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Pa ti pa tu primo: los cómics más golosos del mes

Matar a mi madre: una fantasía gótica y freudiana de Jules Feiffer

Rubén Lardín

Con la sorpresa incorporada en el nombre nace este mes un nuevo sello editorial dedicado al cómic, Sapristi, y se presenta en sociedad con Matar a mi madre, un libro con la garantía del dramaturgo y guionista de cine Jules Feiffer, que para nosotros siempre será el escritor de Conocimiento carnal, la película de Mike Nichols.

Feiffer, poseedor de un Oscar y un Pulitzer que se crió como autor a la vera de Will Eisner y durante muchos años practicó la gimnasia de la tira de prensa, es especialista en la impresión emocional, en el gesto psicológico y en el rasgo al vuelo. Su dibujo alborotado y sin vanidades funciona en Matar a mi madre como una prescripción médica, donde una grafía espontánea y confiada nos arrastra y nos sacude a lo largo de un melodrama folletinesco todo él mascarada, con el sujeto femenino como motivo y el aliento noir como razón.

Una adolescente resentida dispuesta a liquidar a su progenitora, una viuda de policía al servicio de un detective desastrado, una desaparición misteriosa, un sindiós de identidades... Manejando como tributo esas herramientas ligeras de la serie negra clásica pero salvando nostalgias estériles y otorgándole nuevo pulso, Feiffer entrelaza las circunstancias de varios personajes para darnos el timbre de una única voz, la suya, ya octogenaria pero todavía muy hábil en la celebración de un género que acarrea con alegría una pena, la de la Gran Depresión remando hacia la Segunda Guerra Mundial.

MATERIALES NOBLES

Carroñero (Ediciones La Cúpula) parte con alforjas de aventura medieval pero elude el cántico tramposo de la épica y los meandros de la fantasía heroica para instalarse en el fragor de la campaña bélica, donde un antiguo capitán que en su día alcanzó rango de leyenda y que ahora se maneja al margen de la ley se verá convertido en estratega de su destino mientras se embarra en una contienda que no le corresponde, entre otras cosas porque ya no le corresponde nada.

Ricardo Vilbor y Vicente Montalbá, guionista y dibujante, desarrollan con una convicción que hacía tiempo no se veía un pasaje bruto y lúgubre, tal vez el último, en la vida de un soldado de fortuna, y entregan con Carroñero un cómic tan bien templado como una espada de acero toledano, correoso en el dibujo y salvaje en intenciones, que burla cualquier moda, cava más hondo de lo que aparenta y hasta se permite flecos de sátira sin perder un ápice de crudeza.

Tomb of Terror (Tyrannosaurus Books), por su parte, se apunta a lo retro y allana lo camp en su evocación de otro tiempo y otra manera de leer tebeos, cuando en los quioscos reinaban cabeceras como Creepy, Rufus o Vampus, herederas a su vez de una tradición inaugurada en los años 50 por publicaciones como Tales from the Crypt o The Vault of Horror.

Un tributo canónico a base de historietas cortas, de cepa moralista y con remate sorprendente, entre la anécdota inspirada y la serie Z más tremebunda. Crímenes despechados, barrabasadas gore, nudismo gratuito... Funcionando sobre guiones precarios, dibujos de batalla y una ausencia de sentido común que se nos llega a hacer saludable, Tomb of Terror, que recopila los cinco primeros números de la antología americana Bloke’s Terrible Tomb of Terror, da lo que promete: carnaza y desfachatez para seducir a los inocentes. A los que se empeñan en seguir siéndolo.

COSAS DE NIÑOS

Riad Sattouf es todavía un desconocido en España, donde su personaje Pascal Brutal (Norma Editorial) y su serie para Charlie Hebdo La vida secreta de los jóvenes (La Cúpula), dos muestras imbatibles de humor antropológico, merecían mejor suerte de la que han corrido. Esto debería repararse tras la edición ahora de El árabe del futuro (Salamandra), primera entrega de una trilogía autobiográfica donde el autor, hijo de madre bretona y padre sirio, en todo momento un niño francés, narra el vaivén de una infancia entre Francia, Libia y Siria durante los primeros 80, años especialmente convulsos para Oriente Medio.

El árabe del futuro traza la brecha con Occidente desde la mirada virgen del protagonista, siempre fija en la figura capital de un padre que el autor retrata con valentía en sus contradicciones. La sagacidad de Sattouf, un hacha para la instantánea estupefacta y el diálogo de precisión, se localiza en una aparente economía de medios que es en realidad un aprovechamiento, un refinado donde la condición humana se define en sus descuidos, en las fragilidades de conducta y en algo tan sofisticado como el drama y el humor simultáneos, que se nos entregan despojados de sentimentalismo, caricatura o prejuicio.

Amparado en el extrañamiento de un narrador infantil que hace de los desconciertos verdades, siempre atento a los resortes crueles y cándidos del sexo, sostenido en la dulzura y la expresión de un dibujo que nos mantiene cautivos en su sencillez y capaz de casar lo terrible con la carcajada sin abonar el peaje del humor negro, El árabe el futuroEl árabe el futuro, que se está celebrando en Francia, con toda razón, como uno de los mejores libros de la temporada, tiene naturaleza de primer acto y en ese sentido es un álbum irresistible y perfecto.

MELODÍAS ANIMADAS

Y mientras Sattouf hace prospección de su pasado, el norteamericano Kaz, que ha alternado una carrera de fondo en el underground con colaboraciones en series de éxito como Bob Esponja, sabe que hacia el futuro todo son bandazos y se muestra mucho más expeditivo en el segundo volumen de su serie Submundo, la alegoría más indómita y salvaje de lo que fue aquella infancia que más que perdida tenemos extraviada.

Submun-Dos (Autsaider Cómics) recopila las tiras que Kaz dibujó entre 1999 y 2005, en las que vuelven a reunirse la rata Creep, el bruto Snuff, Petit Mort, el gusanoide Grubb e incluso, por qué no, el viejo Bob Hope, todos ellos población desahuciada de un universo paradójico donde la niñez, con su aspecto de dibujo animado de principios de siglo, parece haberse detenido pero no por ello ha dejado de pudrirse.

El submundo de Kaz, que en sus mejores momentos se eleva como poesía y presenta todo el tiempo un poso desquiciado de angustia, son chanzas y chistecicos frescos recién traídos del infierno, es la escoria varada de nuestros sueños, la resaca de toda una vida, y las aventuras que allí ocurren, a razón de cuatro viñetas cada una y para qué más, contienen sexualidades turbias, politoxicomanías severas, patologías normativas y una constante apología de la destrucción que no es otra cosa que una muestra desesperada de júbilo. Leyendo Submun-Dos se es muy feliz, como siempre se ha sido cuando se lee un buen tebeo. Que no falten.

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