Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

'El padrino negro': gánsteres y activistas unidos por el 'black power'

Quizá por falta de medios, el filme se aleja de los exponentes más esteticistas del 'soul cinema'

Ignasi Franch

Uno de los aspectos más discutidos de El padrino ha sido la posibilidad que el filme blanquease el crimen organizado al relatar la crónica familiar de una mafia litúrgica y ceremoniosa. Ciertamente, Coppola y compañía incluyeron escenas de brutalidad sin contemplaciones. Con todo, no dejaron de dibujar una especie de cosa nostra menos mala, encarnada en ese Vito Corleone que se exponía a una sangrienta guerra de bandas por no querer traficar con drogas.

Sin duda, los autores de la película quisieron evidenciar la hipocresía y las mentiras de los protagonistas, especialmente a través de un desenlace que subraya su falsedad. Pero El padrino puede permitir también un visionado en clave de sympathy for the devil. Algunos capos estuvieron encantados con el resultado, e incluso modificaron su estética y su manera de expresarse para que la mafia real encajase con la mitología llevada a las pantallas por Coppola.

Con el éxito de El padrino, vinieron las continuaciones y derivaciones. Entre ellas, encontramos El padrino negro, estrenada en 1974. Fue un exponente de ese cine blaxploitation que ofrecía películas pop, de género, normalmente de bajo presupuesto, presuntamente adaptadas a las preocupaciones y los gustos de la audiencia afroamericana. El realizador John Evans hizo su apuesta copiando un elemento central del clásico de Coppola: la figura del gánster humanista que rechaza el narcotráfico y está dispuesto a arriesgar su vida para defender esta posición. Pero esta vez el enfoque era mucho más radical.

Con medios precarios y discursos inflamados, el filme subía la apuesta de las transgresiones del cine afroamericano del momento. El gángster antidrogas está representado como un antihéroe que, con algunos claroscuros, juega un papel indudablemente positivo. Y se alía con activistas armados (la huella del Black Panther Party es evidente, aunque no se mencione su nombre) para acabar con el reparto de drogas en el gueto.

El gusto del cine estadounidense por los liderazgos fuertes y las historias de violencia tomaba así una deriva en apariencia delirante, al presentar una confluencia entre militancia política y crimen organizado. Pero la realidad puede superar la ficción: al fin y al cabo, la Liga Italo-americana por los Derechos Civiles que intentó boicotear El padrino estaba liderada por un mafioso, Joseph Colombo, que fue tiroteado en un acto de la asociación.

Explorando los límites de la violencia aceptable

Durante la década de los setenta, a raíz del éxito de la película de acción Shaft, la industria audiovisual estadounidense exploraba las posibilidades comerciales de ficciones lideradas por intérpretes afroamericanos. Si el Hollywood mainstream producía alguna crítica del supremacismo racial hecha desde el establishment y para disfrute del público blanco y anglosajón, Shaft, Coffy y demás películas se dirigían sobre todo al público afroamericano. Y suponían una cierta actualización de los race films de preguerra, producidos específicamente para exhibirse en cines de guetos. En tiempos de lucha por los derechos civiles, los productores de cintas blaxploitation apostaban sobre todo por los barrios de mayoría negra, pero no cerraban las puertas a una audiencia multirracial.

Los resultados fueron diversos e ideológicamente confusos. Las películas combinaban fácilmente el pintoresquismo étnico o las imágenes sexploitation con mensajes más o menos explícitos de empoderamiento. Las grandes producciones tendían a un talante más conciliador, y paternalista, de reforma y superación desde dentro del statu quo. Obras independientes como Sweet Sweetback's Baadasssss song podían resultar más confrontativas. El padrino negro no tenía problemas en este aspecto: como producción extremadamente low cost, rompió algunos tabús sin la supervisión de ningún magnate cinematográfico.

Desde la canción de los títulos de crédito iniciales, el viaje empieza fuerte: aunque haya que sacrificar la vida propia, debes eliminar al opresor. Lejos de los paisajes de posguerra de El padrino, Evans situaba la ficción en la línea del thriller de la época: la ciudad como jungla de asfalto. Pero no estamos ante una pesadilla de inseguridad ciudadana y miedo a la pérdida de propiedades privadas, como los que protagonizaría Charles Bronson, sino ante un cuento de indignación ante el racismo estructural.

La diferencia con el thriller mainstream era evidente. No se justificaba una violencia individual y nacida de motivos personales como el asesinato de un ser querido, sino que se defendía una violencia colectiva, organizada y abiertamente política. De alguna manera, diversos autores del cine blaxploitation exploraron los límites de la violencia que se consideraba aceptable y legítima dentro de las pantallas cinematográficas estadounidenses.

Si el derecho a ejercer la violencia individual, en forma de justicierismo, estaba normalmente reservado a hombres blancos, Coffy, Foxy Brown o Sugar Hill relataron historias de venganza ejercidas por mujeres afroamericanas. Y El padrino negro desafió, a su manera extravagante e irreflexiva, el monopolio de la violencia organizada a manos del Estado: ante el fracaso y la corrupción de las instituciones, una guerrilla liderada por un gánster asumía la responsabilidad de acabar con el narcotráfico.

Recuerdos del pasado

En Jackie Brown y Django desencadenado, Quentin Tarantino incluyó referencias a títulos blaxploitation como Jackie Brown o Mandingo. En los últimos años, el blaxploitation es sobre todo un género muerto al que guiñar el ojo en propuestas retro. Y la olvidada El padrino negro no ha resistido especialmente bien el paso del tiempo. Resulta demasiado convencional en comparación con obras como el kakfiano drama criminal Sweet Sweetback's Baadasssss song , más cercano a un underground consciente de sí mismo. A la vez, resulta demasiado extraña en comparación con entretenimientos pulp más estandarizados como El Drácula negro.

Los Estados Unidos de la lucha por los derechos civiles también fueron examinados en clave autoral: Punishment Park, por ejemplo, fue un falso documental distópico sobre represión de la disidencia que dio voz a activistas reales. El Padrino negro, en cambio, transitó terrenos peculiares: los de un cine trash y agitador.

Su precariedad extrema realzó la autenticidad de algunos pasajes y marcó distancias con el soul cinema más glamuroso, aquel que podía llegar a tapar malestares sociales con trajes coloristas y ritmos funk. A pesar de lo que daban a entender el cartel y los anuncios promocionales, El padrino negro tampoco apostó por la exhibición constante de cuerpos femeninos propia del blaxploitation más machista, no sabemos si por sensibilidad (el filme no deja de ser bastante paternalista) o por falta de dinero.

La recuperación de la película, en formato DVD y con una calidad de imagen bastante lo-fi, incluye un curioso añadido: Teddy, un cortometraje documental sobre un grupo de activistas que renunciaron a la violencia armada debido a una mezcla de fe religiosa y cálculo pragmático.“Si tenemos una pistola, cogerán un rifle; si tenemos un rifle, cogerán un tanque”, dicen. Este es, quizá, uno de los puntos débiles de El padrino negro en su vertiente conceptual: no representar el poder del Estado en toda su dimensión.

De alguna manera, esto supone una extraña confluencia (otra más) que hermana los thrillers derechistas de hundimiento institucional y desamparo ciudadano con este raro hijo del black power que, por sensacionalismo o por convicción, resulta extrañamente radical.

Etiquetas
stats