahora todo está en el aire. El diálogo, los presupuestos y la estrategia de Sánchez e Iglesias de arrebatar a la derecha la bandera del constitucionalismo con el blindaje y desarrollo de derechos sociales no reconocidos como fundamentales. Su deseo de desplegar en todos los sentidos lo que en La Moncloa se conoce por la teoría de la política expansiva para marcar una impronta nueva se verá sin duda alterada porque su hoja de ruta depende de Catalunya, de Puigdemont, de lo que aguante ERC las embestidas de sus socios de bloque y, por supuesto, de si Junts es capaz de aunar una posición común con Junqueras de cara al diálogo, que no parece que esa vaya a ser su estrategia. Todo lo contrario.

El horizonte es de incertidumbre y de un más que seguro tiempo de tropiezos entre socios independentistas que obligará a Sánchez a un impás en su hoja de ruta y su decidida apuesta por el diálogo y la negociación. Torra le ha obligado con su enésima finta a apretar el botón de pausa. No hay más que tocar alguna tecla “monclovita” para comprobar la preocupación, pero también desconcierto e improvisación en las respuestas. Como la finta de última hora este jueves: Rufián intercediendo en Moncloa para aplacar el enfado de Esquerra y salvando el pacto de investidura.

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