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Los efectos de las ondas del WiFi enfrentan a la justicia y los científicos

Una zona de acceso  WiFi en París / Banalities (FLICKR)

Jesús Travieso

Marine Richard es una periodista francesa de 39 años que decidió vivir aislada en Los Alpes. Según ella, su cuerpo no podía soportar más las ondas electromagnéticas de los núcleos urbanos, al provocarle dolores y fatiga. Richard asegura que sufre hipersensibilidad electromagnética, y que está provocada por las conexiones WiFi y las antenas de telefonía móvil. Una patología que la ciencia, tras múltiples estudios, insiste en que no existe.

Eso no ha disuadido a un tribunal francés de dar la razón a Richard. Los jueces le han concedido una pensión por incapacidad por una patología que tampoco ha sido reconocida como tal por la Organización Mundial de la Salud (OMS), al considerar que puede estar causada por “reacciones de estrés, resultado de la preocupación por la creencia en efectos” de estas ondas. Dicha decisión ha provocado un conflicto llamativo: la justicia falla en contra de las investigaciones científicas. Un caso que puede sentar un precedente “peligroso”, según expertos consultados por eldiario.es.

¿Qué lleva a un juez a tomar una decisión así? “En casos como este, todo depende de las pruebas periciales”, señala el fiscal donostiarra Jorge Bermúdez, que confiesa sentirse “extrañado” de que un magistrado no tenga en cuenta las investigaciones que señalan que el sufrimiento de los pacientes (que experimentan cefalea, estrés o erupciones, e insisten en que pueden llegar a tener cáncer) no está provocado por las ondas.

La situación puede provocar que la justicia deje de lado el método científico y que al final todo dependa de los peritajes y las alegaciones de las partes. Aunque estos vengan de supuestos expertos que abanderan causas no demostradas en un laboratorio o dolencias no reconocidas. En el fallo, el tribunal sostiene que “la sintomatología desaparece en cuanto las causas son eliminadas”, lo que implica “sacrificios tan extremos que no permiten la menor sospecha de simulación”.

La explicación de los peritajes suele ser “difícil”, señala el científico y profesor de biotecnología en la Universidad Politécnica de Valencia J. M. Mulet. “El juez o el jurado no tiene por qué saber de ciencia, por lo que se soluciona con el peritaje. Pero explicar tus conclusiones no suele ser fácil, y ahí te puedes encontrar con un abogado hábil más convincente, sin necesidad de partir de una base científica”, asegura. El principal “peligro”, según Mulet, es que se presenten “sentencias como estudios científicos”.

Las dificultades de la ciencia para hacer llegar su mensaje se incrementan con la presencia de los que defienden las llamadas pseudociencias. En el caso de la supuesta hipersensibilidad electromagnética, estas personas incitan a los que lidian con los síntomas derivados de la misma a utilizar métodos no avalados por un estudio. “Te proponen que uses burkas de aluminio o fundas especiales para móviles que no sirven para nada”, señala Mulet.

“Hay que ir a por la gente que engaña a los que realmente están sufriendo, los que les hacen creer que están mal por las ondas del móvil”, apunta Luis Alfonso Gámez, autor del blog científico Magonia y del libro El peligro de creer.

El precedente español

Aunque Marine Richard es el primer caso conocido y el más mediático, en España ya se concedió una pensión de incapacidad por la hipersensibilidad electromagnética. La beneficiaria fue Minerva Palomar (que así contó su historia en Antena 3), una auxiliar administrativa de la Universidad Complutense que logró que un juzgado de lo Social le diese la razón en 2011. El juez decidió que recibiese la prestación por no poder trabajar debido a su dolencia. En la sentencia no hay referencia alguna a que esta patología no ha sido reconocida como tal. La perito de la demandante, además, fue una doctora miembro de la Federación Española de Médicos Homeópatas.

La mayoría de estudios realizados han concluido que el problema de estos pacientes es psicosomático. Esto consiste en unas manifestaciones fisiológicas que los pacientes interpretan como producto de una enfermedad (como los tumores). La realidad es que responden al estrés o la ansiedad que ellos mismos se provocan con esa preocupación. Ahí es donde entra el efecto “nocebo”, antítesis del famoso placebo, que consiste en que “si alguien cree que algo le hace mal, irá a peor”, explica Gámez.

La política española también se ha sumado al debate hace poco. El líder de Podemos, Pablo Iglesias, y la eurodiputada Estefanía Torres presentaron en el Parlamento Europeo una petición para que se reconociese que la enfermedad es real. También instaba a “solucionar la desprotección y vulnerabilidad infantil ante el despliegue de tecnologías inalámbricas en el ámbito educativo”. eldiario.es se ha puesto en contacto con Podemos para preguntar el motivo de esta propuesta. Al cierre de este artículo no se había producido respuesta.

El miedo a las antenas

El temor por las ondas electromagnéticas comenzó años atrás, cuando se iniciaron las peticiones de que no se instalaran antenas de telefonía cerca de los colegios. Asociaciones que defienden que la electrosensibilidad es una realidad han pedido a través de sus webs y en los medios que se ponga coto al WiFi en los colegios, al considerarlo “un posible agente cancerígeno”. El rechazo se extiende a teléfonos inalámbricos y móviles.

Luis Alfonso Gámez considera que esto es “tecnofobia” y recuerda que la radiactividad “también es natural, además de que si estas ondas les hacen daño, también se lo harían las ondas de televisión”. Para Mulet, decir que “lo natural es bueno y lo artificial malo es una mentira”. “La mayor causa de alergia suele ser el polen. No hay nada más natural que eso”, señala.

El papel de los medios de comunicación también es importante en casos como este. “El problema es cuando nos tomamos una sentencia judicial como norma científica. Que un juez pruebe a sentenciar contra la teoría de la gravedad o contra la evolución. Daría igual: prevalece la ciencia”, sostiene Gámez.

Cómo tratar a estos pacientes

Que la ciencia haya descartado que exista esta patología no quiere decir que los enfermos se inventen que lo están pasando mal. Las investigaciones apuntan a que muchos de estos casos suelen estar relacionados con la salud mental. El médico de familia Javier Padilla asegura que estas personas merecen “una respuesta” por parte de todos, además de señalarles que lo que creen tener “responde a otras causas, que alejándose de antenas igual no consigue nada”.

La psicóloga Inés Gutiérrez Edo apunta a que son las “distorsiones cognitivas” las que nos llevan a pensar que por sentir molestias en los ojos podemos tener un cáncer en desarrollo. “Esto provoca miedo, lo que desata los síntomas fisiológicos del estrés, como la presión en el pecho o el pulso acelerado”, señala. Obsesionarse con que tienen hipersensibilidad electromagnética provoca el miedo en estas personas, que se sienten cada vez peor. Esto “incrementa su estrés y termina de la peor manera: con el convencimiento de que se padece electrosensibilidad o creyendo que están desarrollando un tumor”, dice Gutiérrez Edo.

Padilla recomienda “no ir de golpe” con estos pacientes, y presentarles las posibles opciones progresivamente. “Hablar del psiquiatra o de enfermedad mental de primeras no es lo recomendable”, dice. El estigma de la salud mental puede ser contraproducente: “No sienta bien que si tienes un sufrimiento te digan de primeras que es algo de la cabeza”, recuerda el doctor.

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