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¿Gana quien golpea más?

Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal, en el Congreso. EFE/Juan Carlos Hidalgo

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Entre la gente corriente de izquierdas empieza a extenderse la sensación de que el enfangamiento de la política que está provocando el PP conducirá a una derrota electoral del gobierno de coalición y que, además, dentro de unos meses Pedro Sánchez no tendrá más remedio que adelantar las elecciones. No hay datos objetivos que lo avalen, pero si ese pesimismo se consolida podría terminar siendo una profecía autocumplida.

No es de ahora. Desde hace tiempo entre los expertos se viene debatiendo la idea de que en un enfrentamiento político quien hace más ruido, quien descalifica más contundentemente al rival, incluso con mentiras, tiene las de ganar sobre una fuerza política que prefiere la moderación y la cordura. También está muy difundida la tesis contraria: que quien agrede sin límites termina perdiendo porque provoca una reacción antagónica en un sector decisorio del electorado, que considera inmoral y anti cívico ese comportamiento.

Está claro que el PP no comparte esta segunda visión y que cualquier actitud dialogante, como la que sin prueba alguna se atribuía a Alberto Núñez Feijóo antes de asumir la presidencia del PP, ha sido arrumbada de los planteamientos del primer partido de la derecha. En la sede de Génova sus dirigentes trabajan, posiblemente en exclusiva, para elaborar, o inventar de la nada, el reproche, la acusación o el insulto más sonoro contra la izquierda. Sabiendo que cualquier infamia tendrá eco en la prensa adicta. Sin descartar que haya podido ser pergeñada con la colaboración de alguno de sus medios.

Deben estar convencidos de que esa estrategia dará sus frutos. Aunque lleve un buen tiempo fracasando y, particularmente, lo haya hecho en las últimas generales. Pero seguramente carecen de alternativa a la misma. Y, además, los poderes fácticos del PP, con José María Aznar a la cabeza, no permitirían dudas al respecto. Lo dijo hace algunos meses: hay que golpear, cada uno donde pueda y como pueda. La vanguardia judicial más reaccionaria le obedeció desde el primer momento. Y en ello siguen. El partido y, por supuesto, Feijóo, no pueden hacer otra cosa.

Porque todo apunta a que Aznar, sin participar en la gestión corriente del PP, manda en él como en sus mejores tiempos. No de una manera directa, sino haciendo patente cuando hace falta que nadie puede osar a hacer algo distinto a lo que propone. Es el referente intocable de la política de derechas en España. El que en su gestión haya cometido errores terribles y que esos errores hayan sido nefastos para el partido no importa mucho. Porque nadie en el PP va a atreverse a reprochárselo.

Está claro que ese protagonismo es también posible porque una masa decisoria del partido, tanto en la dirección como en la base, está con él de manera segura y constante. El PP es mucho más de derechas de lo que algunos bienpensantes de izquierdas quieren creer, pensando que un día, si las cosas cambian, un entendimiento entre los dos grandes partidos sería posible. Hoy por hoy, algo así es impensable.

La frontera entre el PP y Vox es cada vez más tenue. Puede que ya no exista. El acuerdo entre ambos partidos para aprobar, en Castilla León y la Comunidad Valenciana, esa Ley de Concordia que sustituirá a la de Memoria Democrática en ambos territorios es la prueba terrible de ese acercamiento. Ambos se han conjurado no sólo para blanquear los horrores del franquismo, sino para frenar cualquier intento de las víctimas de la dictadura por reivindicar a sus muertos.

¿Se puede ser más de ultraderecha que eso? Pero hay una pregunta más decisiva que esa en estos momentos: la de que si con esos planteamientos, el PP puede ganar las futuras elecciones generales. Que es lo mismo que preguntarse si el voto potencial de la izquierda no reaccionará, aunque sea en el último minuto, para impedir que esa ultraderecha se haga con el poder. Como, por cierto, ya ocurrió en julio del año pasado.

El último rumor, el de que Junts y Carles Puigdemont podrían aceptar un pacto para investir al líder del PP si se quedaran aislados en Cataluña, tiene que colocarse en ese mismo contexto. Para concluir que, al menos durante los dos o tres próximos años, hasta que todo el proceso de la amnistía no esté plenamente concluido, cualquier hipótesis en ese sentido es totalmente impensable.

Las elecciones vascas no deberían cambiar mucho esas perspectivas. Las catalanas tampoco. Más difícil es hoy descartar el impacto que pueden tener las europeas si se cumplen los pronósticos de las encuestas, que son muy malos para la izquierda. Pero da la impresión de que Pedro Sánchez está preparado para encajarlo.

Después del verano se volverá al fango. Con algunas novedades. Una, la de que el 'caso Koldo' podría haber quedado definitivamente arrumbado. Dos, que lo mismo podría pasar con las acusaciones a la esposa del presidente del Gobierno. Y, tres, que el escándalo que afecta a la presidenta de la Comunidad de Madrid podría haber hecho daños difícilmente reparables a la señora Díaz Ayuso y a su partido. El que la Comunidad de Madrid haya elaborado de urgencia una encuesta para decir que el PP, en el día de hoy, sigue teniendo la mayoría, es una iniciativa demasiado sospechosa como para que sus conclusiones sean ciertas.

En definitiva, que no hay motivos sólidos para el pesimismo. Y que todavía pueden pasar muchas cosas de aquí a que haya elecciones generales.

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