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Escribir novelas bajo presión

Fotograma de My Salinger year (2020)

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'¿Quién se anima al Nano este año?'. Alguien pregunta en el chat de mi grupo de apoyo de escritura. Sí, vamos, cinco amigas que llevamos unos cuatro años tratando de sacar novela, y las cinco estamos con ganas, como todos los otoños, de ponernos de una vez o retomar el maldito proyecto literario acariciado (a días enquistado). Ninguna es escritora profesional (¿eso existe, es viable, es deseable?) y hoy comienza el NaNoWriMo (acrónimo de National Writing Month, un reto colectivo surgido en Estados Unidos donde un montón de personas se propone cumplir una misma meta a la vez: concluir en un mes un trabajo literario (puede ser una novela, poemario, libreto escénico). Cada cual establece un número de palabras al día que ha de escribir con rigurosa disciplina. ¿Prima entonces la cantidad sobre la calidad? ¿Qué tiene qué ver esto con los tiempos de la creación? Pero, ¿cuáles son los tiempos de la creación? Solo al país de la productividad se le podría ocurrir un sistema así. Y al país de la ingenua ilusión. Lo importante es la constancia. Pues, claro, ¡con ella todo es posible! Pues sí, algunas obras exitosas, especialmente de género fantástico, salieron de un Nano. Muchas otras obras también se escriben hoy día bajo la presión, no solo de un plazo autoimpuesto, sino bajo el signo de los tiempos de la precariedad y la falta de sueño. 

Andrea Abreu escribía su ópera prima Panza de burro animada por Sabina Urraca mientras trabajaba en una sucursal de Intimissimi. Lara Moreno ya me lo advirtió: no queda otra que robarle tiempo al verano para poder escribir, y eso con suerte. Con la poeta y traductora Gloria Fortún montamos en 2019 unas “noches de Nano” en el espacio feminista Entredós. Solo una de nosotras, Cova Díaz, terminó su primera versión de novela (que aún espera correcciones y editorial). Fue un logro colectivo. A veces pienso que deberíamos sacar la escritura del altar del cuarto propio, ya de por sí difícil de conseguir en plena crisis habitacional. Iniciativas como #TodasEscribiendo, impulsada por la investigadora y crítica cultural Lecturas en Común, agrupan a personas que necesitan algo más que esa habitación propia conectada para escribir. Necesitamos soporte, red, comunidad, alguien al otro lado. Y tiempo. Que es lo mismo que decir dinero. Quizá sea el momento para reivindicar la parte de las 500 libras esterlinas de la cita de Woolf. ¿Quién proveerá de ese dinero para que escribamos?¿Cuando escriben las que no tienen tiempo para escribir?¿De dónde salen las novelas en nuestro país? ¿Si solo escriben los mismos, quién hace que gire el mundo editorial? Gente ya exitosa, eventualmente gente muy joven, y gente muy cansada (todo el resto). Pero, sobre todo, ¿qué supondría que las historias no salieran siempre de las mismas cabezas, de los mismos estares y clases sociales?

Lo que más me ha ayudado en mi trabajo como madre ha sido una buena pediatra y una plaza en la escuela pública. ¿Qué nos serviría con la misma eficacia para ser escritoras? Becas, ayudas, espacios, adelantos, tarifas decentes a las colaboraciones. Sin recursos materiales, el trabajo asalariado jamás nos soltará de sus fauces, siquiera por ratejos, para escribir. ¿Quién puede trabajar, cuidar, escribir, estar en redes (sí, para casi todas ya es mucho más que un divertimento que no puedes elegir dejar)? Pienso en Muriel Spark en 1960, a la edad de 43 años, haciendo su propio Nano y plasmando en un mes la prodigiosa La plenitud de la señorita Brodie, volcando a mano y en cuadernos sin pautar su despiadado Instituto Benjamenta femenino con la eficiencia y la precisión de quien no dispone de más tiempo. En la película My Salinger Year (disponible en Filmin), una joven aspirante a escritora y trabajadora en la agencia literaria de Salinger, conoce casualmente a una ya exitosa Rachel Cusk en una comida. 'Tienes que desearlo más que nada en el mundo'. Igual hacen falta más cosas además de deseo, Rachel. La joven asistente aspirante a escritora, simbólica o casualmente llamada Jo, se ve humillada en el metro, no por Rachel y su éxito, si no por su jefa que no puede concebir que una de sus curritas quiera o pueda esribir. Vuelve a seguir pasando a máquina los modelos de carta de la agencia mientras va arrinconando en el diminuto apartamento sin calefacción ni puertas que comparte con un novio, su proyecto de novela, su proyecto, su tremendo deseo de convertirse en escritora. Tal vez por y para personas así, como nosotras, se inventó el NaNoWriMo: para soñar durante un mes que puedes dedicarte a escribir. Bienvenido, noviembre. 

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