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El eco de la metáfora del “hortus conclusus”, en la colección del Thyssen

El eco de la metáfora del "hortus conclusus", en la colección del Thyssen

EFE

Madrid —

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La metáfora en torno al “hortus conclusus”, el huerto cerrado que tiene su origen en el “Cantar de los Cantares”, es el hilo conductor de la exposición que abre hoy sus puertas en el Museo Thyssen-Bornemisza.

Incluida en el programa “Miradas cruzadas”, que el museo organiza en torno a su colección, la muestra exhibe doce obras seleccionadas por Tomas Llorens en torno al eco de la imagen literaria del “hortus conclusus” en la pintura europea desde la Edad Media hasta el siglo XX.

“Eres huerto cerrado hermana y novia mía/ huerto cerrado, fuente sellada”. Estos versos forman parte del capítulo IV del “Cantar de los Cantares”, “en el que el novio habla de la belleza de la novia y va desgranando elogios de la misma”, ha señalado a Efe el comisario.

Llorens ha recordado que a lo largo de la historia se han hecho muchas interpretaciones de ese “huerto cerrado”, evocación del jardín que planta Dios en el Paraíso para poner en él al hombre. “Cuando se traduce el 'Génesis', del hebreo al griego, se introduce la palabra 'paraíso', que viene del persa y quiere decir 'huerto cerrado'”.

Han sido muchas las interpretaciones religiosas sobre los versos del “Cantar de los Cantares”. “Algunos ven de manera explícita en el novio a Yahveh y en la novia al pueblo de Israel y, posteriormente, se identifica con Dios y con la Iglesia”.

Tomás Llorens ha llevado estas ideas a un recorrido en el que se refleja la idea de recuperar el paraíso perdido, desde las primeras representaciones medievales, basadas en la interpretación cristiana del relato bíblico, hasta la diversidad artística del siglo XX.

La selección comienza con “La Virgen y el Niño en el Hortus Conclusus” (1410), “un pequeño cuadro de devoción privada de un autor anónimo alemán del siglo XV”.

En él se refleja la interpretación cristiana del “Cantar de los Cantares” “representando a Cristo y a su madre en un jardín vallado y rodeados por la fuente sellada mencionada en el poema y otras imágenes que simbolizan la virginidad de María y su papel como madre del Redentor”.

También pintura de devoción privada es “Florero” (1485), de Hans Memling. “Cuadro emblemático en el que el jarrón, en cuyo abultamiento aparece el monograma de Jesús, representa a la Virgen”, según el comisario, para quien cada flor tiene una simbología religiosa.

En “El jardín del Edén” (1610-1612), Jan Brueghel representa el creciente interés científico por las especies exóticas, tanto vegetales como animales, y por la observación de la naturaleza, que se produjo a partir del siglo XVI y que provocó un cambio de gusto artístico.

En esta obra, flores y plantas mantienen el simbolismo religioso pero se evidencia el deseo de explorar la naturaleza y sus formas; curiosidad científica que se aprecia también en “Vaso chino con flores, conchas e insectos” (1609), de Ambrosius Bosschaert I, o en “Jarrón con flores y dos manojos de espárragos” (1650), de Jan Fyt.

A continuación “la exposición da un salto al siglo XIX, en que los impresionistas franceses que pintan al aire libre y les interesa la vida de la calle abandonan el interés por la vida moderna para centrarse en su estudio abierto de un jardín”, ha comentado Tomás Llorens.

“Mujer con sombrilla en un jardín” (1875), de Renoir, es un anticipo del interés de los pintores impresionistas por la jardinería, pero no solo para pintarla.

“Esta es la penúltima metáfora de la exposición: el placer de pintar por pintar. La pintura se convierte en una manera de huir de las manifestaciones problemáticas de la modernidad”.

La pasión por la jardinería, impulsada fundamentalmente por Gustave Caillebotte, a quien el Thyssen dedicará este verano una exposición, llega a su máximo exponente con Claude Monet del que se exhibe “La casa entre las rosas” (1925).

Entre los artistas que siguieron las huellas de Monet figura Carl Frieseke, con “Malvarrosas” (1912-1913). De Emil Nolde se muestra “Tarde de verano” (1903) y “Girasoles resplandecientes” (1936), un cuadro “trágico”, según el comisario.

El recorrido finaliza con “Flor-concha” (1927), de Max Ernst, y “Lirio blanco” (1957), de Georgia O'Keeffe.

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