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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

El ángel del horror sigue su marcha en Sabra y Shatila

Xavier Abu Eid

Tras 88 días de cerco sobre Beirut por parte de tropas israelíes contra la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y las fuerzas progresistas libanesas, se consiguió un acuerdo con intervención y garantías internacionales para terminar con el conflicto. Las Fuerzas de la OLP aceptaban abandonar el Líbano, con sus armas en mano, a cambio del cese de la agresión israelí que ya había provocado 20 mil muertos entre libaneses y palestinos. El mediador norteamericano Philip Habib había prometido a la OLP que fuerzas internacionales se harían cargo de la seguridad de los refugiados palestinos en el Líbano, quienes luego de la retirada de las fuerzas de la OLP quedarían indefensos. Lo que pasaría luego sería una copia de lo que Israel ha hecho con todos los acuerdos que ha firmado. Y la falta de una acción decidida, una copia de lo que la comunidad internacional ha venido haciendo luego de cada violación israelí.

Lo ocurrido los días 16, 17 y 18 de Septiembre en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila son notas de horror que a pocos días de lo ocurrido en Gaza traen a la memoria las palabras del escritor israelí Amnon Kapeliouk de 1982: “¿cuántas Sabras y cuántas Shatilas serán necesarias para que el mundo entienda la necesidad de un Estado palestino?” También el cantautor argentino Alberto Cortéz definía las consecuencias de la impunidad con una metáfora: “el ángel del horror sigue su marcha en Sabra y Shatila”.

Las tropas de la OLP se habían retirado. Consultado sobre su puerto de destino, el líder Yasser Arafat decía que iba hacia “Palestina.” En realidad, iba a Grecia y luego a Italia, donde mantendría su primer encuentro con el Papa Juan Pablo II. Su respuesta –“Palestina”- era un mensaje a quienes creían que la retirada de las tropas palestinas significaba un fin de su causa. La salida de Beirut marco un cambio de estrategia que eventualmente llevaría al presidente Arafat a retornar en 1995.

Pronto, Sharon difundiría el rumor de que en los campos había 2000 hombres armados. Violando el acuerdo alcanzado tras la mediación norteamericana, las tropas israelíes invadieron Beirut pasaron a tomar control de las áreas donde se encontraban los principales campos de refugiados palestinos como Burj el Barajne, Sabra y Shatila. Ese es el momento en el cual, desde el punto de vista del Derecho internacional, Israel, y particularmente el general Ariel Sharo, a cargo de la invasión, se convertían en responsables por la seguridad de los civiles palestinos.

El asesinato, pocas horas antes, del presidente Bashir Gemayel, admirador del fascismo europeo y aliado israelí en la guerra de 1982, se cargó rápidamente a la cuenta de los palestinos. Hasta el día de hoy, el episodio no ha sido resuelto y una de las pocas certezas que se tienen es que la OLP no estuvo involucrada. Sin embargo, tropas de la extrema derecha libanesa, aliada de Israel y conocida por su brutalidad, pidieron al general Sharon permiso para ingresar a los campos de Sabra y Shatila. Sharon no solo aceptó la petición. Cercó los campos para que nadie pudiera salir e iluminó el cielo por las noches con bengalas para facilitar la acción criminal de sus aliados. Yasser Arafat se enteró de lo ocurrido en Roma, sin posibilidad de defender a su gente, y sin las prometidas tropas internacionales.

Según Sharon, en los campos se escondían “2000 hombre armados”. Sin embargo, lo único que había eran miles de mujeres, ancianos y niños que fueron masacrados y mutilados de forma horrenda. Como consecuencia de la presión internacional, Israel solicitó a sus aliados que abandonasen los campos. La Cruz Roja no encontró más que el desolador panorama que deja una masacre. Probablemente, los representantes internacionales contemplaron algo parecido a lo visto años antes en la masacre de Deir Yassin, cometida por quien en 1982 era primer ministro en Israel, Menahem Beguin. La presencia junto a ellos de corresponsales como Robert Fisk sirvió para que el mundo tomara consciencia de la magnitud de lo ocurrido bajo la atenta colaboración israelí. El periodista franco-israelí Amnon Kapeliouk realizó crónicas desde los campos que serían corroboradas por soldados israelíes horrorizados por la masacre cometida con participación. En Israel, 400.000 personas salieron a las calles a exigir la dimisión del primer ministro Menahem Beguin y de Ariel Sharon, quien a esa altura ya era conocido como el “carnicero de Beirut.”

El gobierno israelí se vio forzado a investigar. La llamada comisión Kahan determinó que Sharon tenía “responsabilidad personal” en la masacre ¿Qué consecuencias tuvo? Sharon continuó como miembro del gabinete para luego ser electo primer ministro.

La búsqueda de justicia para las víctimas de Sabra y Shatila se reabrió el 2001. En vísperas del vigésimo aniversario de la masacre, el reconocido abogado maronita libanés Shebli Mallat presentó, en nombre de algunos supervivientes, una querella contra Ariel Sharon en tribunales belgas. Una serie de eventos sospechosos, como el asesinato de Elia Hobeika, un general de la derecha libanesa aliada de Israel en 1982 que había señalado que llevaría “importantes revelaciones” sobre la implicación de Sharon al tribunal belga, así como la presión israelí, harían que el caso terminase por ser desestimado. Sharon murió el 11 de Enero del 2014 con honores de jefe de estado, mensajes de dolor de diferentes líderes internacionales y la asistencia de prácticamente todo el cuerpo diplomático que se encontraba en Israel. Hasta Tony Blair pronunció un emocionado discurso en representación de “la comunidad internacional” y calificó a Sharon como “un hombre de paz.” La OLP señaló que “antes de morir debería haber comparecido ante un tribunal por todos los crímenes cometidos.” Al igual que Pinochet, sin embargo, Sharon murió sin ser juzgado.

Alberto Cortez se refería a la masacre cantando “¿A dónde estaba yo, en qué galaxia, insensible, leyendo la noticia? ¿No seré uno más en la falacia de Sabra y Shatila? […] ¿A dónde estabas tú, con tu arrogancia, poderoso señor que en la mochila llevas todo el cadáver de la infancia de Sabra y Shatila? […] ¿Que harán para ocultar lo que ha pasado en Sabra y Shatila?”. Sus palabras son aplicables tanto a la opinión pública como a los líderes internacionales de hoy. La masacre de Sabra y Shatila no es un hecho aislado, sino que un símbolo del derrotero histórico del pueblo palestino desde 1948. No por casualidad, en los discursos del presidente Abás y en lo que dice la propia gente en las calles palestinas, las relaciones entre lo ocurrido en Gaza el 2014, Sabra y Shatila en 1982 o Deir Yassin en 1948, son recurrentes.

Sin una acción decisiva y contundente, lo único que tendremos es otra Gaza y otra Sabra y Shatila. Poner fin a la ocupación para establecer dos estados soberanos y democráticos a partir de la frontera de 1967 y lograr una solución justa basada en el derecho internacional para los refugiados palestinos debe ser una prioridad para todos los que aseguran querer paz en la región. Cada minuto que dejemos pasar lo que se pierde son vidas humanas y la perspectiva de una solución política que no ha de volver. Como cantaba Alberto Cortez en 1982, “el ángel del horror sigue su marcha en Sabra y Shatila.” Yo agrego: “y en toda Palestina.”

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