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Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.

Es que somos libres

Rafael Reig / Rafael Reig

Cercedilla —

Pues seguiré su consejo, Mercedes, aunque estos días, como he hecho huelga, en lugar de escribir, he buscado una lectura más clásica. He leído Lisístrata, de Aristófanes. Perdón, he releído: un intelectual que se respete antes se dejaría meter mano por un canónigo que admitir que lee algo por primera vez. He llegado a la misma conclusión que usted: hoy en día una comedia con tantas palabrotas, obscenidades, chistes guarros y expresiones soeces estaría censurada. Es la primera lección que me han enseñado Lisístrata y las demás mujeres. A ser libre. Cuando el coro de hombres se burla de lo que dice la corifea de las mujeres y pregunta cómo se atreve a decir tales cosas, su respuesta es muy sencilla, pero contundente: “Es que soy libre”.

La comedia se suele leer en términos feministas (y no está mal leída así), pero las mujeres también representan a los explotados en general. Así la he leído en plena huelga. Su argumento: que los explotados tomen de una vez conciencia de que son libres.

Como usted sabe, Lisístrata organiza una huelga para poner fin a la guerra del Peloponeso. Reúne a las mujeres de los bandos combatientes y se juramentan para negarles a los hombres acceso carnal. Una huelga, no de brazos caídos, sino de muslos cerrados. También abandonan las tareas del hogar (aunque esto provoca menos daños colaterales). En la escena final, los hombres, todos empalmados (son los términos que utiliza Aristófanes, lo siento, era tan libre como sus mujeres), acaban firmando la paz. Ya su nombre, Lisístrata, nos anuncia su destino, pues está formado por “lyo”, que significa “soltar” o “disolver”; y “stratós”, es decir, ejército: la que disuelve los ejércitos.

Les toma juramento (“Ningún hombre, ni amante, ni marido se acercará a mí descapullado”, juran) y todas acceden al sacrificio, puesto que a ellas también les fastidia la abstinencia, mucho más cuando, tras la toma de Mileto, se había cortado el suministro de consoladores (Mileto era famosa por el cuero con el que los fabricaban). La propia Lisístrata se lo recuerda a las compañeras: “desde que los milesios nos traicionaron, no he visto ni un solo consolador de ocho dedos de largo que nos sirva de alivio”, dice. Entre paréntesis: por lo que sé debían de ser unos quince centímetros: la cultura griega, ya se sabe, era clásica y no romántica, es decir, dada a guardar la proporción.

En todas partes hay esquiroles y algunas mujeres desertan a escondidas para separar las piernas y consolarse, pero al final triunfa la solidaridad y la huelga tiene efecto. Anuncia el heraldo: “Tiesa está toda Lacedemonia y todos los aliados están empalmados. Nos faltan los cuencos”.

En los que derramarse, ya se comprende, en el “vaso idóneo”, como decían los curas, lo que llevó a un amigo de Juan Valera que contrajo la sífilis a quejarse con amargura: “Dios, ¿por qué pusiste tanto veneno en vaso tan hermoso?”

No sólo por lo divertida que es, sino por (al menos) otros tres motivos he aprendio algo de esta comedia de Aristófanes.

En primer lugar, la huelga tiene éxito porque se suman a ella las mujeres de los distintos pueblos enemigos. Los explotados no tienen patria. Que no nos dividan. Los empleados por cuenta ajena no podemos volvernos contra los empleados del Estado, como alienta el Gobierno: la culpa no es de los funcionarios. Tampoco de los inmigrantes. Tampoco de Madrid o del Gobierno central. La patria, la monarquía, la marca España, el proyecto europeo, la identidad catalana, la Furia Roja, la confianza de los mercados y demás sandeces son de quienes nos explotan con ellas, pero a nosotros nos importan un comino. Unámonos y rechacemos todas esas pamplinas a patada limpia. El interés nacional pertenece a los bancos: neguémonos a rescatarlos (más todavía) y que se hundan de una vez. Y que no nos echen las cuentas de lo que pierde el país con una huelga general: sumemos lo que perdemos los trabajadores al hacerla, que es mucho más importante. No nos creamos ni una palabra. Somos libres: creámonoslo de una vez.

En segundo lugar, recojo la lección de una de las escenas cumbre de la obra. El comisario le recuerda que de la guerra se ocupan los hombres y ella le responde que así nos va, y asegura que, a partir de ahora, de la guerra se van a ocupar las mujeres.

