Electrosensibles: un trastorno psicológico que crece en el primer mundo

Una zona de acceso  WiFi en París / Banalities (FLICKR)

Jordi Sabaté

Barcelona —

Lo que para la mayoría de nosotros es un salto cualitativo en el nivel técnico y de civilización, para algunos, cada vez más según la prensa, ha supuesto la llegada de una enfermedad devastadora de la que a duras penas se pueden liberar. Los enfermos de hipersensibilidad electromagnética se consideran víctimas del advenimiento de las ondas wifi y las redes de telefonía móvil, por mucho que la ciencia demuestre, una y otra vez, que su enfermedad realmente no existe y debe enmarcarse en el campo de los trastornos psicológicos, probáblemente de las fobias.

El problema es que algunas sentencias juiciales recientes en Francia y el tratamiento favorable que de su problemática dan algunos medios de comunicación, refuerza su creencia de que realmente padecen un problema de agresión electromagnética. La consecuencia es que más y más personas se acogen a esta enfermedad -imaginada a menos que se demuestre lo contrario- para explicar su malestar en lugar de pedir ayuda a profesionales de la psicología.

¿Enfermos imaginarios?

La tesis de los electrosensibles es que la evolución tecnológica no va a ir atrás porque marca el ritmo de vida de la gran mayoría, pero la acumulación tan bestia de ondas electromagnéticas que se produce en los núcleos urbanos medianos y grandes, se ceba con ellos. Las redes wifi y de telefonía, sobre todo, les provocarían desde cefaleas a vómitos, cansancio crónico, erupciones cutáneas, convulsiones, desmayos, variantes del mal de Alzheimer y otros muchos efectos... Es lo que creen ellos.

Porque la ciencia, por el momento, y a pesar del creciente número de estudios que se realizan, no logra establecer un vínculo entre la densidad del espectro electromagnético y los problemas de los afectados. También la OMS en sus conclusiones se muestra cauta ante la falta de evidencias científicas y la poca homogeneidad de los síntomas descritos, ya que en la mayor parte de los casos cada individuo expresa unos malestares diferentes al resto.

Además, la atribución de la enfermedad tiene como patrón de comportamiento, en la mayor parte de los casos, un autodiagnóstico en el que los enfermos concluyen por su cuenta que la causa de sus desarreglos son las ondas electromagnéticas, aunque en pruebas ciegas no sepan distinguir la existencia o no de campos electromagnéticos de diferente densidad.

Las ondas 'digitales' no matan

De hecho, hasta donde se sabe, la peligrosidad de las ondas electromagnéticas no es una cuestión de densidades, es decir de altas concentraciones de ondas, sino de la intensidad de las ondas, lo que se conoce como frecuencia de onda. De este modo, la franja de ondas de mayor frecuencia es la ultravioleta, que sí tiene efectos ionizantes y por tanto puede causar alteraciones en un cuerpo físico -como un gen, lo que podría dar origen a tumores- además de provocar quemaduras como las solares.

Pero las ondas que se utilizan en la tecnología humana, y sobre todo en la digital, son las ondas de radiofrecuencia, que están muy por debajo de las frecuencias ultravioletas y lo único que pueden provocar son alteraciones de temperatura. Estas alteraciones térmicas serían las que provocan típicamente los hornos microondas, que trabajan en un rango de frecuencias similar al de las ondas wifi pero con una densidad de ondas 4.500 veces superior y encerradas en un espacio reducido con alto porcentaje de rebote, lo que se conoce como una Jaula de Faraday.

Es decir que en condiciones normales, la densidad de ondas del centro de Nueva York, por ejemplo, es como poco 4.500 veces más baja que la de un horno microondas. Por otro lado, sus ondas tienen una frecuencia más de un millón de veces inferior a las radiaciones ultravioleta menos extremas. Con estas condiciones, en apariencia es difícil provocar alteraciones de la salud incluso si estamos muy cerca de una fuente emisora como una antena de telefonía o un router wifi. Y en realidad la mayoría de los estudios científicos así lo aseguran.

En busca de una tierra libre de ondas

Y sin embargo, los casos de personas que se autodiagnostican electrosensibilidad electromagnética aumentan año a año, con un salto espectacular desde los inicios de la era de la telefonía móvil. Se dan sobre todo en países del primer mundo y entre personas de alto nivel educacional y gran desarrollo tecnológico. El caso más notorio y reciente es el de la poetisa francesa Marine Richard.

Según una sentencia de un juzgado que los expertos calificaron de “estrambótica”, el estado francés debe pagar a Richard una pensión de 800 euros por sufrir minusvalías del 85% debido a su hipersensibilidad electromagnética. La sentencia se basa en que Richard necesita dinero para comprar, además de otras provisiones, leña con la que calentarse en la cabaña donde vive alejada de la civilización en los Pirineos franceses.

Richard no es la única víctima electorsensible que ha decidido huir de las zonas urbanas para dejar de sentir los síntomas de la hipersensibilidad electromagnética. En Estados Unidos, miles de personas han encontrado su paraíso libre de ondas en la zona de Green Bank, en las montañas del estado de Virginia Occidental. El motivo es que se trata de un campo de 33 kilómetros cuadrados dedicado a la observación de ondas de muy baja frecuencia que llegan del espacio y, por lo tanto, está libre de cualquier tipo de onda humana de origen terrestre. En Francia, su santuario es el pueblo de Baños de Arlés.

Ansiedad y mitos

La mayor parte de expertos, con algunas excepciones, considera reales los síntomas de los individuos electrosensibles, pero los achaca a problemas psicológicos de origen ansioso y prescribe tratamientos de conducta y análisis. Es decir que estas personas estarían encarnando su ansiedad y su sufrimiento en el electromagnetismo cuando en realidad su problema es de índole emocional. De hecho en el Reino Unido ya se ha establecido un protocolo de tratamiento ante lo que se considera un trastorno de tipo ansioso, pero no por ello menos grave.

Este tipo de identificaciones no son ajenas a los progresos tecnológicos, y ya con el advenimiento del ferrocarril se produjo una plaga de supuestos enfermos afectados por este modo de transporte. Entonces, incluso Freud describió que algún aspecto del ferrocarril, como la velocidad, el riesgo de accidente, la vibración, etc., dañaba la salud mental al observar a personas que desarrollan fobia o ansiedad ante este transporte.

Del mismo modo, hoy prevalecen mitos como el de la electropolución, según el cual los teléfonos móviles pueden provocar cáncer y las ondas electromagnéticas alteran el sueño, por lo que es mejor dejar el wifi apagado y los móviles fuera de la habitación al ir a dormir.

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