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Esperando al “número 5”

EFE

Pekín —

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La liturgia chino-comunista es impactante desde el principio hasta el fin. Hoy nos recibió en el Gran Palacio del Pueblo, en la plaza de Tiananmen, el “numero 5” del partido, Liu Yunshan, toda una autoridad del Politburó al que atribuyen la competencia en materia de “construcción de la civilización espiritual”, pero que en realidad es el máximo responsable de Propaganda.

Nos llevaron ante él a representantes de 213 medios de todo el mundo, con cierto aire a las antiguas cumbres de los países no alineados: un treinta por ciento de asiáticos, otro treinta de africanos subsaharianos, otro treinta de árabes y el resto occidentales, rusos y latinoamericanos.

Y entre los latinos, cubanos, mexicanos, argentinos, uruguayos, bolivianos, portugueses y españoles.

Liu se hizo esperar. Nos levantaron para las cita a las 6,30, salimos para el gran palacio una hora más tarde y nos reunimos con el supremo jerarca tres horas después, tras posar los 213 en una multi-foto colorida con el líder, a la que fuimos llamados por orden de relevancia y de 40 en 40.

En la primera fila, junto a Liu, nos situaron a los representantes de Egipto, Reino Unido, España, Canadá, Estados Unidos, Singapur, Corea, Japón, India y Pakistán. Detrás de ellos, el resto de la tropa mediática hasta 213, más asesores, periodistas chinos y equipo de protocolo.

El motivo de la reunión era debatir y discutir sobre la Nueva Ruta de la Seda, un proyecto en el que el Gobierno chino de Li está echando el resto y en el que quiere implicar a todo el mundo, ejerciendo su papel de primera potencia económica global.

Los chinos son sobre todo educados. El “number five” habla pausado, con tono sacerdotal y usando a cada momento las palabras paz y progreso.

Paz y progreso, progreso y paz, para China, para Asia, para todos los pueblos del mundo. Es hombre de estatura media-baja, pelo negro muy negro, manos cruzadas, ligero maquillaje, mirada tranquila y manera exquisita, cual prelado comunista experto en cautivar a la concurrencia.

Habla mucho y bien de lo importante que ha de ser “para todos los pueblos del mundo” la Nueva Ruta de la Seda que unirá China y Asia con Europa y África, también después con América, desde el punto de vista de las infraestructuras, pero igual en el comercio y la cultura.

Liu no es un dirigente de gestos bruscos. Todo en el escenario a su alrededor es comedido y está milimetrado. Los aplausos, de medio segundo y manos flojas. Las intervenciones, de no más de un minuto, salvo la suya, que duró media hora y fue traducida a ocho idiomas.

El té, verde, oolong, muy rico, omnipresente y servido a cada momento por una legión de azafatas vestidas de traje de chaqueta rosa inmaculado.

Y flores y más flores, alfombras rojas, lámparas gigantes con jarrones gigantes chinos muy chinos, todo en un salón de más de 5.000 metros con una montaña de fotógrafos, cámaras, asesores y traductores.

Los orientales son corteses y además lo parecen. Tienen interés en que se conozcan sus avances, sus edificios megamodernos, sus automóviles de última generación, sus hoteles de impacto superlujosos, su modernidad en suma, bien visible en ciudades como Pekín, donde lo peor en estos días, amen del tráfico, es el calor más que horrible, y lo mejor la amabilidad y la sonrisa de sus gentes.

El número 5 nos recibió tres horas después, nos dio un discurso figurón de manual sin responder a ni una sola de las preguntas que le hicimos, y se fue con su séquito a otra parte. Tal y como llegó. Casi en silencio, pero con mucho abolengo.

Después, las televisiones, las radios, la agencia pública y el impresionante Diario del Pueblo, con tres millones de lectores en papel y 300 millones en internet, el de mayor difusión del mundo, se emplearon a fondo para trasladar a la opinión china la clausura de este evento, convertido ya en uno de los foros periodísticos interculturales más populosos del mundo.

Y apenas tiene tres años de vida. Ya anuncian que el próximo será apoteósico.

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