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“Efraín”, el cine etíope que cruza fronteras

"Efraín", el cine etíope que cruza fronteras

EFE

Madrid —

Fue el primer filme etíope que compitió en el Festival de Cannes y una de las pocas producciones de ese país africano que ha traspasado fronteras. “Efraín”, ópera prima de Yared Zeleke, es una emotiva historia, en parte autobiográfica, sobre la pérdida de inocencia de un niño en la Etiopía rural contemporánea.

La película, que llegará el 8 de abril a los cines españoles, es una rareza dentro de una joven industria, la etíope, concebida mayoritariamente para el consumo interno, ha explicado a Efe su director, que estudió cine en Nueva York y vive a caballo entre esa ciudad y Adis Abeba.

“La industria de cine en mi país es la segunda más importante de África, después de la nigeriana. Son películas de bajo presupuesto pensadas sobre todo para el consumo interno. Pero creo que pronto va a entrar de lleno en el escenario internacional, porque hay una generación de jóvenes directores con mucho talento”, ha señalado.

“Efraín”, realizada en coproducción con Francia y Alemania, cuenta la historia de un niño de diez años que crece separado de sus padres -su madre ha fallecido, su padre se ve obligado a emigrar- y que para hacer frente a su duelo se aferra a la amistad con un cordero, cuya vida está dispuesto a defender contra viento y marea.

La historia real de Zeleke es algo diferente. Creció con su abuela en un barrio de la capital etíope y con diez años fue enviado a Estados Unidos, con un padre al que no conocía y que había huido de la guerra.

“Utilizo un tono de cuento de hadas porque así recuerdo mi infancia, llena de amor, buena comida y fiestas coloridas. Cuando tuve que dejarlo todo atrás, fue un trauma. De mayor entendí que Etiopía estaba en guerra con Somalia y que teníamos una dictadura comunista, pero todo eso con diez años no lo entiendes”, afirma.

La película es “una carta de amor” a su país de origen y un tratamiento de cura frente a aquel trauma, que escribió animado por su profesor de guion en Nueva York, Todd Solondz (“Happiness”), y su productora, Ama Ampadu.

Filmada con actores no profesionales, contiene varias capas narrativas que reflejan conflictos sociales como el choque entre tradición y modernidad o cuestiones de género.

“Etiopía es un país muy arraigado en sus tradiciones y hay un enorme contraste entre el mundo rural, donde el modo de vida es casi medieval, y la ciudad, con sus 'iphones' y rascacielos”, describe el director, de 37 años.

“Quería reflejar ese contraste fascinante, porque soy consciente de que va a cambiar en los próximos años. La economía etíope es una de las diez que más están creciendo en el mundo. Ese modo de vida, la artesanía, la ropa, esa ternura y ese alma, se van a desvanecer”, vaticina.

En la aldea en la que rodaron, por ejemplo, no hay electricidad. “Los niños lloraban porque nunca habían visto una cara europea. La mayoría no entendía lo que estábamos haciendo”, cuenta.

Zeleke creció viendo dos tipos de películas en la televisión de un vecino, la única que había en el barrio.

“Ponían o cine de Bollywood o telenovelas de Alemania oriental. El impacto era muy grande porque no había extranjeros en Etiopía, no tenemos un pasado colonial, y ver esas caras extrañas, esas historias ajenas, era algo extraordinario”, recuerda.

Ya en Estados Unidos, mucho antes de plantearse estudiar dirección y guion, se hinchó a ver otro cine. Desde Almodóvar a Robert Bresson y Sidney Lumet, uno de sus directores favoritos.

Pero en principio sus pasos profesionales iban encaminados a la agroeconomía. “Estudié desarrollo internacional y gestión de recursos naturales para el África subsahariana. Etiopía es una sociedad eminentemente agraria, y yo quería contribuir. En lugar de trabajar con los agricultores, acabé haciendo una película sobre ellos”.

por Magdalena Tsanis

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