No me resisto a transcribir parte del diálogo:

COMISARIO. ¿Y cómo os las vais a arreglar vosotras para reconciliar y poner fin a tal cantidad de asuntos enmarañados en las ciudades griegas?

LISÍSTRATA. Muy simple.

COMISARIO. ¿Cómo? Explícamelo.

LISÍSTRATA. Igual que el hilo, cuando se nos ha enredado, lo cogemos así, y con los husos por un lado y por otro, lo traemos a su sitio, así también desenmarañaremos esta guerra, si es que nos dejan hacer, poniendo las cosas en su sitio por medio de embajadas a un lado y a otro.

COMISARIO. ¿Así que con lanas, hilos y husos, os creéis que vais a poner fin a unos asuntos tan terribles? ¡Qué necias!

LISÍSTRATA. Sí, y también vosotros, si tuvieras una pizca de sentido común, según nuestras lanas gobernaríais todo.

Hagamos lo mismo. No nos dejemos explotar por los expertos. Que no nos cuenten más milongas de la prima de riesgo, de los mercados, de los inversores y de otras zarandajas esotéricas. No nos creamos que la economía está sólo al alcance de los economistas. Las mujeres, con sus hilos y sus lanas, desenmarañan la guerra que los hombres no saben (ni quieren) desenredar. Pues apliquémonos el cuento: de economía entendemos los de abajo más que un tal Luis de Guindos, que al fin y al cabo no era más que un capitoste de esa agrupación de golfos apandadores llamada Lehman Brothers.

En tercer lugar, ya he contado que, además de la huelga de muslos cerrados, las mujeres también abandonan las tareas domésticas (se acuartelan en la Acrópolis, custodiando el oro para que no lo dilapiden los hombres en la guerra). Es irrelevante, sin embargo: a los hombres eso no es lo que les molesta y ellas saben que a realizar las labores del hogar siempre podrían obligarlas. Pero ¿acaso no podrían obligarlas a separar los muslos? Por supuesto que sí. La cuestión es que eso no lo querrían los hombres obtenido a la fuerza.

CLEONICE. ¿Y si nos cogen y nos arrastran por la fuerza a la alcoba?

LISÍSTRATA. Tú agárrate a la puerta.

CLEONICE. ¿Y si nos pegan?

LISÍSTRATA. Hay que dejarse hacer poniéndoselo muy difícil, que no hay placer en esas cosas cuando se hacen por la fuerza. Además hay que causarles dolor. Y pierde cuidado, en seguida renunciarán. Pues nunca jamás disfrutará el hombre si no va de acuerdo con la mujer.

Hay que admitir que estos griegos, que no encontraban (nunca jamás) placer si la mujer no estaba de acuerdo, estaban algo más evolucionados que bastantes españoles contemporáneos, pero esa no es la cuestión, sino más bien que el arma más poderosa es negar aquello que más necesitan: nuestra voluntad. Lo único que no pueden obtener a la fuerza.

Podemos hacer huelga un día o un mes, pero al final nos obligarán a trabajar, aunque sea por hambre. Por la fuerza nos esclavizarán, pero nunca conseguirán lo que les hace falta: que les queramos. Que les creamos. Que les admiremos. Que nos los tomemos en serio. Que les respetemos.

Ya se ha acabado la huelga general de ayer, pero tenemos que seguir en huelga todos los días, negarnos a la servidumbre voluntaria.

Si quieren algo de nosotros y tienen el poder, hay que obligarles a que lo ejerzan. Que sepan que lo hacemos a la fuerza, no de grado. Neguémonos, digamos que preferiríamos no hacerlo y que tengan que obligarnos.

Y por supuesto: no le riamos ni un solo chiste más al jefe. No nos alegremos si nos invita a un café. No intentemos caerle bien a los que mandan. Que sepan que ni les queremos ni les creemos. Perdámosles el respeto en nuestro interior, aunque nos tengamos que callar en su presencia.

Sigamos en huelga hasta que decidamos nosotros como gobernarnos, como Lisístrata y sus compañeras, con nuestras propias herramientas de costura, sin necesidad de sus analistas financieros.

Seamos de verdad libres, por mucho que sea aquello a lo que nos obliguen. Aprendamos, una vez más, de las mujeres.

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