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José Zorrilla, 'influencer' a su pesar

EFE

Valladolid —

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No existían las redes sociales, ni blogueros e internautas, tan sólo pluma, tinta, tertulias, cafés y periódicos que José Zorrilla (1817-1893) empleó y frecuentó hasta convertirse, muy a su pesar, en una especie de 'influencer' de su época.

Aunque se dio a conocer en 1837 con un manojo de versos para honrar la estirpe literaria y mundana de Mariano José de Larra, delante de la tumba del suicida por amor, Zorrilla se dedicó a las letras porque no sabía hacer otra cosa, según consta en el cuestionario que le envió la revista Blanco y Negro y que devolvió debidamente cumplimentado días antes de su muerte.

En esas “Declaraciones íntimas”, título de la sección de la popular revista editada por los Luca de Tena, el autor del Tenorio respondió que su sueño dorado era el de borrar su nombre, su historia “y las nueve décimas partes” de sus escritos, y expresó su deseo de ser “tonto y rico, y no como soy, tonto y pobre”.

Su vida disipada y sin gobierno, causa de no pocos desencuentros familiares, quebrantos económicos y fracasos sentimentales, alumbró por simpatía o contagio a su más célebre personaje, el señorito calavera Don Juan Tenorio, cuyas andanzas de crápula y seductor publicó en 1844.

Al poco tiempo, por imperativo económico, vendió los derechos de la pieza y comprobó desolado en vida el éxito de una tragicomedia que pasa por ser una de las obras literarias más conocidas de la historia de la literatura española, acaso la más representada: pobre y tonto se dijo.

Con los referentes en prosa de Quevedo y Manzoni; y de sus predilectos Tiziano, Durero y Goya, en pintura, un cauto y cortés Zorrilla declinó una explícita respuesta en el apartado del cuestionario reservado a su poeta favorito.

“Ninguno. De todos me encantan y disgustan obras”, contestó a la revista Blanco y Negro en el número publicado el 4 de febrero de 1893, días después de su fallecimiento.

Se abonó a la “ocupación nacional” de tomar la sombra en verano y el sol en invierno, aunque “he vivido y moriré trabajando”, según contestó a otra de las preguntas de la revista fundada por Torcuato Luca de Tena, recientemente reeditada en ese número por el Ayuntamiento de Valladolid, en colaboración con el diario El Norte de Castilla, para conmemorar el bicentenario del nacimiento de Zorrilla, que hoy finaliza.

Cierto grado de frustración destilan esas respuestas, deseoso de morir “de repente, para no cansar a nadie”, de no ocasionar molestias a nadie en su hora final, y anhelante de un entierro sencillo en su ciudad natal.

Nada de eso consiguió tampoco este escritor “bien pagado de sus atractivos personales, manirroto como buen romántico y devoto irredento del género femenino”, como le ha definido hoy el alcalde de Valladolid, Óscar Puente, conocedor de la obra de su paisano por haber representado hace veintiocho años, durante su etapa de actor aficionado, el papel del Capitán Centella del Don Juan Tenorio.

Su influencia y su legado, más allá de su exitosa interpretación del mito de Don Juan, ha sido revisitado y ensanchado durante este año de conmemoraciones en forma de conferencias, talleres, promociones turísticas y reediciones de libros, hasta hacerlo “más permeable, accesible y humano”, en palabras del alcalde.

“Contra mi voluntad y por no desairar la de V. y la de la Dirección del Blanco y Negro que tantas consideraciones tienen conmigo, remito a V, las declaraciones íntimas”, escribió Zorrilla el 9 de enero de 1893 a Luca de Tena.

Logró descansar en su ciudad natal, adonde fueron trasladados sus restos tres años después de ser inhumados en la madrileña sacramental de San Justo, pero no pudo evitar la multitudinaria manifestación pública que acompañaron sus despojos hasta el cementerio del Carmen donde, también a su pesar, inauguró el nuevo Panteón de Hombres Ilustres de Valladolid.

Por Roberto Jiménez

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